Lea es una nueva amiga, por algún tiempo fue mi amigo también. Pero hace un año, en una visita a Buenos Aires, me citó en un café. Me contó que estaba planeando transicionar, un proceso que me dijo había empezado mucho tiempo atrás de manera interna y que recién ahora empezaba a exteriorizar. A la vez toda su transición es de una vitalidad sorprendente. Una especie de Orlando siglo XXI. Hay tres actividades que han cruzado (y mutado) de identidad a identidad en su vida: la danza contemporánea, la música y el periodismo. 

Lea es argentina pero reside en Berlín hace más de una década ya, allí trabaja como periodista para la Deutsche Welle en español. En breve va a volver a aparecer frente a cámaras, me dice en un mensaje privado. Yendo a su universo musical, hace un poco más de un mes estuvo de visita en Buenos Aires y aprovechó para sumarse a un pequeño festival musical en Roseti. Allí se la veía muy arreglada con sus bucles dosificados a un costado de la cara, varios adminículos musicales conectados a su labtop y un micrófono en el que cantaba: “Entreguistaaaaaaa-ah-ah-ah” en un mar de ruido eléctrico.

Algo muy llamativo durante su performance fue el hecho de que, en muchos pasajes musicales sin letra, golpeara el micrófono con la palma de su mano generando una percusión algo incómoda en lugar de usarlo para amplificar su voz.

Cada vez que se va de Buenos Aires le cuesta aterrizar, me dice en otro audio. También me dice que está muy contenta porque en su nuevo solo de danza, “La cicatriz es un río”, baila la música que ella misma compuso. “Muy pronto se va a poder ver en video en Buenos Aires”, declara entusiasmada.

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