Para el Festival Nueva Ópera organizado por el Teatro Colón en agosto del año pasado, el dúo de directores Lolo&Lauti presentó una adaptación de la intrincada ópera televisiva “Perfect Lives”, del norteamericano Robert Ashley. A través del primer acto, la voz de Mike Amigorena iba subtitulándose primero con la traducción al español del texto dictado en inglés para progresivamente ir incorporando emojis en lugar de palabras, al principio de a uno y como pidiendo permiso, para minutos después invadirlo todo de sentido dibujado. Los subtítulos mixtos, combinación de texto y emoji, exigían del público la capacidad de contextualizar con especial exactitud lo que se leía y veía en ellos, aunque también, claro, la propuesta implicaba que ese contexto terminase siendo subjetivo dada la variedad de factores involucrada en el proceso individual de rearmado de sentido. En los subtítulos no sólo aparecían emojis reemplazando a sus respectivas palabras (mujer, perro, llave) sino que, más avanzado el acto, un mismo emoji podía simbolizar distintas cosas o revestir usos emparentados pero distintos (la chica que cruza los brazos frente a su cara, por caso, era representación de “error”, “no” o “contrariamente a”). También, cuando un emoji suplía una palabra específica (como “taza”) estaba sujeto a las reglas de puntuación que conocemos, con comas, puntos o signos; pero no existían tales signos cuando el sentido carecía de palabras e iba conformado por varios pictogramas en una suerte de “tarot emoji”, como lo describiese alguna vez Lolo Anzoategui, uno de los directores de la puesta. Es decir: la sucesión ordenada de una manera específica de estos emojis contaba con sentido propio, aunque desde luego podía ser leída -¿adivinada?- según cada quien.

Es así que a modo de adorno de una frase vía whatsapp cualquiera puede añadir significado mediante el uso de, entre otras opciones, una flor; pero no siempre son la misma cosa un tulipán que una rosa que una flor de cerezo. Tampoco serán la misma cosa esa flor leída desde la pantalla de quien envía como desde la de quien recibe. Otro ejemplo: los smileys. Los hay en gran variedad gestual pero pocos entre todos ilustran sensación de ira, ni hablar de matices que incluyan ira y llanto, o ira y sonrisa; entonces, para reflejar este abanico de estados debe recurrirse a una sucesión simbólica y esperar que del otro lado del mensaje la intención de lectura se ajuste a nuestra necesidad expresiva. Es este el camino que recorremos para emojiar lo aún no emojiado.