Barre con el brazo todo lo que hay en la mesa, todo, mi agenda inclusive. Está eléctrica, poseída, rebalsa de vida al grito sostenido de “si no entienden voy de nuevo, si no entienden que conste, voy de nuevo, de nuevo”. Dibuja una circunferencia imaginaria y está dispuesta a enseñarme cómo es que se miden los radianes en los ángulos. No puedo colar ni una sola pregunta porque apenas se me aparecen en la cabeza ella se anticipa y las va contestando una a una, como si supiera todos los eslabones de la docencia, como si tuviera una cámara en mi cabeza. María Inés Baragatti tiene 70 años, es jubilada, nació y vivió toda su vida en Bernal. Hace poco se hizo famosa porque uno de sus exalumnos subió una de sus clases a YouTube y el video ya cosecha un millón de visitas. Fue bautizada como la “Adrián Paenza del conurbano” y aunque el apodo le sienta bien no tiene tiempo para nimiedades: solo pretende enseñar.

 

Desde 2014 brinda clases de apoyo gratuitas en su casa a estudiantes del colegio secundario y también a universitarios. “Todavía doy clases porque me gusta enseñar, es algo que me apasiona y creo que puedo ser muy útil. Vos podés odiar las matemáticas pero si yo te explico seguro te enganchás”, dice mientras suaviza la voz y se encorva, como si explorase un nuevo territorio con su cuerpo. Ahí va de nuevo a la carga: “los números esconden secretos, todo tiene un por qué: las matemáticas son lo más fácil que existe. Conozco gente que ha estudiado Letras, eso es verdaderamente difícil, nunca pude entender demasiado”.

Las matemáticas tienen mala fama, constituyen la materia complicada de los secundarios y “el filtro” en los ingresos universitarios. A veces, pareciera que solo los cerebros iluminados comprenden los números y sus disposiciones. Esta es una hipótesis superficial, nada seria, pero forma parte del sentido común. ¿Qué sucede en realidad? “Lo que ocurre es que ya no se enseña matemáticas, ya no existen”, suelta encendida. Y prosigue: “son todas recetas y fórmulas que se olvidan al otro día de aprenderlas. Si pregunto por los conceptos nadie sabe muy bien cómo se hace nada. Todos piensan que para medir hacen falta reglas y para calcular necesitamos calculadoras cuando durante la mayor parte de la historia fue diferente. Así nunca vamos a interesar a ningún pibe”, plantea. Comenta que la respuesta “ah, pero las profesoras me lo enseñaron así” está a la orden del día. Asunto anticipado por el propio “Chavo del 8” que décadas atrás eludía las situaciones problemáticas del profesor Jirafales con la misma excusa: “Lo que pasa es que a mí me lo enseñaron con manzanas y usted siempre habla de naranjas”.  

Como si fuera poco, afirma, los manuales que emplean los estudiantes están colmados de errores. Se ofusca y manda correos a las editoriales, ninguna responde. Desconfía de las fórmulas pero confía en el florecimiento de la reflexión propia. “Tengo tan claro lo que enseño que lo explico de la manera más sencilla posible y los pibes me entienden más fácil; sucede de una manera natural”, señala. María Inés emplea metáforas y analogías, recurre a ejemplos de la vida cotidiana. Se entrega por completo y eso se nota, sus ganas la desbordan. 

En 2017 se comunicó con ella Daniel Pedraza, un exalumno que la invitó a dar una clase abierta en la Facultad de Ingeniería de la UNLP. “Me dijeron que era la mejor docente que habían tenido durante toda la carrera, eso me emocionó mucho y no pude resistirme”, admite. En esa ocasión explicó números complejos y el aula explotaba: “Pedraza hizo una publicidad muy fuerte por La Plata, había gente con carteles, profesionales de diversas disciplinas que habían sido alumnos míos desde 1970 y venían de todas partes a visitarme y agradecerme”.

Todo fue emoción, aunque hubo un momento que la movilizó especialmente: “Cuando terminé la clase se acercó un joven y me dijo que había venido desde la Ciudad de Buenos Aires, para mí fue una sorpresa. Sobre todo, porque no había sido mi alumno, cursaba el secundario en el Nacional Buenos Aires y me admiraba”. Luego supe que unas horas antes había estado internado en terapia intensiva y le había solicitado a su madre que lo trajera a escucharme. “Ese cariño no sé cómo retribuirlo, ni siquiera me conocía personalmente”, dice emocionada. Y, claro, las redes sociales hacen lo suyo, así que como tuvo tanto éxito el primer video, ya están en camino los próximos.

De alma pitagórica, dedicó su vida entera a la enseñanza en colegios secundarios y universidades. En 1955 comenzó todo. Inició las clases en la Escuela N° 6 de Bernal y luego siguió en el Normal de Quilmes, sitio en el que tuvo docentes de primer nivel. De chica, le interesaba tanto mostrar lo que sabía que le daba clases a las paredes. Sin advertirlo, su futuro estaba signado: enseñaría matemáticas. Una profesión que, desde su perspectiva, debe cultivar la sana costumbre de persuadir, gustar... enamorar. “Siempre tuve facilidad con los numeritos y, además, también tuve la suerte de ser alumna de Raúl Cortizas, un ingeniero que tenía una claridad enorme para explicar y contagiar el amor por el conocimiento”, comenta. 

El paso siguiente fue licenciarse en Matemáticas (UNLP), una carrera de grado poco corriente para aquella época. En 1972 comenzó a dar clases teóricas en la universidad; tenía 24 años pero ya evidenciaba sus dotes para hablar el mismo lenguaje que los estudiantes. “Tenía llegada, era muy querida, siempre dejé el alma en cada clase, siempre la clase que estaba dando era la más importante, no pensaba en nada más”, apunta mientras se le dibuja una sonrisa en su cara.

En 1991 fue la primera Coordinadora del Curso de Ingreso a la Universidad Nacional de Quilmes (Eje Lógico Matemático) y luego de manera ininterrumpida desempeñó el mismo cargo desde 1993 hasta 2005. Fue Profesora desde 2000 hasta su jubilación en Análisis Matemático I, III y IV con dedicación exclusiva. En la actualidad, dice que le gusta ir de frente, que no se calla nada aunque la frontalidad le ha traído más sinsabores que alegrías. “Discuto con las autoridades, siempre fui así. Desde chiquita me gustaba decir lo que pensaba, pero jamás me peleé con ningún alumno. En el aula quiero que entiendan, que se lleven algo. Doy clases de tres, cuatro o cinco horas seguidas. Puedo estar una semana entera hablando de números, no me canso”, narra. 

Mujer de hierro, su potencia arrasadora y sus ganas de enseñar son a prueba de balas. Setenta años y una vida como docente que recién comienza: “Estoy dispuesta a ir a cualquier institución a explicar matemáticas totalmente gratis. No cobro un peso, pero la cosa tiene que cambiar. Lo quiero hacer por los chicos y por los docentes que no se preguntan lo elemental. Parece como si se enseñara por decreto, nadie se pregunta nada. Se aplica la norma y listo, nos olvidamos de preguntar, de cuestionar, de conocer el porqué del por qué. Las cosas pueden cambiar, esperemos que así sea”, concluye. 

[email protected]