La historia de la especie humana -digamos, desde hace 195 mil años para acá- puede ser vista como la sucesión de obstáculos y problemas que debieron ser superados. En tiempos de carencias, nuestros ancestros supieron sortear obstáculos agudizando el ingenio y probando nuevas estrategias y caminos. Sucedió con los recursos naturales y con los depredadores pero también con el lenguaje: cuando faltaron palabras, se inventaron giros y modismos, que fueron consolidándose y cobrando nuevos significados. Borges decía que las metáforas habían nacido por necesidad pero se frecuentaban por gusto. Lo contrario podría decirse de los emojis, porque nacieron por gusto pero hoy los frecuentamos por necesidad, ¿cómo sería hablar por Whatsapp sin usar caritas, corazones y demás elementos? Los putos, las travas, las tortas y demás desviados -expertos en la carencia de figuras y formas que los nos representen- encontramos en ellos, además, una manera diferente de expresarnos, incluso cuando sólo contemos con berenjenas, duraznitos y mamaderas.
El origen del emoji -esa suerte de ideograma que en poco tiempo invadió la comunicación digital- se remonta a la década del 90 y tiene un padre, el ingeniero japonés Shigetaka Kurita, quien agregó un corazón a la lista de letras que podían enviarse en el viejo servicio de mensajería pager. Desde entonces, la lista de emojis fue creciendo y encontró su consagración definitiva a finales de 2015, cuando el diccionario de Oxford eligió uno como “la palabra del año”. Se trataba de la carita que sonríe llorando, un mensaje ambiguo que para muchos es “llorar de la risa” y para otros, enfrentar con buen humor un drama. Pero en esta vaguedad comunicacional radica la fuerza del emoji: no existen “traducciones” perfectas un lenguaje natural y siempre hay espacio para reinterpretarlo de otro modo.
No cualquiera puede crear un emoji y ponerlo disponible en todos los teléfonos y teclados. Los dibujitos afortunados son los que fueron aprobados por el Unicode Consortium, un organismo sin fines de lucro integrado por las principales compañías tech del mundo, como Apple, IBM o Microsoft. Ellos deciden qué será parte de Unicode, el estándar de codificación de caracteres que permite que nos comuniquemos entre diferentes dispositivos, más allá de los dispositivos y los sistemas operativos utilizados. Dicho en términos toscos, Unicode le dicta a los aparatos qué signos tienen que poner en sus pantallas cuando aparece determinado código. En lenguaje Unicode, por ejemplo, 26C4 significa “nieve” y puede verse levemente distinto en un iPhone o en un tweet, tal como la “a” es diferente en la fuente Helvetica que en Comic Sans. Gracias a esta incorporación a Unicode, los emojis se fueron extendiendo. Los primeros en adoptarlos fueron Tumblr e Instagram y hoy lo vemos en Twitter, Facebook, Whatsapp y hasta en merchandising como tazas, almohadones y remeras. Después de todo, el emoji no es de nadie (Kurita intentó patentar su idea sin éxito, un tribunal japonés le dijo que la idea de un corazón para expresar amor no podía tener copyright) y cualquiera puede usarlo. Los estudios Sony, por ejemplo, están haciendo una película de animación con ellos.
Emojis igualitarios
A diferencia de los viejos y queridos emoticones, que los más viejos hemos usados para levantes en chats mIRC o en el pionero Fotolog, aquí no se necesitan varios caracteres para ser formados: los emojis ofrecen una experiencia simple e inmediata para transmitir ideas más ricas. Pero esta aspiración por la universalidad también despiertan discusiones y polémicas. Hace poco más de un año, y por presión de Apple en el Consortium, ingresaron los “emojis igualitarios”, versiones de parejas que incluían todas las combinaciones (binarias) posibles. Meses más tarde, fue el turno de los tonos de piel, desde el simpsoniano amarillo al negro más negrudo. Sin embargo, nadie se había puesto a esperar tanto y, una vez más, los trolos y las trolas se habían adelantado y le habían sacado provecho a la carencia: en manos de los distintos grupos, los dibujitos cobraban sus propios significados.
Así, y aunque siempre existió la mucho más convencional banana, la berenjena se convirtió en un símbolo de la chota; mientras que un duraznito pasó a ser un culo. Sería casi imposible descubrir quién fue el primero que los utilizó de este modo, pero pronto se volvieron un lenguaje común y aún hoy son utilizados de este modo. Muchísimo menos críptico es el puño cerrado como contraseña para el fisting y el tulipán como la vagina, retomando la vieja tradición de vincular los órganos sexuales femeninos con las flores; aunque también hay quienes usan el tarro de miel, el néctar tan delicioso como pegajoso.
El sueño de Kurita, utilizar ideogramas simples para transmitir significados complejos sin necesidad de palabras, fue cumplido con creces por las comunidades que necesitaban sus propios códigos. En apps de levante como Grindr no sólo los emojis de osos y chanchitos se multiplican en los nombres de usuario, sino también las flechas como indicación de la posición que uno tiene en la cama. La flecha para arriba es activo, en referencia al “top” en inglés; la que mira para abajo es para los pasivos y la flecha bivalente es para los versátiles. Los que cobran por revolcones usan el gatito o el más directo billete de dólar, mientras que los fiesteros suman tres o cuatro caritas del género.
Son códigos fáciles de reconocer para el sistema. Por ejemplo, Instagram no permite usar la berenjena como etiqueta para fotos, ya que su buscador la rechaza “porque es utilizado para etiquetar contenido ofensivo”. La censura de la noble verdura motivó la campaña #FreeTheEggplant, algo así como “Liberen a la berenjena”, una defensa a la libertad de usar emojis para hacer referencia a la chota.
Cada año se van sumando nuevos emojis oficiales y siempre se busca aumentar el abanico de opciones diversas que abarcan, aunque aún queda un largo camino por recorrer. Es por eso que existen varios proyectos independientes que sueñan con emojis para todos, todas y todes. Una de las opciones son los Flirtmoji, creados por cuatro diseñadores californianos y pensados específicamente para el levante. Algunos de los motivos son un colchón con tres pares de piernas en ensalada; un culo con un suspensor; una pipeta para enema y dos tijeras en posición de goce y acople. Al igual que otros paquetees, no tienen la autorización del Consortium, así que en realidad se trata de una suerte de stickers digitales transparentes que se pueden enviar como imágenes por Whatsapp, por ejemplo, y se descargan de www.flirtmoji.co o directamente se copian y pegan desde allí.
Las tortilleras, bi y curiosas tienen su opción con Lesbian Emoji, un proyecto más vinculado con lo artístico que propone reponer aquellos ideogramas que aún faltan y que la comunidad necesita, como un taco con pescado; el beso de Neve Campbell y Denise Richards en “Criaturas salvajes” y hasta estereotipos revisitados, como una ferretería o un camión de mudanzas, referencia a un dicho yanqui que reza que las lesbianas se mudan con su novia en la segunda cita. Su responsable es la diseñadora Kimberly Linn, quien no es lesbiana pero se daba cuenta que sus amigas tortas necesitaban una variedad mayor de expresiones para comunicar. “Por un lado, uno podría pensar que no se necesita que sean tan inclusivos... ¡después de todo sólo son emojis! Pero, a la vez, se transformaron en una forma de lenguaje y mis amigas querían algo que las represente”, le dijo al sitio Mashable. El proyecto es hoy una app gratuita para iOS y una divertida cuenta de Instagram con casi 10 mil followers, @lesbianemojis. Kimberly le presta atención al feedback que recibe y va sumando diseños a partir de lo que le solicitan, como una DJ afroamericana tetona que era reclamada por sus seguidoras.
No todos estos proyectos son tan lúdicos y creativos: Los Gmojiz, que se consiguen en la tienda de apps de Android, incluyen a un “Sugar Daddy” predecible y aburrido, un leather sacado de Billiken y un “power bottom” de tanguita rosa. Son todos blancos, divinos en su estética y predecibles, todo lo que uno no espera de los emojis. Y si bien existen páginas que juntan firmas para que sumen el emoji del mate, los argentinos nos debemos nuestros propios símbolos, ¿cuándo llegarán?l