Hace un par de semanas, el Presidente anunció sus últimas medidas económicas con un video en el que se lo veía caminando hacia la ciudadanía. Bajaba del “poder” y se dirigía a la sociedad. Les iba a contar las medidas a los votantes. En el departamento que eligió para “timbrear” lo esperaba una pareja con su pequeña hija. Ni palcos, ni balcones, ni escenarios. El Presidente se sentaba en torno a una mesa humilde de una familia de clase media baja de la ciudad de Buenos Aires. Relocalizaba allí a la política. El discurso de Macri era artificialmente próximo, cercano, y quienes lo escuchaban compartían la misma escena.
La legitimidad de proximidad, desde el punto de vista de Cambiemos, tiende a ser vacía: la cercanía, la escucha y el diálogo valen con independencia de los contenidos que circulan en esas conversaciones. Por ello, se trata de discursos mínimos: el énfasis puesto en la proximidad los disculpa, según sus propias prácticas, del uso intensivo de la palabra. No importa lo que dice el Presidente si lo dice estando cerca. Entonces: intentan llevar la política de su habitual posición distante y vertical, a otra horizontal y cercana.
Pero eso es sólo una parte de la operación. Macri se sentaba frente a la mujer y, después de ofrecerle unas explicaciones muy rápidas sobre las nuevas medidas, ella respondía: “Todo se complica, pero... uno soñaba con poder escuchar algo de esto, de algunas medidas que de alguna manera uno sienta que es para uno. Se sabe que es todo a futuro pero en este presente necesitábamos escuchar algo así. Así que bien, bien”.
Es decir: en la edición artificial de estos “diálogos”, Cambiemos busca no sólo construir cercanía y hacer conocer su discurso sino, sobre todo, poner en escena el modo como quiere que éste sea recibido. Es un intento por “normalizar” la recepción de su relato: Adriana escuchó exactamente lo que el emisor, con su economía de lenguaje, quiso que escuchara.
Aún en un momento clave, se le restó importancia a la palabra presidencial porque lo fundamental era lo dicho por la receptora de su mensaje. Adriana era capaz de hacer confiable el discurso del Presidente, porque expresaba, junto con la esperanza, una mínima cuota de hastío. Se pretendió ecualizar su malestar en el punto justo que hiciera plausible la voz presidencial.
Pero las interpretaciones sobre la crisis cada vez se diferencian más de la minuta discursiva del Gobierno. Aún con los grandes medios sosteniendo su relato, ha crecido una escucha crítica generalizada de la política y el discurso gubernamental. En ese punto, las legitimidades vacías fracasan. Ni la proximidad ni la tímida distancia, alcanzan. La recepción de Adriana, que se intentó instalar como “normalizada”, apareció como especialmente artificial e irritante frente a la proliferación de otras recepciones críticas. La voz del Presidente no fluyó en esa mesa familiar porque se viene atascando en un creciente murmullo reprobatorio.
Ahora Cambiemos enfrenta otros problemas de recepción: con sus opositores, y con “los mercados” o el “mundo”. Acaba de lanzar una convocatoria a construir un consenso alrededor de diez puntos cuyo objetivo fue definido con precisión por Rogelio Frigerio: “lograr sacar de la discusión política algunas cuestiones que hoy son determinantes para la economía argentina, porque el mundo desconfía de que seamos capaces de hacerlo y el Presidente y su equipo consideran lo contrario”. El Gobierno propone “consensuar” una zona de la agenda, despolitizándola. Es decir, acordar temas sobre los que desaparezcan las diferencias.
Según el relato gubernamental, existe en el mundo una escucha desconfiada e inestable que hay que calmar. En el escenario global, la comunicación asume la forma final de un ansiolítico. Se impone un solo camino, el que ha acordado el oficialismo con el FMI y que la oposición debe apoyar. Mientras con Adriana intentaron construir una escucha ciudadana domesticada, exhibiendo de modo administrado el malestar y ofreciendo unas pocas medidas de alivio; con la convocatoria a la oposición buscan conseguir aprobación del arco político para el rostro oscuro del ajuste, presentado ahora de manera ufana y sin mitigaciones. Según el Gobierno, esto sería lo único que el mundo está dispuesto a escuchar.
* Rosso es sociólogo (UBA) y Torras, licenciada en Filosofía (UBA).