Su rara insistencia me iluminó: ¡aquel ‘encargarme de sus trabajadores’ era su palabra de amor, su más sentida palabra de amor! Comprender aquello fue –y lo es todavía– una gran luz en mi vida. A mí, a una humilde y pequeña mujer, me encomendaba el cuidado de sus trabajadores, lo que él más quería. Y yo me dije a mí misma: –Pudo encomendárselo a otros, a cualquiera de sus amigos, incluso a algún dirigente gremial... pero no, quiso que fuese yo. ¡Una mujer que no sabe otra cosa que quererlo! Esa era sin duda la prueba absoluta de su amor. Pero una prueba que exigía respuesta; y yo se la di. Se la di entonces y se la sigo dando. Mientras viva no me olvidaré que él, Perón, me encomendó a sus descamisados en la hora más difícil de su vida. ¡Mientras yo viva no me olvidaré que él, cuando quiso probarme su amor, me encargó que cuidase a sus obreros!”.
Con estas palabras Eva evoca en La razón de mi vida –esa biografía suya tan controvertida como fue su misma vida en hechos y no en letra escrita– su maravillosa historia de amor con Juan Perón. Esa chica de pueblo que un día partió de Los Toldos, con el alma partida entre dos esperanzas, llenar la panza vacía y saciar el odio a las injusticias, hizo el milagro de mezclar todo en su interior hasta parir a una mujer sabia. Logró en su corta vida sintetizar la magia del apuro por vivir que sólo tienen los que andan con los bolsillos flacos y el corazón agujereado. Ella peleó hasta el cáncer, para que ese vacío existencial no se llenara con el resentimiento de los más pobres, esos que ya no pueden ni gritar. Los que a veces sólo pueden inclinar la cabeza ante el poder porque sienten que están condenados por una fatalidad divina.
“Nunca pude pensar en la injusticia sin indignarme, y pensar en ella me produce siempre una rara sensación de asfixia, como si no pudiendo remediar el mal que yo veía, me faltase el aire necesario para respirar. Ahora pienso que la gente se acostumbra a la injusticia social en los primeros años de su vida. Hasta los pobres creen que la miseria que padecen es natural y lógica. Se acostumbran a verla como si fuese posible acostumbrarse a un veneno poderoso. Yo no pude acostumbrarme al veneno. Esto es tal vez lo único inexplicable de mi vida”, dice con sus palabras sencillas en La razón de mi vida, y suena casi como una declaración de guerra contra los poderosos enunciada desde la candidez del que sólo tiene para perder la vida.
Eva fue intrépida. Altanera y valiente. Creó su propio espacio de poder y poco importa si era suyo o prestado. Lo hizo con el aval de Perón, ese hombre que admiró desde el amor más pasional que pueda atravesar el sentir de una mujer desde aquel “día maravilloso”, como ella lo definió, cuando lo conoció en 1944 y los dos venían de sus respectivos sismos personales. Ella tenía 25 años y él, 49. Y desafiaron, sin que nada importara, la moral imperante que reducía a Eva al lugar de “la amante”.
Por primera vez en la historia, el poder de una mujer llegaba tan lejos. Manejó dentro del peronismo las dos ramas más importantes: la femenina y la sindical. Su compromiso y su autenticidad hicieron el resto. Trabajaba diez, doce o dieciséis horas diarias, incluso enferma terminal. Nunca se quejó. “Ella jugó un papel fundamental en la forma que se estructuró el peronismo. Profundiza la peronización del movimiento obrero. Él le dio todo. Le dio el poder. No hay hombre en el mundo que haga eso con su esposa. Le dio la historia de amor más maravillosa de este mundo”, sostiene la historiadora Marysa Navarro, una de las más serias biógrafas de Evita. Y el nacimiento del mito fue insoportable para la elite conservadora, para la Iglesia y para los militares.
Perón se enamoraba cada vez más de ella. En La pasión según Eva, Abel Posse relató: “Descubrió en su monologar, la gran inteligencia natural de Eva y la inmensa pasión política que estaba desencadenando en ella. Empezó a gustarle llegar a la casa y saber que ella estaba. Hablándole él ponía en claro sus ideas. Se hablaba. Hasta se exaltaba”.
Los sentimientos de Eva y Perón se fundieron con el derrotero de la historia argentina. Lo hicieron juntos. Por eso contamos en este libro una historia de amor. Porque su legado sigue presente. Y así será.
* Secretario general del Suterh. Director general del Grupo Octubre.
** Directora de Contenidos de Caras y Caretas.