Fue un extraordinario triunfo de la fe. Porque lo mejor que hizo el Liverpool fue creer. Creyó que el milagro de la clasificación era posible a pesar de todo. Del 0-3 en contra del partido de ida, de los tres jugadores titulares (Salah, Firmino y Keita) lesionados y de Lionel Messi. Nada pudo más que la fe en sus propias fuerzas que supo insuflarle su técnico, el alemán Jurgen Klopp. Y con el aliento de sus hinchas como ensordecedora música de fondo, dio vuelta la serie y le ganó 4-0 al Barcelona. Ahora espera lo que sucederá esta tarde en Amsterdam entre Ajax y Tottenham Hotspur para saber contra quien habrá de jugar el 1° de marzo en Madrid, su novena final de la Champions League y la segunda consecutiva tras aquella que perdió ante el Real Madrid el año pasado en Kiev.
A Barcelona volvió a pasarle lo mismo que en la serie de cuartos ante la Roma de 2018: no pudo manejar el 4-1 de la ida como local y terminó perdiendo 3-0 en el desquite en la capital italiana. Tal vez por eso, Messi dijo lo que dijo inmediatamente después del triunfo en el Camp Nou: “Nada está definido, vamos a una cancha muy difícil, con mucha historia y que aprieta mucho”. Fue como si hubiera adivinado el futuro. Anfield Road entero se cayó encima del equipo catalán.
A excepción de los últimos 20 minutos del primer tiempo, Barcelona nunca hizo pie. Fue barrido por la intensidad, la presión, las energías positivas y el juego largo del Liverpool. A los 6 minutos del primer tiempo, los ingleses ya ganaban 1-0 con un gol del belga Origi tras un mal pase atrás de cabeza de Jordi Alba y una vigorosa entrada del volante Henderson. Pero Barcelona no se rindió. Y piloteado por la sociedad entre Messi y Alba, estuvo cerca del empate cuatro veces entre los 13 y los 18 minutos de una etapa trepidante.
De regreso para el segundo tiempo, Klopp hizo una movida decisiva: puso a Wijnaldum por el lateral izquierdo Robertson que estaba lesionado. Y el mediocampista holandés se devoró la media cancha y tuvo resto para llegar dos veces al gol: a los 8 minutos con un derechazo bajo tras un centro desde la derecha de Alexander Arnold y a los 10 de cabeza luego de otro centro de Milner desde la izquierda, puso el 3-0 que igualó la serie y, en paralelo, demolió anímicamente al Barcelona. Messi intentó rescatar a su equipo con algunas corridas. Pero a los 33 minutos, Liverpool aplicó la estocada final: Origi, completamente desmarcado, anotó el 4-0 tras una picardía de Alexander Arnold en un corner.
Tras la proeza hecha historia, los jugadores y los hinchas se dieron un abrazo imaginario bajo los acordes de “Imagine”, el himno de John Lennon, un ícono de la ciudad que vio nacer a los Beatles. Y fue un cierre inmejorable: Liverpool imaginó el milagro de dar vuelta una serie que parecía perdida. Y el milagro se hizo posible. Ahora tratará de ganar la Premier el próximo domingo. Luego de la gesta de ayer, tiene el ánimo templado para intentar una nueva hazaña.
En cambio, Barcelona y Messi quedaron vacíos. Habían apostado todo a conquistar esta Champions. Y el golpazo ha sido tremendo. Tal vez en el vestuario no haya muchos que puedan mirarse a la cara después de semejante frustración.