Amazing Grace es la película más edificante que se verá en todo el año. Es un film de concierto registrado durante dos noches y con el protagonismo de Aretha Franklin, la Primera Dama del Soul, interpretando standards del gospel en una iglesia en Los Angeles en 1972, con un enorme coro y ante una congregación entusiasta.

La música que grabó en esos encuentros se convirtió en un doble album que vendió millones de unidades, pero el material filmado por Sydney Pollack fue abandonado porque el director no tenía una claqueta y no podía ser sincronizado con el sonido. Casi 50 años después, la tecnología resolvió el problema y se puede escuchar a Franklin en su absoluto esplendor. Alimenta a su audiencia. Y cuanto más excitada está la gente, más crece su voz.

Pollack y su equipo son una presencia visible en la iglesia: están filmando con cámaras de 16mm y usan un montón de equipo y cables. Como estaban tratando de no obstruir la visión, la mayor parte del tiempo se agachaban: por eso hay una inusual cantidad de tomas en las que se ve a Aretha filmada desde abajo. Se puede ver a menudo al mismo Pollack metido de lleno en el trabajo, dándole indicaciones y señales a los integrantes de su equipo y tratando de coordinar la producción.

Quizá por eso el encuadre no siempre es elegante, pero se siente como si el espectador estuviera metido en el medio de la iglesia. Entre los asistentes de la segunda noche puede verse a Mick Jagger: primero se lo ve en el fondo, pero para el momento en que la cámara vuelve a buscarlo el cantante de The Rolling Stones ha migrado misteriosamente hacia el frente, cerca del escenario. También entre el público, con aspecto glamoroso, está la veterana artista gospel Clara Ward junto a Mahalia Jackson, una de las influencias clave en la formación de la joven Aretha.

En la película Aretha no habla mucho. Interrumpe una canción para pedirle al coro y al director musical que comiencen de nuevo, pero no hay palabras ni bromas entre canción y canción. Está allí para cantar. El Reverendo James Cleveland, el “rey del gospel”, presenta los shows. Su rol es una especie de combinación entre presentador, performer y sacerdote, y también tiene una voz gloriosa. Más tarde en el film, el padre de Aretha, el ministro baptista CL Franklin, da un afectuoso discurso sobre su hija. De todos modos, la película no revela demasiado sobre ella, más de que ya era un genio musical de pequeña en su capacidad para absorber diferentes estilos. 

Al cabo, Amazing Grace se presenta como una celebración de Aretha. Los realizadores deciden no ir más allá en su historia anterior, en el estilo de documentales recientes como los que se hicieron sobre Whitney Houston o  Amy Winehouse. No se habla de los derechos civiles, ni se intenta poner a su objetivo en contexto histórico. El foco parece estar puesto en esa celebración: el documental no está editado de manera especialmente artística, y más allá de uno o dos usos de la pantalla dividida, no intenta ser audaz.

Pollack falleció hace más de una década, y Aretha Franklin murió el año pasado. Los productores, que consiguieron rescatar el material que estaba trabado en los archivos, decidieron hacer una aproximación utilitaria. Todo lo que importa, parecen decir, es la música.

Quizá suene algo herético decirlo, pero Aretha se arriesga en exceso en la canción que da título a la obra. Cantada por ella, la propia palabra “amazing” es estirada casi al borde del quiebre, y acumula varias vocales en tono trémulo, tanto como para hacer desear que se apure un poco y la canta de modo más sencillo. Pero cuando la cantante alcanza las notas más altas, los integrantes del coro están tan abrumados por la emoción y admiración hacia la pura belleza y la potencia de su voz que explotan en un aplauso espontáneo. Al ver Amazing Grace, es muy probable que los espectadores quieran hacer lo mismo: es difícil no adorar su brillantez.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.