Rodolfo Walsh entra al Parnaso con “Esa mujer”. Hay otras menciones a Evita en su obra, una insuperable en “¿Quién mató a Rosendo?”. Relata un episodio de la infancia de Francisco Granato, laburante re-pobre, uno de los cinco hijos de un albañil enfermo y maltratado por la patronal. Entre el recuerdo de Granato y la prosa de Walsh arman lo que viene.
“Me dio la mano y, bueno, naturalmente, la casa de nosotros era bastante friolenta y yo tenía frío, así que me acuerdo que la mano de Evita era muy caliente”.
Ella le acarició la cabeza. Él le pidió una bicicleta. (…)
Entonces Eva Perón le preguntó (al padre) por qué rengueaba, fulminó sus órdenes, el Seguro se calló la boca. (…).
Hasta entonces, el viejo caminaba con una pierna sola, pero el Seguro igual le daba el alta y tenía que volver al trabajo.
(…).
Debió ser en el 51, cuando su madre recibió la carta de la Fundación, fue con él, hicieron las horas de espera hasta la medianoche, conversando el chocolate y los sándwiches
de miga, hasta que ella los recibió, y la madre pidió la máquina de coser pero también las chapas para terminar la pieza, y al fin, con un supremo esfuerzo, la dentadura postiza,
-Si no fuera demasiado abuso.
Vio, con esa humildad de todos los humildes, que les parece que siempre piden mucho, y Evita le dice: “No, si eso no lo pide nadie; al contrario, necesitamos gente que pida eso, para que los médicos puedan estudiar”, y le hizo un chiste como agradeciéndole que se atreviera a pedir los dientes postizos para ella y para el viejo.
Walsh remata:
“A los dos o tres días llegó el camión con las chapas, las camas, los colchones, la bolsa de azúcar, las tazas, los platos, la ropa, las hormas de queso, las dentaduras postizas”.
Llegaron, si se permite una intrusión, después de haberse conversado.
Contrato de lectura: esta columna podría terminar acá. Lo que sigue es ulterior, secundario, rebuscado en comparación. Ahí va.
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Hoy en día suele hablarse del Estado presente, del Estado amigable. De ordinario se refiere a tentativas para ablandar la burocracia sin aportarle calor humano: descentralizaciones, trámites supuestamente veloces, informatización eventualmente. Evita corporizaba al Estado benefactor, tangible, cálido.
El sociólogo Pierre Bourdieu usó la imagen “la mano izquierda del Estado” para referir a las políticas sociales, reparadoras. La mano izquierda corresponde al lado del corazón y compite como mejor puede con la derecha, la de las políticas económicas, la alejada del cuore. Evita tendía esa mano, acariciaba.
Por eso la odiaron, porque las conquistas de muchos disputan con las prerrogativas de pocos. La odió una clase dominante apoltronada en la explotación; también una burguesía clueca, poco perspicaz para entender que el nuevo paradigma podía convenirle. La insultaron, ultrajaron su cuerpo.
Hoy en día deshistorizan su memoria, niegan la conflictividad que la acunó y en la que intervino.
La mano derecha, a menudo, sabe pegar o manipular.
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El odio es una de las claves de la política en Argentina y en el mundo: la grieta dista de ser una novedad en el tiempo o una exclusividad en el espacio. Hace poco escuché al sociólogo Marcelo Leiras explicar que el neoliberalismo económico fracasó y que no ha surgido reemplazo. Una de las respuestas extendidas es el odio.
El odio vence al amor, remacha Leiras.
Millones de personas explotadas y desguarnecidas odian a quien no deberían odiar. Al prójimo, al vecino, al cercano, a los migrantes o personas de otros colores o religiones. Cabecitas negras del planeta, pongalé.
La historia no se repite pero propende a simetrías, paralelismos tendencias.
Décadas después de su muerte se coreaba “se siente/se siente/Evita está presente”. También lo estaba en vida, de eso se trataba. Tanto como de un expandido Estado benefactor, uno de los más desarrollados del planeta, que proveía bienes, trabajo, ampliaba derechos, enaltecía a los sumergidos, les reconocía dignidad.
Es sencillo, accesible, cantado, comprender por qué la amaron las personas humildes, de la clase trabajadora. Millones de Granatos, sus viejas, sus viejos. El mejor amor, en todos los órdenes de la vida, es el correspondido.
Por eso la enarbolaron como bandera argentines de otra clase y otra generación, como quien les habla.
Todo eso, dirá usted, estaba contenido en la cita de Walsh- Granato, treinta líneas que cifran toda una historia. Tiene razón pero no me diga que no le avisé.