VOLANTA:MUSICA
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"La historia es terrible, realista, pero no hay que buscarle referencias en la ópera verista, por ejemplo." Cosentino
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Con un título que entra en el canon clásico de la ópera por el lado de lo contemporáneo, el Teatro Colón continua su temporada lírica. Un tranvía llamado deseo, la ópera de André Previn con libreto de Philip Littel sobre la consagrada pieza teatral de Tennessee Williams, se estrenó este martes (con repeticiones el viernes y el martes 14 a las 20 y el domingo 12 a las 17). Se trata de un estreno para el Colón, que articuló su producción con la puesta en escena de Rita Cosentino, escenografía de Enrique Bordolini, luces de José Luis Fioruccio y vestuario de Gino Bogani. Al frente de la Orquesta Estable estará el irlandés David Brophy como director invitado. El elenco de cantantes estará encabezado por la soprano irlandesa Orla Boylan como Blanche DuBois y el barítono norteamericano David Adam Moore en el rol de Stanley Kowalski. La soprano Sarah Jane McMahon será Stella Kowalski, el tenor Eric Fennell será Mitch y la mezzosoprano Victoria Livengood encarnará a Eunice Hubbel.
La pieza de Williams, estrenada en 1947 en Nueva York y premiada al año siguiente con un Pulitzer, quedó entre las obras teatrales más trascendentales del siglo veinte. Elia Kazán, que dirigió aquel estreno, firmó también la versión cinematográfica de 1951, que significó, además de la consagración de Marlon Brando en el universo de Hollywood, la consolidación de un éxito planetario que acaso por los regresos constantes de sus implicancias realistas mantuvo múltiples y duraderas resonancias. El cine le rindió homenajes, por ejemplo con Pedro Almodovar en Todo sobre mi madre (1999) y Woody Allen en Blue Jasmine (2013), y hasta un capítulo de Los Simpsons se encargó de parodiarla.
Tomada casi en su letra original, el libreto que Littel elaboró para la versión operística de Un tranvía llamado deseo no deja de ser el drama contemporáneo con los dolores de siempre en un mundo que cambia para seguir igual. Es el reflejo del choque entre dos mundos: el de los restos patéticos de una aristocracia esclavista, que evoca Blanche Du Bois en su caída, y el del proletariado urbano y brutal de la inmigración que refrenda el mantra de un "sueño americano", que representa Stanley Kowalski. En el medio, los pequeños gestos de una cotidianeidad que entre mezquindades, rencores y miedos, desarrolla una sinfonía realista de discrepancias, en un ambiente escaso de esperanzas y de metros cuadrados.
"La ópera se desarrolla en un solo espacio, en el interior de una casa, y ese fue el primer desafío para una puesta en un escenario inmenso como el del Colón", dice Rita Cosentino al comenzar la charla con Página/12. "En el trabajo conjunto con la escenografía de Enrique (Bordolini) nos planteamos respetar la espacialidad que plantea la obra, pero poniendo a nivel dramático cierta sensación de claustrofobia, que a juzgar por las quejas de los cantantes en los ensayos por la falta de espacio, nos salió bastante bien", bromea la directora de escena argentina radicada en España. "La casa está planteada como en la obra de Williams, pero los espacios se mueven hacia delante de manera casi imperceptible en determinados momentos y sin darnos cuenta tenemos enfocada una escena. Eso hace que se quiebre el estatismo espacial", agrega Cosentino.
Como la versión cinematográfica tuvo a Vivien Leigh, que ganó un Oscar, la ópera estrenada en San Francisco en 1998 contó con Renée Fleming en el papel de Blanche, el personaje que en su decadencia, a falta de esperanzas apela a las alucinaciones. "De alguna manera la obra se ve a través de los ojos de Blanche. La confrontación de mundos está atravesada por este personaje, incapaz de comprender los cambios que la ponen en una situación de incomodidad continua. Hay momentos que son muy surrealistas y a partir de Blanche me pareció interesante destacar el elemento simbólico que circula en la obra, con ambientes que pasan a ser otra cosa y espacios que se transforma en función de un recuerdo. Además, en general son muchos y bruscos los cambios de estado de ánimo. En este sentido las luces son muy importantes y el impecable trabajo de José Luis (Fioruccio) termina de redondear el sentido de la puesta", asegura Cosentino.
Violencia, desencanto y extravío se traducen de manera muy particular en la música de Previn. Músico versátil y diestro en la composición para el cine, en su primera ópera logra una sonoridad atractiva, que apela una variedad de esquemas estilísticos y dosifica su condimento local con gestos que vienen del jazz, siempre en función de un poderoso sentido melódico. "La historia es terrible, realista, pero no hay que buscarle referencias en la ópera verista, por ejemplo. Esto es ópera americana, es la herencia de Gershwin, Bernstein, Copland, Weill, Barber, que suena de otra manera, en todo caso más cerca del musical. La música de Previn acompaña desde ese lugar las situaciones, las describe desde un punto de vista psicológico más que en la acción, va hacia un plano más profundo y logra momentos de gran belleza con una sonoridad que en ningún momento resulta lejana, pero es contemporánea", explica la puestista.
Acaso más cruda y dura por lo que representa que por lo que expresa, Un tranvía llamado deseo, la pieza teatral, la película y la ópera, representa el abismo que separa los mundos en el mundo. "Son muchos temas los que recorren la obra, pero el más importante es el de la incomprensión. Tennessee Williams describe muy bien el tipo de sociedad en la que inserta los personajes. Es una sociedad que en vez de evolucionar hacia la solidaridad y la igualdad, marcha hacia la agresividad, la indiferencia y otras formas de egoísmo. Esa sociedad es también la nuestra, la que desecha lo que no entiende y niega lo que es incapaz de alcanzar", concluye Cosentino.