“Dejé de comer carne en la cárcel no como gesto político, sino porque la que nos daban estaba podrida, pero sí creo que la política de los alimentos es importante.” Angela Davis dijo esto hace apenas siete meses en España, durante el encuentro Mujeres contra la Impunidad. “La cuestión de la comida es la próxima cuestión sobre la que el feminismo tiene que trabajar.” Para entonces en la Argentina el derecho al aborto había sido denegado por la avanzada ultraconservadora del Senado, y otro proyecto de ley que permitía el acceso a una alimentación vegana sin mandatos intervencionistas en dependencias institucionales, quedaba sepultado en la Cámara de Diputados, en una intersección clausurada de reclamos feministas y otras formas de subsistencia saludable y antiespecista. Hace apenas diez días, lxs activistas por los derechos de los animales volvieron a movilizarse al Congreso para reclamar por la aprobación de proyectos que los reconozcan como seres sintientes y sujetos de derechos.
“Madres esclavas. Pariendo sin parar. Números. Cosas. Leche. Cabras blancas. Mar de animales. Quesos que se llevan a la boca. Ignorancia. Ceguera. Como si fueran nuestras. Cabras blancas. Madres. Presas.” En las redes de Voicot, una de las organizaciones que participaron en las jornadas del 29 de abril pasado, el texto acompaña la foto apretada de cientos de cabras en un cuadro de extinción. La conciencia sobre las condiciones de producción de los alimentos como próximo espacio de lucha de la que habla Davis es un desafío central para las articulaciones feministas, antiespecistas y anticoloniales. En perspectiva revolucionario, porque desafía toda modalidad industrial capitalista de producción pero también porque interpela sobre las relaciones afectivas y de autocuidados que los propios feminismos proponen, y con otros seres no humanxs.
“La revolución feminista será antiespecista o no será”, una de las consignas faro del Día Mundial del Veganismo, cada 1° de noviembre, es advertencia y promesa de otro mundo posible. “Son sus crías, no las nuestras. Son sus huevos, no los nuestros. No es comida, es violencia.” En ese arco, la filósofa catalana y activista feminista vegana Catia Faria, señala que “sexismo y especismo son formas igualmente injustificables de discriminación, y ambos se manifiestan en patrones opresivos de jerarquía y dominación semejantes”. Desde Feministas por la Liberación Animal, la barcelonesa Audrey García remarca la urgencia de establecer que mujeres, cuerpos feminizados y animales no son objetos de consumo patriarcal. “No podemos concebir una lucha social que pretende destrozar una discriminación discriminando a otras. Es algo imposible. Como feministas tenemos que ser antiespecistas.”
Mientras que Liliana Felipe –en Buenos Aires para participar este domingo a las 18.30 del conversatorio “Feminismos, antiespecismos y Derechos Humanos” junto con Violeta Alegre y Malena Blanco en el espacio MU– denuncia un capitalismo basado en la explotación de los animales. “En estos tiempos estoy componiendo canciones para celebrar y agradecer a los animales no humanos que nos han soportado todos estos milenios sobre la tierra. Creo que es momento de dejarlos libres y felices, y replantearnos nuestra manera de vivir. Los humanos ya somos como la gonorrea para el planeta… una enfermedad vieja e incómoda.”
La línea se proyecta de Felipe al ecofeminismo de Françoise d’Eaubonne en los setenta y a La política sexual de la carne, de Carol Adams, en los noventa, sobre la interconexión feminismo y antiespecismo, en un paralelismo entre los animales utilizados para comida y las mujeres para el reclamo sexual. De La cerda punk. Ensayos desde un feminismo gordo, lésbiko, antikapitalista y antiespecista, de constanzx alvarez castillo, en minúscula por pedido expreso, donde expone que “como gordas y mujeres estamos acostubradas a ser comparadas con animales, como si lo animalesco se tratara de una categoría negativa”, a la lucha de Annie Sprinkle por una ecosexualidad donde convivan drag queens, trabajadorxs sexuales y artistas. Una espiral al infinito. Antiespecismo o patriarcado, cuerpos o mercantilización, neoliberalismo o soberanía alimentaria y “mujeres, trans, tortas, vacas, perras, yeguas, o cualquier ser sintiente”, como suele enumerar Nina Martí, de la organización feminista antiespecista Unión Vegana Argentina (UVA). Alto. La actriz Bimbo Godoy, vegana ella, suma términos al armado con los hilos invisibles que –dice– habría que ir bordando todas las vidas.
“No es solo hablar de veganismo sino de una empatía ética que unx va ampliando o tratando de restar casilleros de complicidad de los que nos hacen parte sin elegir, en este sistema capitalista, heteropatriarcal y especista, y que implica violencia y crueldad. Así como el machismo y el patriarcado, es una estructura sólida arraigada a la cultura y las costumbres.”
Es también desnudar la opresión.
–Entenderla como una sola que toma diferentes maneras. Frente al mismo gen que considera inferiores a las feminidades, que consideró inferiores a los negros y a otras especies no humanas inferiores o sin derechos, nuestra humanidad nos da la posibilidad de elegir. El feminismo nos conecta con un nivel de empatía y de reconocer privilegios y responsabilidades desde el lugar que los tengas. Nos va llevando a rascar detrás de las superficies de todo lo que conocemos y aceptamos, y desde ahí también se llega al veganismo. Mirando la urgencia de esta cuestión como primera para después las otras. No hay posibilidad de nada si no hay dónde, y ese donde es la tierra, que está absolutamente devastada por nuestros consumos.
¿Veganismo acorde a principios feministas?
–Más que a principios, porque eso apunta a ideas moralistas de cómo ser una buena feminista. No tiene que ver con bondad ni con ser mejor que otras feministas el transitar el veganismo y la ética animal, sino con hacerlo ya porque es urgente. Es una manera de vivir que te obliga a cuestionar todo, incluso lo que comemos, una vez que entendés que todo es político y que somos constructoras y constructores de la realidad. Es muy distinta la furia creadora que la violencia que destruye, que es la misma que nos mata y nos precariza y nos violenta de mil maneras. Es la misma que considera a los animales comida. Entonces cuando decimos basta de violencia, hay que mirar nuestro plato, porque suele ser un lugar donde también la hay.