Claudio Altamirano es, entre muchas otras cosas, coordinador del programa Educación y Memoria, que depende del Ministerio de Educación porteño. La excusa para entrevistarlo fue la presentación de su libro Identidad. Educar en la memoria, en el que compila entrevistas a Abuelas, Madres y nietos recuperados, para acercar “esas historias de vida y muerte, de amor y de horror”, a los estudiantes secundarios, a quienes están dirigidos el programa, el libro (uno de los varios de Altamirano) y en general todo el trabajo de este profesor especializado en enseñanza primaria, retardo mental y discapacidad de la audición. Ejerció como maestro de grado en una escuela del Bajo Flores y desarrolla un intenso trabajo en derechos humanos, especialmente con las Abuelas, de las que cuenta que “una vez me hicieron zafar de un despelote aduanero. Llegué a Holanda y me pararon los de migraciones. Usé como salvoconducto una bolsa de Abuelas llena de libros. Les mostré la bolsa con el logo y les dije que llevaba los libros de parte de ellas. Apenas les mostré eso, todo se allanó. En Holanda y en el resto de Europa respetan muchísimo a las Abuelas. ¡Las aman!”.
–¿Qué camino espera para este libro?
–Quiero que llegue a manos de los pibes, que se lo apropien, que sientan propias esas historias. Por eso vamos a las escuelas con Abuelas, Madres y nietos recuperados a charlar con ellos, contarles lo que pasó, lo que sigue pasando, qué se puede hacer para que no vuelva a pasar. Es increíble ver a los chicos cuando escuchan estas historias, cuando preguntan, cuando se dan cuenta de que esto nos incluye a todos.
–Lo ve como parte de la pelea por entender que no es el pasado, o volver la vista atrás...
–Claro. Queremos que para todos, pero especialmente para los chicos, quede claro que lo que pasó en la dictadura no se terminó, sigue pasando. Y por eso es importante que ellos sepan, que tomen la posta, que sigan buscando a los nietos, que no dejen que nadie les diga que ya está, que hay que cerrar el capítulo.
–Es sorprendente que usted, y el programa, hayan sobrevivido, ya que no parece la línea que defienden la ministra Acuña y el resto del gobierno porteño.
–Sí, yo también lo veo sorprendente. Pero siempre creí que el hacer era un buen escudo. Yo soy muy mandado, hago lo que tengo que hacer y creo que justamente esa exposición es lo que impide que el programa sea levantado.
–Usted empezó como docente.
–En el 88, en una escuela del Bajo Flores. Ahí también pude hacer un trabajo que excedió los contenidos curriculares en el aula. Sentí la necesidad de mostrar las historias de esos chicos. Entonces estudié en el Instituto de Arte Cinematográfico y después armamos un grupo para hacer audiovisuales con maestros de la escuela pública. El primer documental que hicimos, en el 96, fue Se alumbra la vida, sobre una alumna víctima de abuso sexual. Ese trabajo recibió varios premios. Al año siguiente, una alumna mía hizo también un documental que fue premiado, El futuro, ¿será para todos?, sobre la problemática del trabajo infantil. El disparador fue la historia de una alumna que laburaba vendiendo flores, entonces estaba cansada y se dormía en las clases. Esos documentales y el trabajo del 98, Por los niñ@s. Hechos y derechos, que publicó Ctera, me acercaron a los organismos de derechos humanos. A partir de todo ese trabajo, se pudo hacer un muy buen laburo con Estela, desde mi condición de docente.
–Viene desde hace mucho lo de mandarse a hacer cosas...
–¡Claro! Todo eso me protegió para que no me dinamitaran. Mucho laburo, mucha visibilidad, mucho contexto... Todo eso me ayudó a resguardar mi trabajo.
–¿Para quién es ese trabajo? O mejor, esos trabajos...
–No me gusta trabajar para los convencidos. Todo lo hago pensando en un colectivo más grande, en llegar a gente que no conoce o no piensa lo mismo.
–¿Y cómo fue el pasaje del maestro de grado al funcionario?
–El programa Educación y Memoria empezó en 2008. A mí al principio me llamaron para hacer la prensa de la Dirección General de Educación, para difundir los programas. Me sacan de la escuela, en comisión, para hacer prensa. Mi primera actividad fue un acto por el 24 de marzo. Iba armando cosas según el calendario. Fuimos llenando de contenido el programa a partir de las efemérides.
–¿Cómo definiría el programa?
–Es un puente entre la escuela y la política de derechos humanos. Queremos construir memoria para armar herramientas pedagógicas. Así los profesores tienen elementos para transmitirles a los chicos. Y también es una herramienta para favorecer la relación entre las Abuelas, las Madres y los nietos recuperados con los estudiantes actuales justamente para, como decíamos antes, impedir que todo quede cerrado y ajeno al presente.