El padre de un chico de 12 años le exigió al colegio que no diera clases de educación sexual, y amenazó con "ir la justicia".
¿A alguna familia se le ocurriría ir a la escuela a exigir que a su hijo o hija no le enseñen la regla de tres? ¿Algún padre iría a solicitar que a su hija no le impartan clases de ortografía o no se trabaje con las conjugaciones verbales? ¿Alguna madre pensaría en reclamar porque a su hijo le están enseñando sobre la conquista de América o la alimentación saludable? Creeríamos que no. Pero ese señor en Chubut no es el primero que arma un escándalo e interpela a los equipos docentes y directivos por haber trabajado en el marco de la Ley Nacional 26.150, de Educación Sexual Integral.
Y el señor se equivoca también al suponer que las escuelas deben pedir permiso. De ninguna manera. Las escuelas deberían invitar a las familias para compartir diversas actividades, y al contar sobre el proyecto educativo podría incluir cuáles de los contenidos que los diseños curriculares prescriben para la ESI se van a trabajar ese año. Existe una resolución del Consejo Federal de Educación que estipula cuáles son los contenidos mínimos que todas las escuelas y en todos los niveles deben trabajar con sus estudiantes.
¿Qué familia expresaría su oposición si un docente dice que van a trabajar la resolución de conflictos o sobre la autonomía para la toma de decisiones? ¿Quién se enojaría si una docente asegura que van a trabajar con factores protectores para prevenir situaciones de abuso sexual infantil? ¿Y si nos dicen que van a debatir sobre las maneras de hacer un uso más cuidadoso de las redes sociales? ¿Si la propuesta está focalizada en favorecer y valorar la expresión de sentimientos y emociones? Trabajar sobre el cuidado del cuerpo, cómo construir vínculos entre las personas, sobre la construcción de la identidad y de un proyecto de vida. Pero también, sobre la igualdad de oportunidades para niñas y niños en juegos y trabajos (evitando estereotipos de género), el derecho de las personas a vivir su sexualidad de acuerdo a sus convicciones y preferencias en el marco del respeto por los/as otros/as y la posibilidad de conocer los derechos que niños, niñas y adolescentes tienen (y qué hacer si no se cumplen...) son algunos de esos contenidos que en las escuelas tenemos que abordar.
Pero además, sería muy importante que todos supiéramos que una escuela no sólo trabaja la ESI cuando hace un taller (e invita a alguien a dar una charla con estudiantes, como la que relata el señor enojado). En las escuelas siempre enseñamos sobre sexualidad. Por acción o por omisión. Al hacer algunas cosas, al decir otras. Pero también si nos callamos, si ocultamos. Lo más importante es pensar si estamos trabajando para que esa educación en sexualidad esté planteada desde la perspectiva de la integralidad (es decir, considerando los diferentes aspectos que la caracterizan: biológicos, psicológicos, sociales, afectivos y éticos, según la propia ley).
El padre querellante asegura que se está vulnerando su "derecho como padre". Habría que actualizarlo y decirle que el Código Civil habla de responsabilidad parental, que es bien distinto. El derecho a tener ESI es de chicos y chicas, y eso es lo que debe prevalecer. Más allá de que haya temas sobre los que algunas familias prefieran no hablar con sus hijos e hijas, las escuelas tenemos la responsabilidad de garantizar que así sea.
Lucía Schiariti: Docente. Especialista en Educación Sexual Integral.