En el origen vernáculo de este furor estuvo, claro, Cirque du Soleil, que con su espectáculo “Saltinbamco” llegó a la Argentina por primera vez en 2006. Antes, en 2004, “El deseo”, la telenovela de Telefé que “enteló” a Natalia Oreiro por sólo seis meses y que al son de su versión de “Light my fire”, la transformó en blonda “davidlyncheana” con catsuit de símil lagarto y total apertura de piernas entre sábana y sábana. Oreiro suspendida en el aire (y en el rating) también tiene “la culpa”. Poco tiempo después, el coréografo Flavio Mendoza impuso su “water in art”: fauna y flora circense en escena. Un racimo de gimnastas, atletas, clowns, bailarinas y figuras mediáticas que, con el impulso del cabezón de los bloopers detrás, llenó y llenó teatros. Con estos antecedentes -y los de la nocturnidad porteña, desde boliches como “Nave jungla” en los 90, “Club 69” hoy y siempre y ya en plenos 2 mil, las fiestas “Plop”- la inquietud por “pasar a ver el circo” y “colgarse” no ha parado de crecer. Escuelas, escuelitas, centros culturales, Buenos Aires Polo Circo, 8 festivales internacionales y la caída del “cuerpo masculino de gimnasio” como único deseo del puto desde su más puta infancia.
Tela para cortar
El circo es una práctica artística diversificada en cuyo seno, la acrobacia en tela -tradicionalmente reservada para mujeres- agrupa mucho gay a lo James Franco. “Desde hace cuatro años hago acrobacia con mi marido, Sergio, en Circódromo, en La Paternal. Ya tenía varios amigos que hacían. Es bastante común que se haga en pareja” cuenta Martín Butta, 27, politólogo graduado en la UBA y empleado del Consejo Nacional de las Mujeres. “Estamos preparando un número juntos e hicimos un seminario intensivo con el Dúo Cardio, de México, que de hecho son marido y mujer”. Dener Hernández, con la edad de Cristo, cuenta por su parte que arrancó a los 19, antes de que el telaje empezara a popularizarse. Descubrió un curso en el Rojas dictado por el maestro Luis Lescano, se lanzó y resultó ser un notable acróbata. Hoy, gracias a la masificación de la disciplina, vive de la docencia en el Pequeño Galpón Ilustrado, en Parque Chacabuco. “La acrobacia aérea no es una disciplina separada del circo, pero siempre me interesó mucho más lo aéreo porque es más físico, más intrépido”. Dener alterna su entrenamiento diario -descansa únicamente los domingos- con clases de danza y gimnasio, que suele compartir con Nicolás, su novio gimnasta: “El circo tiene esta cosa específica de que la gente que hace malabares no hace aéreo; la gente que hace clown no hace malabares y los trapecistas no hacen manipulación de objetos”. Butta, en este orden, se anima a historizar: “Los que hace tres décadas que hacen circo cuentan que primero fue el desguase de los ex circos tradicionales, que ya casi no quedan; con animales y carpa itinerante, aunque hay países en los que aún es muy fuerte el movimiento, como México y Francia”. El cese de la itinerancia y el consecuente pase a una residencia fija en grandes ciudades como Buenos Aires, fue acercando interesados, en muchos casos exhortados por el mandato de la actividad física y “la vida sana”. ¿Pero por qué, en ese contexto, el circo devino espacio de tanta visibilidad diversa? En cierta libertad y margen de experimentación -refractarios a las doxas de la musculación, lo puramente aeróbico y el medioambiente anabolizado del gimnasio- puede haber una primera explicación: “Una cosa es practicar y otra es hacer shows. Igual, no hay escalafones: podés tener poca práctica y no mucha técnica, pero hacer algo medio payasesco que puede encantar igual que el número más perfecto técnicamente” asegura Martín. En esta dirección, Miguel Moses, que creció en Bariloche y hoy, a los 29, dirige La Peperina, su espacio en el barrio de Flores, apunta: “Como arte visual, considerado menor, el circo ofrece un mundo de exploración para las personas. Es una actividad que no vas a hacer en un gimnasio y que no tiene tantos condicionamientos, pero que te da muchísima información para tu búsqueda personal”. Responsable el año pasado de la super queer Varieté Menjunje durante la 25ª Marcha del Orgullo, como docente Miguel intenta no sólo visibilidad sino también cuestionar: “Tengo una tendencia a militar para que el circo se vuelva cada vez más un espacio libre de prejuicios y estructuras, porque es muy diverso pero todavía hay machismo, como le ocurrió a la danza clásica, en teoría sólo para mujeres y con bailarines gays”. Dener se aventura en otra hipótesis: “Yo creo que en la práctica hay tantos homosexuales porque te posiciona distinto respecto de tu cuerpo: te hace usar el cuerpo de una manera que no es la forma estereotipada del gimnasio; te permite vincularte con otras personas, te permite socializar”. Y más lejos aún, sostiene: “Uno, al nacer en una sociedad heterosexual, siendo homosexual, necesita otros recursos para poder acercarse a su propio cuerpo”. Una reeducación del cuerpo “varonil”, acechado o ensombrecido por el cuerpo del centro, el de “macho total”. Martín Butta enfatiza la conexión de los cuerpos, pero no un nivel ni sexual ni aspiracional, aunque confirma que en general “quedás entre marcadito, estirado y estilizado”: “Con mi marido, entrenando, creo que nunca nos hemos dado ni un beso. Ahora estuvimos ensayando cómo ponernos uno arriba del otro, por ejemplo. El que está arriba tiene que tener una confianza total con el que está abajo, saber que no lo va a soltar, que lo va poder sostener y que va a hacer las cosas que estaban pautadas”. Miguel Moses también ha trabajado con su pareja en el pasado: “Las cuestiones físicas relajan; te permiten conocer a las personas desde otros lugares. En esto, necesitás entrar en un determinado nivel de conciencia física para poder manejar el cuerpo en el aire. Empezás a entender muchas cosas de tu cuerpo que en otras actividades no descubrirías”. Moses ha tenido alumnos heterosexuales, gays y lesbianas pero nunca personas trans. Por eso, está articulando un programa para atraerlas: “Como toda actividad física, tiene su efecto. Es un entrenamiento muy completo pero cada cuerpo reacciona diferente. Por ejemplo, a las personas gordas puede llevarles un poco más de tiempo poder practicar, pero hay un cambio de estado muy veloz”. En las muestras habituales de cada escuela, la draga interna y el transformista innato que muchos llevan dentro, aparece en forma de glitter, calzas multicolores y una carnavalización de muecas: en palabras de Martín, “si entrás a Pinterest y buscás imágenes de circo, es muy difícil que encuentres una mallita negra”. Porque, eso sí, hay leyes inalterables: antes muertas que sencillas, así en la vida como en el coliseo.