“Acá no hay alternativas de trabajo. Es tan triste caminar ahora por el pueblo, la incertidumbre que tenemos es terrible. No se imagina lo que es ver el pueblo, no sabemos qué decirle a los chicos, cómo consolarlos, porque esto ya pasó. Es rezar, es pedir, es mirar el reloj, a ver qué pasa en esa reunión”. William Stanley es un hombre mayor, trabajó 27 años en la fábrica de Loma Negra en el pueblo de Villa Cacique, que está al lado de Barker, en el sur de la provincia de Buenos Aires cerca de Tandil. Entre ambos lugares viven unos 7 mil habitantes. Junto a otras 300 personas, Stanley se quedó sin trabajo cuando la fábrica cerró en 2001. Años después, Loma Negra reabrió su planta y ahora el pueblo está otra vez en vilo porque la historia está a punto de repetirse.

 “Apelamos a la sensibilidad de los directores de la empresa. Esto es una tragedia para muchas familias, chicos dependen de la empresa y también comercios. Es el eje que sostiene al pueblo”. Stanley y muchos otros en Barker está percibiendo cómo se viene una tragedia que él vivió en carne propia en 2001. Su relato es dramático, describe hasta qué punto un pequeño pueblo depende del funcionamiento de una empresa, deja al desnudo la ausencia absoluta del Estado provincial y nacional y la perversión del relato del Gobierno y del neoliberalismo, para quienes el empleo es una mera cuestión de “eficiencia”.

 “Trabajé 27 años en la fábrica, desde 1974 hasta el 2001. Me de­senvolví en el taller mecánico hasta el 1997, cuando tuve un accidente de trabajo. Pasó que en uno de los hornos subí con un exceso de peso sobre mi cuerpo y tuve problemas en la columna, que derivaron en dos operaciones en el Hospital Alemán. A partir de ese momento no pude volver a mis tareas habituales y me reubicaron en la parte administrativa. A lo largo del 2001, la empresa ya venía muy mal y a mucha gente les ofrecieron el retiro. Y llegó el despido. Nos despidieron a todos y el gremio lamentablemente se lavó las manos. Somos 7 mil habitantes en el pueblo, no se imagina lo que era esto, fue un estallido social”, contó Stanley a este diario.

 “La fábrica creció con toda la gente del pueblo, con varias generaciones. Se enriquecieron con el pueblo. Y lamentablemente ahora están haciendo el mismo desastre de esos años”, siguió, conmovido. “En aquel momento seríamos 300 trabajadores en la planta y fue terrible. No les importó nada. Pasaron cuatro años, volvieron a abrir y ahora vuelven a hacer lo mismo con chicos jóvenes. Acá no hay alternativas de trabajo. Anoche –por el lunes– hubo una reunión popular y está previsto otra en un polideportivo para saber bien qué es lo que pasa. El gremio está haciendo todo lo posible, no como aquella vez que nos entregaron. Apelo a la sensibilidad de la empresa”.