Si hay algo que se puede decir con certeza es que el trabajo de Nicolás y Luciano Onetti es único dentro del panorama actual del cine argentino. Con una carrera que en apenas siete años ya acumula cuatro títulos -a los que pronto se sumará la remake cinematográfica de El pulpo negro, famosa serie de la televisión argentina de los años ´80 protagonizada por el gran Narciso Ibáñez Menta-, estos hermanos son los representantes vernáculos del giallo. El último de sus trabajos es Abrakadabra, cierre de una trilogía que incluye a las películas Sonno profondo (2013) y Francesca (2015), todas construidas sobre el molde estético del famoso género italiano, combinación de horror sobrenatural y policial sangriento que tuvo su auge entre los 70 y los 80.
De todos esos elementos se constituye Abrakadabra, convenientemente ambientado en la ciudad de Turín a comienzos de los ´80 y con eje en la figura de Lorenzo Mancini, último heredero de una estirpe de grandes magos. Un linaje signado por la tragedia. Es que treinta años antes y siendo todavía un niño, Lorenzo vio morir en escena a su propio padre, El gran Dante, mientras intentaba el truco de detener con los dientes una bala disparada directo a su cara desde unos pocos metros de distancia.
El mundo de la magia le sirve a los Onetti como marco para desarrollar a gusto la truculencia del giallo. Ardides que no solo tienen que ver con los mecanismos propios de la magia que un asesino, invisible para el espectador, utiliza para crear un círculo de muerte en torno a Lorenzo, si no con el arsenal de recursos clásicos usados en este tipo de películas. Puestas de cámara radicales para extrañar el punto de vista; violentos zoom-in hacia las caras y los ojos de los personajes; una paleta cromática saturada y virada al rojo para enardecer el clima del relato; el plástico trabajo sonoro de doblar al italiano las voces de los protagonistas y el foley intencionadamente artificial; una gran tarea de arte y reconstrucción de época. Juegos que abrevan directo de los originales de Darío Argento, Lamberto Bava o Lucio Fulci, entre otros.
Aunque Abrakadabra es una muestra evidente del potencial de estos directores y productores, es muy difícil apartarse de esa deliberada intención de calco que habita en ella. Que por un lado tiene mucho de homenaje, pero que también funciona como límite.