Desde Nueva York

Los inmigrantes chinos acaban de bajar del barco en el puerto de San Francisco, y un oficial aduanero grandote y pendenciero le tira a uno de ellos su cuenco de comida al piso. El pobre hombre tiene tanto hambre que intenta comer igual, pero un compatriota suyo lo detiene. El grandote, entonces, se le viene encima: ese muchacho flaquito no parece ser mucha amenaza. Lo que sigue es una paliza en toda la regla, con las artes marciales como son en la vida real: sin luchadores volando por las paredes, sino con dos tipos dándose todo lo duro que pueden y sufriendo cada golpe recibido. Así empieza Warrior, la serie de diez episodios que hoy a las 23 estrena Max Prime. Y que tiene una particularidad que la torna atractiva: está basada en escritos que Bruce Lee intentó llevar a la televisión en los ‘60.

“Creo que esta idea me ha acompañado durante la mitad de mi vida”, aseguró el cineasta taiwanés Justin Lin –uno de los creadores de Warrior–, durante una rueda de prensa de la que participó PáginaI12. “Cuando tenía 8 años, estaba mirando televisión y apareció Kung Fu, y no entendía por qué ese tipo caucásico hablaba un inglés pobre. Cuando crecí, escuché la historia de que Bruce Lee había llevado una idea y que le habían dicho que no podían poner a un asiático a hacer de asiático en televisión, pero pensaba que era una especie de mito. Hasta que un día, por una conversación sobre eso, llamé a Shannon Lee, la hija de Bruce. Ella me confirmó que era verdad y trajo el tratamiento (un adelanto del guión) que Bruce había escrito. Lo leí y pensé: ‘Deberíamos tratar de completar su visión’”.

“Yo siempre supe que ese tratamiento existía; era parte de la historia de mi familia que mi padre había creado un programa, que el programa se hizo y que ni siquiera lo habían convocado”, explica Shannon Lee, que se ocupa del legado de Bruce y es productora ejecutiva de Warrior. “El quería hacer ese programa, yo siempre lo supe. Pero no fue hasta que empecé a encargarme de su legado, a fines de 2000, que vi el tratamiento y lo tuve en las manos. En ese momento no estaba preparada para hacer nada con eso, así que pensé ‘quizás algún día pueda volver a esto y convertirlo en algo’. Es un tratamiento de ocho páginas. Hay múltiples borradores y notas, pero el que él le presentó al estudio tiene ocho páginas. Ese fue el que le mostré a Justin, a quien le importa mucho el legado de mi padre. Y entonces empezamos a trabajar para hacer este programa”.

Lin, que venía de reventar las taquillas con varias de las películas de la saga Rápido y furioso, estaba en el punto de su carrera que le permitía decir “Hagámoslo bien o no lo hagamos”. Y allí fue cuando entró la otra pata creativa de Warrior: el escritor Jonathan Tropper, que ya tenía experiencia televisiva como creador de Banshee. “Hice artes marciales entre los 11 y los 30 años, y cuando era un chico no tenía mucho acceso a estas cosas”, recuerda el autor. “Uno conocía lo que salía por televisión y lo que llegaba al cine: creo que mi primera experiencia fue ver a Chuck Norris, no a Bruce Lee, pero después había una película que daban los sábados a la tarde en un canal local neoyorquino, El regreso del dragón, en la que estaban ambos. Y yo reconocí a Bruce Lee de los pósters, porque lo había visto en pósters pero nunca en acción. Cuando vi esa película, me voló la cabeza y me obsesioné con él. Iba a todos los videoclubes y me decían ‘Tenés que ver Operación dragón’, pero no la tenía nadie. El día que la conseguí, me volví loco y empecé a perseguir todas las películas de Bruce Lee, que eran muy difíciles de conseguir. Pero si estaba en un videoclub y tenían Operación dragón, la alquilaba y la veía de nuevo, al punto que casi me la aprendí de memoria. Me obsesionaba el modo en el que Bruce Lee se movía y cómo hacía artes marciales. Compraba la revista Black Belt y siempre había notas sobre él... Mientras crecía, me hice fanático de las películas de artes marciales, las vi a todas. Cuando Justin y Shannon le llevaron este proyecto a CineMax, yo acababa de hacer Banshee con ellos, y enseguida me entusiasmé un montón con Warrior”.

La serie está ambientada en la San Francisco de fines del siglo XIX, a la que los inmigrantes chinos llegaban para trabajar en la construcción del ferrocarril. Y no eran muy bien recibidos por los locales –a su vez, producto de otras olas inmigratorias o hijos de estas–, que sentían que los recién llegados les robaban los trabajos. Según Lin, el contexto histórico de Warrior está salpicado de problemáticas contemporáneas: “La xenofobia no es un problema que haya desaparecido en Estados Unidos, sólo cambió de forma. Es un país que se construyó gracias a los inmigrantes, pero nunca hizo las paces con su estatus de país de inmigrantes. Cualquiera que haya llegado diez años antes se queja de la siguiente camada de inmigrantes”, se ríe el cineasta.

En la serie, la vieja (y siempre actual) xenofobia se cruza con las guerras de los tongs en el barrio chino de la ciudad californiana       –con prostitución, drogas y violencia incluidas–, la corrupción de las autoridades y la policía, y conflictos familiares arrastrados desde Oriente. Porque cuando Ah Sahm, el protagonista (encarnado por Andrew Koji) llega en busca de su hermana Mai Ling (Dianne Doan), realmente no se espera el lugar que esta ocupa en el entramado turbio que sostiene a San Francisco. Shannon Lee asegura que para ella “era muy importante que los personajes femeninos fueran fuertes y tuvieran poder dentro del mundo en el que operan, que no fueran sólo accesorios para los hombres”. “Mi padre creía en el ser humano todo, además de que le enseñaba a mujeres en sus clases. De hecho, así fue como conoció a mi madre (se ríe). Creo que estaría encantado de ver a mujeres fuertes en el programa”. 

“En cada paso del camino cuidamos que el negocio no nos absorbiera, de tratar de hacerlo del modo correcto y de respetar lo que había dispuesto Bruce Lee”, dice Lin respecto a la serie. “Por supuesto, habían pasado cincuenta años desde que el escribió el tratamiento, pero creo que nuestro trabajo era explorar las temáticas y con suerte entender la esencia de lo que él trataba de hacer para construir el programa de ese modo”. El conflicto racial ya figuraba en el texto del prodigio de las artes marciales: “El había escrito que Ah Sahm bajaba del barco en la Chinatown de San Francisco, se involucraba en las guerras de los tongs (pandillas chinas), y se enfrentaba a ese racismo y chauvinismo institucionalizados. Fue por eso que él quiso ambientarla en aquel momento”. El director dice que el tratamiento escrito por Bruce Lee era “casi posmoderno”. “Cuando lo leés, tenés algo de Sergio Leone pero también de Akira Kurosawa. El trataba de derribar barreras. Al final de cuentas, esta es una historia estadounidense. Y quisimos honrar eso siguiendo el mismo enfoque”.

Una de las cosas que cambiaron desde el tratamiento a la serie fue el rol de Mai Ling: mientras que Bruce Lee había basado su idea en la búsqueda de la hermana del protagonista, los creadores de Warrior pensaron que sería mejor que la encontrara enseguida “y que ella le dijera un montón de cosas en la cara”, según Lin. “Siempre, cuando uno ve al protagonista, piensa: ‘Ah, es el protagonista, debe ser un buen tipo’”. Y entonces tercia Tropper: “No tenemos héroes ni villanos en el programa, son todos parte de un sistema corrupto y tienen que arreglárselas para ver cómo sobrevivir. Queríamos salir de la idea establecida en el cine de kung fu de que el héroe es puro de espíritu e intenciones, que nunca tiene sexo, fuma, se droga o tiene defectos. Queríamos que interpretaran estos papeles como lo haría un actor occidental: son personajes muy complicados, completamente dañados, defectuosos. Y eso incluye algo de sexo...”.

Lo que también se ve claramente en pantalla es la preocupación de los creadores de Warrior por presentar a las artes marciales... al modo de Bruce Lee. “Para nosotros es importante cada aspecto del programa: de qué modo son las peleas, que sean parte de los personajes y la historia, no violencia gratuita, el hecho de que cada uno tiene su modo particular de expresarse a través de los movimientos o las armas...”, asegura Shannon Lee. “A mi padre no le gustaban las películas de kung fu de ese momento porque eran muy fantasiosas, y se lo pasaban volando y peleando con espadas. Él era un verdadero cultor de las artes marciales y decía: si yo te pego una piña en la cara, no vas a seguir peleando, vas a caer y te va a doler. Y necesitamos mostrar eso. Y no puede ser violencia porque sí, tiene que haber una razón. Yo peleo por algo: para hacer una declaración de principios, para que no lastimen a otro...’. Era muy importante que las peleas fueran reales y un poco despelotadas, viscerales; que cuando alguien le pegan, se caiga. Y es muy a propósito en la vena y el espíritu de Bruce Lee”.

Durante la primera etapa de creación de la serie, recuerda Lin, nadie hablaba demasiado sobre la acción: las miradas estaban puestas en el tema, los personajes y el mundo a construir. “Ahora vivimos en Marvelandia, donde todos parecen saber artes marciales”, se ríe el director. “Pero siempre sentimos que, cuando se trata de deportes o luchas, en muchos sentidos es el único modo en el que podemos expresar nuestro verdadero yo. Porque yo puedo decirte que soy el mejor luchador de la historia, pero a los cinco segundos de pelea vos te vas a dar cuenta”. Tropper, como buen fanático de las artes marciales, tiene su opinión: “Estas son pandillas, las apuestas son altas, muere gente a diario. Cuando la gente vuela por encima de los árboles para tener peleas con espadas, vos no te preocupás demasiado acerca de si la gente muere, porque es como ver un ballet. Nosotros queríamos que cada pelea se viera como una pelea callejera sucia, de esas en las que la gente puede morir o quedar muy malherida. Hay una intensidad visceral en eso, que tiene que ver con lo que hacía Bruce Lee; la calidad de la producción era diferente, pero en realidad era lo mismo. Él tomó mucho del teatro honkongonés y lo convirtió más en una pelea callejera: era violenta, peligrosa y la gente podía salir herida. Nosotros pensamos en lo mismo para nuestro programa: queríamos la suciedad peligrosa de Chinatown y que se sintiera que las peleas son reales; no irnos de viaje al mundo de la fantasía sino tener los pies bien apoyados sobre el mundo real”.