La literatura, como la historia argentina, a veces, tiene que leerse en clave fantástica. Y, si se puede, hasta propia de la ciencia ficción o el terror. Operación masacre, texto y emblema que marca el destino de la literatura de convertirse en herramienta de la acción política es también, mirado desde cierto ángulo, una novela de zombies: ¿o no hay, acaso, “un fusilado que vive”? ¿O toda la obra de Borges no es un intento deliberado por producir esa ambigüedad entre el discurso de lo real, cuyo modelo es el histórico, con otros registros, que dan vuelta todo presupuesto en torno a qué podemos considerar como valedero? Ascenso y apogeo del imperio argentino, segunda novela de Michel Nieva, es un relato absorbente, concéntrico, porque parece que todo lo atrae sobre sí, pero también excéntrico, porque por más que concentre la médula misma del “relato” nacional, está por fuera de todo eje, de toda tradición posible. Mejor, hace algo que parece fundar, retrospectivamente, su propia tradición.
¿Qué pasa en la novela? Fragmentaria, casi compuesta por capítulos que parecen cuentos, su primera parte, “El escritor argentino y la tradición –reflexiones sobre una literatura imperial–”, sienta las bases de las principales preocupaciones del resto de la obra. Situados en un futuro bastante lejano, en una realidad paralela en donde “Argentina” es el nombre de un imperio intergaláctico, uno de sus más importantes escribas, con tonos evidentemente borgeanos, plantea la posibilidad de una obra en donde eso, la “Argentina”, sea un “paisucho confinado al sur de Sudamérica, republiqueta sojera agroproductora” en la cual sus habitantes encuentran como explicación a un destino de paria “incongruentes megaconspiraciones paranoicas”. Así, comenzamos una serie de episodios reunidos en una sección más amplia llamada “Declinación y caída del imperio argentino (historias contrafácticas)”, parte en la que se cuentan detalles que nos remiten a esa Argentina perdedora, atosigada por magnates que se hacen pasar por políticos, atravesada por individuos que creen que existe una conspiración francesa desde 1838, cautivada por reuniones secretas en clubes de barrio venidos a menos y fascinada por el consumo de carne transgénica de unos seres mitad toros (de la Sociedad Rural) y mitad cerdos que se llaman, a falta de mejor término, “serdos”.
Nieva deposita en una ficción poderosa, contundente, cerrada como puño de pugilista en pleno acto de noquear al contrincante, una posibilidad que nos remonta a “Tlön, Uqbar Orbis Tertius”, pero filtrado por Osvaldo Lamborghini: ¿qué pasa si una Argentina fuertemente parecida a la que habitamos ahora es en realidad una hipótesis de un imperio argentino que, desde una realidad paralela, imagina lo imposible? ¿No nos da la pesadillesca sensación de que, a veces, todo esto que nos sucede es fruto de la enfermiza imaginación de un escritor trasnochado? Bueno, si es así, Nieva es el que mejor traduce ese clima en una novela que poco tiene que ver con la denuncia y mucho, sí, con la escritura en su mejor estado: libre de cualquier atadura con respecto a “lo real”.
Luego de una primera novela con tintes propios de Philip K. Dick, ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos? (Santiago Arcos, 2013), aquí Nieva sigue en el mismo espíritu con un trabajo que, por momentos, recuerda la base contrafáctica de El hombre en el castillo, pero en lugar de plantear una Norteamérica dominada por los japoneses, lo que hace es ofrecer el reflejo oscuro de la Argentina, que es la posibilidad de ser un imperio. Casi como si cumpliese los más onanistas sueños de la tradición liberal local. Por eso, si la ciencia ficción argentina de los últimos años supo alimentarse de la matriz narrativa peronista para construir novelas que terminaban abrazando la fantasía (como El derecho de las bestias de Hugo Salas) o disponiéndose, en cierta variante popular, a la lógica de los así llamados relatos de género (como sucede en la novelística de Leo Oyola), aquí Nieva va directamente a la fuente y construye un trabajo que tiene como base la imaginación liberal del siglo XIX y resulta, por lo tanto, una parodia borgeana del Facundo. Con un humor mucho más mordaz y atrevido, vale la pena destacar.
Así, en la novela, cada pequeña parte se conecta con la otra, terminando en viajes a Júpiter, desfiles de muertos de hambre enganchados a la carne animal como adictos sin consciencia, y un uso de la lengua que marca la atención que el autor presta al lenguaje, mostrando la veta poética que también ha desarrollado en libros anteriores (Papelera de reciclaje, aparecido en el sello Huesos de Jibia en 2011) o en la traducción que sacó, junto a Zara Benaventos Ceppi, de los fragmentos de Heráclito (en una colección de poesía de la editorial Nulú Bonsai). Ascenso y apogeo del imperio argentino bien puede ser leído como un intento de contar la historia, pero a contrapelo. Porque, bien lo sabemos, frente al cinismo imperante en términos del relato oficial, siempre conviene disponer y apuntar con justeza las armas de la más irreverente ciencia ficción. Y disparar.