Es acertado el título de distribución local de esta película, cuyo original es Ben is Back. Aunque el hogar al que vuelve Ben, adicto en recuperación, está constituido por una familia ensamblada de madre, segundo marido, hermana biológica y hermanos “postizos”, a quien vuelve es claramente a su madre Holly, a quien lo une un lazo indestructible. Más allá de las circunstancias concretas (rehabilitación, abstinencia, tentación de reincidencia, vuelta atrás), de lo que habla Regresa a mí es de ese lazo que sostiene sobre todo la madre, como una roca en medio de la tormenta, mientras el hijo adolescente se arriesga a empaparse allá afuera. Es la clase de película que Hollywood no está en condiciones de filmar si no es con manipulación emocional, superficialidad, sordidez, moralina y falta de compromiso con los personajes. Sin eludir del todo otros de los riesgos posibles –la gravedad de tono, el suspenso final–, el realizador y guionista Peter Hedges logra aquí abstraer su película del sistema Hollywood y convertirla en algo más parecido a un “film de autor” que a una hamburguesa más en la máquina.
Cuando Ben (Lucas Hedges) se presenta en casa para Navidad sin previo aviso, en medio del aislamiento y la nieve, Holly (Julia Roberts) y su hermana Maggie (Kathryn Newton) lo ven como una aparición, un fantasma, una presencia imposible. Signo tal vez del lugar que Ben pasó a ocupar en la familia a partir del momento en que se convirtió en adicto. Maggie no está feliz con su regreso, debido a una licencia en la clínica donde está internado. Su padrastro Neal Beeby (Courtney B. Vance) es más rotundo: le dice que se vaya. Holly lo acepta en casa, a cambio de la promesa de no tocar ningún paquetito raro. Ben jura abstinencia y manifiesta deseos de pasar la navidad con los suyos. Todo parece estar bajo control hasta la noche que vuelven a casa, encuentran todo tirado y no está Ponce, el amado terrier familiar. Culpa sobre culpa para Ben, que carga sobre sus espaldas con un hecho grave y sale ahora a la ruta en busca de Ponce (y de quienes se lo llevaron). Detrás de él va, claro, Holly, que no está dispuesta a quedarse esperándolo.
Podría decirse que Holly es una madre posesiva y sobreprotectora, si no fuera que Ben necesita un poco de posesión y sobreprotección. Al muchacho le cuesta manejar su situación y sus relaciones de antes, que incluyen un yonqui en mucho peor estado que él y un “poronga” de la zona al que, según afirma el personaje anterior, “una vez que empezaste a trabajar con él no lo podés dejar”. El de Ben desde el momento en que sale de casa es un descenso a los infiernos, y este último es el escalón postrero: habrá que prestar un servicio peligroso antes de salir con una recompensa en las manos. La cuestión es que junto con ésta viene también una tentación que puede echar todo a perder, y Ben está ahora frente a ese dilema.
Culpa, descenso a los infiernos, navidad, tentación, una mater dolorosa llamada Holly, que en inglés suena a sagrada: no hay duda de que los signos católicos marcan el derrotero de Regresa a mí. Tampoco hay duda de que eso no impugna el valor de la película, como tampoco sucede con las de Coppola, Scorsese o Tarkovski. Lo importante es que la historia se sienta verdadera, y así se siente la de Regresa a mí. Hedges, que ya mostraba virtudes semejantes en alguna película previa (los guiones de A quién ama Gilbert Grape y Un buen chico, la película propia Fragmentos de Abril) y no se distrae con chucherías visuales ni retorcimientos de guion. Narra el drama humano del modo más despojado posible, apoyándose sobre lo que de más humano tiene una película: los personajes y los actores. En relación con los primeros, ningún psicologismo. No se sabe cuándo, cómo ni por qué por qué Ben empezó a inyectarse. Tampoco qué rol jugó Holly entonces. Lo que importa es el ahora, en el ahora es cuando los jugadores juegan las cartas definitivas.
Hijo del realizador, Lucas Hedges (que hizo del también conflictuado hijo de Casey Affleck en Manchester junto al mar) está perfecto en el papel de Ben: se lo ve desesperado, sensible, con deseo de reparar lo que rompió. Hace tiempo se sabe que Julia Roberts es algo más que una cara bonita. La suya es una actuación de entrañas y dientes apretados, de amor incondicional y límites bien puestos, de hipertensión y falta de pudor.