Cuando en octubre pasado el MoMA neoyorquino adquirió para su colección el set original de dibujos de 144 pixeles creado por Kurita, parecía estar dándose un paso más en el reconocimiento del emoji como herramienta comunicacional indispensable de un tiempo a esta parte. La curadora del prestigioso museo, que en 2010 fue impulsora en la compra del símbolo “@”, explicaba en octubre: “En algún sentido, lo que adquirimos es en realidad una nueva plataforma comunicacional”. Y vaya que lo es.

Frente a las muchas (in)correcciones políticas del lenguaje emoji (los tonos de piel y las parejas diversas, las Islas Malvinas presentes en la versión última de la bandera inglesa y la tardía incorporación de la bandera del orgullo), podría existir una clave interpretativa en la ansiedad por volver simultáneamente más personal y más universal un sistema simbólico que de tan reciente exige la incorporación de nuevas figuras de manera casi constante. Queremos perfeccionar esta nueva arma. En su momento, el Consortium que aprueba las adiciones y cambios al lenguaje emoji explicó que los seis tonos de piel responden a un código médico que estipula variantes en la escala, aunque en rigor dos de esos seis tonos fueron fundidos en uno nuevo y único por cuestiones de programación y el amarillo simpsonesco que puede encontrarse desde cualquier teclado de smartphone fue añadido como tono “neutral” en alusión al clásico color del smiley, que se supone es universal, exento cuando menos de etnia aparente y que nos acompaña hace casi medio siglo. 

Si nos falta cómo decirlo, o más bien, cómo ilustrarlo, entonces buscaremos la forma de componerlo con más de un emoji. El índice recto apuntando al agujero negro/pote de miel/dedos en círculo tiene una lectura tan clara como la lengua aledaña a una banana, una cereza o ese mismo tarro dulce al que acaba de entrar un dedo. ¿Qué ocurre con aquellas prácticas y aquellos gustos que no cuadran ni pueden formarse en el unicode emoji? Una idea: establecer (no tan) nuevos significados. Que la caña con pez colgando del anzuelo quiera decir “levante”; que la medalla o el trofeo seguidos de un durazno/brochette/buzón abierto ponderen una anatomía; que las espadas cruzándose sean, como aparece en Grindr, una paja cruzada; y que el moái de la Isla de Pascua sea… lo que cada unx precise. No siempre vale la pena entrar en campaña inclusiva, como dicen que existe para que el mate sea vuelto emoji; ni tampoco tenemos la suerte de Lady Gaga, que fue la primera persona en contar con emoji propio para uso en Twitter.