“¿Qué unifica a Gilda con Ginastera?... bueno, sí, la letra G, y también sus músicas con mil y una vidas”, resuelven Abel Gilbert y Martín Liut, condensando en una frase varias aristas de Las mil y una vida en canciones, libro que acaba de salir a la luz, Gourmet Musical mediante, y que será expuesto al público en una charla que ambos compiladores mantendrán con el periodista Mariano del Mazo, hoy a las 19 en la Zona Futuro de la Feria. Una de las aristas es que, precisamente, los autores no tuvieron prurito alguno al elegir los sujetos del trabajo prologado por Pablo Semán. No solo conviven Gilda con Ginastera, sino también Todos tus Muertos con Emilio Balcarce, Las Manos de Filippi con Discépolo, Víctor Heredia con Héctor Panizza, y así, a través de canciones emblemáticas de cada quien, analizadas por diferentes autores. Otra de las aristas radica en el factor que unifica en la diversidad: la capacidad de tales canciones de “resistir” el paso del tiempo, deschavado por el título.
“El título llegó cerca del final del trabajo para condensar, a través de una feliz metáfora, el denominador común de una serie de textos reunidos, que no eran meros estudios de caso aislados entre sí. Más bien, estas canciones con mil y una vidas comparten su capacidad de resistir al paso del tiempo, no como objetos congelados sino como productos móviles y vitales de nuestra cultura, cuyos usos sociales han sido diversos”, introduce Liut, compositor, periodista, investigador, y docente de la UBA y la Universidad de Quilmes. “Los que escribimos formamos parte del grupo de investigación ‘Territorios de la música argentina contemporánea’, de la UNQui, y la mayoría provenimos de diferentes músicas y estéticas. La idea, en esta diversidad, fue precisamente cerrar una etapa de laburo grupal con un trabajo en el que quedara claro que una misma herramienta interpretativa podía aplicarse a diferentes géneros musicales”, amplifica, dando cuenta del mosaico inicial.
Ese mosaico anuda artistas, contextos y estéticas disímiles mediante reversiones de canciones apropiadas por un “otro” distante de quien las creó. Una alteridad que, en otras palabras, rastrea canciones leídas en texto y contexto, resignificadas. “En mi caso, más que un interés personal, lo que disparó la escritura fue una intuición de que tanto en ‘Todavía cantamos’ (Víctor Heredia) como ‘Hay un niño en la calle’ (Tejada Gómez) funcionaban, con sus matices y sutilezas, como una máquina interpretativa en donde la canción no solo demostraba su condición de texto social, sino también su capacidad mutante según contextos y circunstancias. O sea: nada de gusto personal”, suma Gilbert. “Y me atrevo a decir que esa misma lógica estuvo presente en los otros capítulos. La canción es escuchada como la figura de un fondo más vasto que siempre nos devuelve a la música, pero con pliegues de sentido diferentes”.
La definición le cabe al resto. A “Quimey Neuquén”, del tándem Berbel-Aguilar, por caso. O a “No me arrepiento de este amor” (Gilda). O a “Gente que no”, de TTM, todas detectadas por sus analistas en sus persistencias y mutaciones. “Las canciones son artefactos tan complejos como eficaces para comprender cómo se construyen las subjetividades”, insiste el compositor, ensayista y periodista Gilbert. “Una canción nunca es la misma, a pesar de lo que piense Led Zeppelin. Eso de The Song Remains the Same es una soberana tontería, porque así como nunca nos bañamos en el mismo río, nunca escuchamos la misma canción. El sentido es siempre contingente. De lo contrario, ¿cómo se explica lo de ‘Stairway to Heaven’? El himno zeppeliano le ha disputado a la ‘Cabalgata de las valkirias’ de Wagner el primer lugar en las playlists de los iPod de los soldados estadounidenses que vigilaron por aire y tierra el Irak intervenido entre 2003 y 2013. Y eso que podemos observar en ‘Stairway to Heaven’ es susceptible de replicarse en otros objetos sonoros, siempre que sigamos su deriva”.
En eso anduvo Liut, a quien le tocó meterse con la bella “Aurora”, de Panizza, convertida en el hit matinal de las escuelas públicas argentinas durante buena parte del siglo XX. Y también con el devenir de “La bordona”, de Balcarce. “‘Aurora’ fue un desafío en el sentido que señala Abel, mientras que ‘La bordona’ fue un homenaje a un tangazo que estudiamos y escribimos ‘a cuatro manos’ con Andrés Serafini, que es parte de investigadores, junto a Julián Delgado, Norberto Cambiasso, Cristian Accattoli, Agustín Yannicelli, Tomás Mariani y Mauro Rosal”.
“Cada capítulo abre una caja de sorpresas, y cada investigación supuso un modo de perplejidad particular. Vuelvo a ‘Todavía cantamos’: ¿qué nos dice este tema sobre nuestra propia historia su propio recorrido? ¿Cómo una canción que tematiza tempranamente el drama de los desaparecidos es apropiada por Sobredosis de TV para su segmento de los “parecidos”? ¿De qué manera explicar que una canción situada en el espacio de la resistencia (las marchas de los derechos humanos a partir de 1983 o 1984) termina siendo adoptada por las tribunas para exaltar la cultura del aguante futbolero? Así como este, los giros de “No me arrepiento de este amor”, “Cambalache” o “Quimey Neuquén” también son también inesperados”. “Sí –tercia Liut–, uno de ellos es que Larralde, cuando grabó ‘Quimey...’ en 1967 confundió una palabra de la primera estrofa. Y el giro es que esa equivocación llevaría la canción a una escena de Breaking Bad, cuarenta años más tarde”.