El viernes 4 de agosto de 2000, Javier Ignacio Romero entró a su escuela con un revólver calibre 22. Durante casi cinco horas, ese fue su secreto. Apenas pasado el mediodía, cuando a la salida de la Escuela de Enseñanza Media Nº9 de Rafael Calzada sus compañeros se amontonaban en la puerta, lo sacó de su mochila y empezó a dispararles. “Ahora me voy a hacer respetar”, dicen que gritó antes del primer estruendo, el de una bala perdida. La segunda terminó en la cabeza de Mauricio Salvador, de 16 años, quien moriría en el hospital Fiorito de Avellaneda luego de dos días de agonía. Romero, que en ese momento tenía 19 años, llevaba la pistola para evitar que lo sigan humillando, gritándole “Pantriste” por su parecido lacónico con el personaje del artista gráfico Manuel García Ferré. Su vida fue la que inauguró de manera sangrienta el uso de la palabra bullying en la Argentina. El periodista Pablo Morosi investigó en los orígenes y las consecuencias de ese hecho, y las retrató en su libro Pantriste. La historia del trágico caso que visibilizó el bullying en Argentina, que presentó este lunes en el stand del Grupo Octubre en la 45° edición de la Feria del libro.
“El caso de Javier Romero se dio en el marco de la reforma educativa de 1995, que llevó a incorporar a la fuerza matrícula de sectores que no accedían a la educación formal. En las situaciones de tensión que surgían en las escuelas, a causa de la marginación de esos sectores, los docentes no aparecían capacitados o formados para dar respuesta”, dijo Morosi al comenzar, dejando en claro el rumbo que también toma su libro: si bien está escrito bajo los lineamientos del periodismo narrativo, los trazos del relato van y vienen desde los procesos sociales, educativos, económicos y políticos que atravesaba el país. “La única respuesta que se tenía era tratar de apaciguar a los que generaban conflictos, y los que eran hostigados quedaban al margen. Hasta que tenían una reacción que sorprendía a todos, por el hartazgo que estaba invisibilizado”.
Durante la charla, que se fue nutriendo de público a medida que avanzaba, Morosi estuvo acompañado de los periodistas y editores de policiales Virginia Messi y Horacio Cecchi, quienes también cubrieron el caso. “Como periodistas, tuvimos que aprender sobre las dificultades y limitaciones de estos episodios, donde los involucrados son menores de edad. Hay que tener mucho cuidado en cómo se expone a esos chicos. Ellos dos lo han resuelto siempre de la mejor manera”, señaló Morosi a modo de presentación. “Lo que surge siempre en estos casos es cómo catalogar a las víctimas: ¿son los que recibieron el hostigamiento?, ¿los que sufrieron las consecuencias?, ¿o son todos esos chicos las víctimas de una situación que los adultos no hemos podido resolver?”
Esas preguntas dieron paso a la intervención de Virginia Messi, quien señaló que al leer el libro recordó el dolor que atravesó al cubrir el caso de Romero, el más profundo durante sus 17 años en el oficio. “Tengo muy grabado el juicio oral, donde veías a un chico tuberculoso, comido por los piojos, que había pasado por el Melchor Romero, por Sierra Chica. Y del lado de enfrente el asesinato de un bravucón, el que nos ha hecho la vida imposible a todos, pero que no merecía morir”, recordó. “Había dos madres destrozadas y lo único que podías pensar era ‘pobres chicos’. No había ni tan buenos ni tan malos ahí. En tiempos donde el periodismo fuerza las historias hacia un lado y hacia el otro, porque todo tiene que entrar en un título de dos líneas y generar muchos clicks, lo que más me atrajo de este libro es que tiene la intención de mostrar la realidad en toda su complejidad, y eso es lo más interesante en todos los casos”.
La dificultad de abordar lo complejo de este tipo de casos fue la que retomó Horacio Cecchi en su intervención, quien remarcó que “hay que aprender a absorber ese impacto y trasladarlo al texto y a la sociedad de la que somos parte”. En ese momento la charla se abrió a otro costado –también complejo– que expuso la historia de Javier Romero, en relación a la ética periodística. “Hay que saber cuidar: aprender a eludir la presión de la exposición sin eludir la información. En principio, uno tiende a separar en partecitas: era largo, taciturno, se sentaba en el rincón, los amigos lo dejaban afuera. Esas son etiquetas que construyen una víctima en el relato, pero que nunca tienen que dejar de estar conectadas con lo que ocurre a su alrededor. Hay un vacío de Estado en relación al bullying, algo que no se soluciona con un juicio. Cuatro años después volvió a aparecer de forma mucho más grave, en la Masacre de Patagones. Eso mostraba un Estado sin una capacidad de resolver lo que ocurría. Eso está en el fondo de esta historia”.
Al llegar al cierre, Morosi retomó una cifra que condensa esa idea. Casi veinte años después del caso de Javier Romero, los últimos estudios de Naciones Unidas revelan que cuatro de cada diez estudiantes argentinos padece acoso escolar, lo que pone al país entre los índices más altos a nivel mundial. Un dato que se amplifica al saber que el actual gobierno nacional desmanteló en 2015 el Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas, que había sido creado dos años antes. “Durante esta gestión no hubo ninguna política concreta en relación al bullying”, remarcó el periodista. “La escuela donde ocurrió, incluso, tardó diez años en poner un equipo estable de orientación escolar. Creo que lo importante es tratar de aprender de estos casos, que quizás el libro sirva para generar políticas públicas y estar atentos, preparados, para saber qué hacer con estos chicos, tener muy claro cómo ayudarlos”.