Tras la explosión que se llevó la vida de Sandra Calamano y Rubén Rodríguez –vicedirectora y auxiliar docente respectivamente de la Escuela 49 de Moreno–, la comunidad educativa de esa localidad del conurbano bonaerense redobló sus esfuerzos para contrarrestar el destrato que el gobierno neoliberal le dispensa a la educación pública desde que asumió el poder en la República Argentina. La Universidad Nacional de Luján se propuso dar voz a los docentes, padres y alumnos que salieron a luchar por aulas, salarios y condiciones dignas en un documental titulado “Escuela bomba, dolor y lucha en Moreno” que el próximo 2 de agosto, al cumplirse un año de la tragedia, se podrá ver en los cines argentina y en diversos festivales. 

Lo cierto es que la desidia, el desprecio y la indiferencia oficial se hicieron carne cuando aquella fría mañana de agosto el cuerpo de Sandra, tras volar por los aires, yacía sin vida junto a la reja de una propiedad vecina. Meses antes las autoridades responsables del establecimiento habían denunciado un escape de gas que nunca fue atendido por el ministerio. Desde ese entonces se verificó una multitud de denuncias no escuchadas que, junto a un cúmulo de reivindicaciones pendientes, precipitó en la comunidad educativa de Moreno una gesta por la dignidad. Dignidad y educación son dos palabras que la empresa neoliberal necesita escindir para convertir a las personas en meros consumidores, es decir objetos cuyas actividades, horizontes, sueños y anhelos se reducen a las imposiciones que dispone el mercado. En este cerrado marco totalitario que el neoliberalismo nos quiere vender no hay lugar para las preguntas, para el cuestionamiento, ni para la creación, si por la misma entendemos esa práctica que al interrogar los saberes establecidos deja abierta la posibilidad para la construcción del conocimiento. Y por muy precisas razones: se trata de que descubrir, inventar, relacionar, articular, etc.; son operaciones imposibles de llevar a cabo sin la concurrencia del Otro, sea actualizado allí en carne y hueso, sea en el recuerdo, en los textos y sobre todo en la huella de los maestros que con su cariño, pasión y tesón permiten la apropiación de las herramientas de la cultura para generar cultura. Es falso de toda falsedad que el aprendizaje cognitivo marcha escindido del deseo, del amor o de la atracción de los cuerpos. Allí está el juego, recurso esencial del proceso de enseñanza aprendizaje, para demostrarlo. En todo juego, por más que se trate del que practica un niño en solitario, hay un sujeto, un partenaire y una historia por mínima que ésta sea. De allí el aislamiento y el vaciamiento simbólico que distingue la programación de la alianza gobernante. El genio, el inventor o el exitoso –esas trilladas figuras con que la meritocracia agita la ilusión del individualismo–, no son más que el resultado –los emergentes– de un determinado y preciso contexto social. Se ve muy bien cuando en las aulas se trabaja para construir el conocimiento o cuando las mismas se reducen a paredes y muros al servicio de la exclusión, la estigmatización y ese aislamiento cuyo solo destino suele ser la violencia, afuera o adentro de la institución escolar. Bien,  eso quieren hacer con la escuela pública: transformar las aulas en muros de exclusión donde “caen” los que no sirven, los que fracasaron, los que no pueden, los que no alcanzan, los que están demás, los que no importan. Quizás por eso, después de la explosión que se llevó la vida de Sandra y Rubén, en Moreno la educación apareció en las calles. Las clases se hicieron públicas porque son esos precisamente –esos que cayeron en la escuela pública–, los que se escuchan y ayudan, los que tienden la mano, los que les duele ver el sufrimiento de sus hijos o amigos, esos –como Sandra y Rubén– que con su cuerpo, su historia y su pasión están presentes construyendo conocimiento. Esto es: forjar el camino para desalojar la barbarie neoliberal. Se trata de que esta Nación recupere la dignidad que solo la educación le puede brindar.

* Psicoanalista. Licenciado en Psicología (UBA); Magíster en Clínica Psicoanalítica (Unsam); actual doctorando en la UBA; profesor universitario; ex docente en escuelas primarias y secundarias. Fragmento de la intervención compartida en el “Festival de la Resistencia” organizado por el  Instituto Superior de Formación Docente Dr. Ricardo Rojas de la localidad de Moreno, provincia de Buenos Aires.