El consumo de carne de cerdo viene creciendo aceleradamente en el país, habiendo alcanzado en 2016 un rango de 12,5 kilogramos promedio por persona. La producción, y el desarrollo del sector, también evidenciaba una evolución auspiciosa hasta 2015, con crecimientos promedio de la faena del 12 por ciento anual, pero en 2016 se desaceleró. El principal obstáculo a esta evolución fue el crecimiento exponencial de la competencia importada, que sólo en el año 2016 tuvo un incremento mayor al 120 por ciento. La política comercial del gobierno favorece esa presencia de productos importados en el mercado interno como un modo de contener la inflación, por lo cual la tendencia no se detendría en este año 2017. De hecho, una sola cadena comercial ya importó carne de cerdo en el mes de enero por 71.255 kilogramos: nada menos que La Anónima, perteneciente a la familia Braun, la misma de origen del actual secretario de Comercio. 

El cerdo importado llega, fundamentalmente, de Brasil y Dinamarca, como cortes congelados que luego se venden en los hípermercados como carne fresca. Los cortes más vendidos de carne de cerdo son el carré, solomillo y la bondiola, precisamente en los que la oferta extranjera es mayor. La razón por la cual el cerdo de Dinamarca llega al país con precios competitivos es la vigencia de las sanciones comerciales que la Unión Europea aún le aplica a Rusia. La pérdida del mercado ruso para los frigoríficos daneses llevó a que ofrezcan el mismo producto a valores de liquidación en destinos remotos. Consecuencias de una globalización en la que, quien no se cuida, paga los platos que rompen los otros. 

La información sobre el importante volumen de carne de cerdo importado por La Anónima en enero repercutió fuerte en Santa Fe, tercera provincia productora, donde las difíciles condiciones de mercado del año pasado dejaron huella entre los productores más pequeños. Además del ya mencionado impacto del ingreso masivo de cerdo importado, que le puso un techo a los precios pese a la megadevaluación de diciembre de 2015, el sector sufrió las consecuencias del aumento de los costos de producción en más de un cien por ciento en algunos de los principales rubros, como el maíz, que reflejó el doble efecto del salto del dólar y la eliminación de retenciones. “Nos obligaron a pagar el maíz para alimentar a los cerdos al precio de exportación”, se quejó un dirigente del sector, admitiendo que muchos productores pequeños no pudieron sobrellevar el desbalance. 

Un fenómeno curioso, en un sector donde pese al contexto general se mantuvo el alza del consumo –la carne de cerdo pasó a ser relativamente más barata que otros bienes alternativos– y en los últimos años había sido escenario de un importante desarrollo con alto nivel de inversiones. Pero al aumento de los insumos para la alimentación, se suma el del costo de la energía –un rubro altamente significativo para la cadena de frío–, de la mano de los tarifazos, y el aplastamiento de los precios y sustitución en la oferta a manos de la importación. 

Fuentes empresarias de la provincia de Santa Fe recuerdan que “ya no existen las barreras sanitarias” que limitaban la posibilidad de comercializar la carne porcina de determinadas provincias. Tampoco hay escasez de producto local, con lo cual la importación es sólo el aprovechamiento de una oportunidad que ofrece el mundo, que puede ser muy rentable para una cadena en particular pero muy perjudicial para el desarrollo del sector productor. 

Los precios de liquidación daneses le quitan rentabilidad a la producción local y saca del mercado a los más chicos. La industria de carne porcina brasileña se caracteriza por tener empresas de gran tamaño y generalmente integradas –producción y faena–, con lo cual las facilidades de acceso al mercado argentino también pueden ser un acta de defunción para muchos productores y faenadores locales. La evolución del sector porcino en los últimos años se había convertido en una opción interesante en el área de agronegocios, donde la sojización produjo un proceso de concentración económica y desplazamiento de las pequeñas unidades. 

Finalmente, no son los consumidores quienes, en definitiva, se vean beneficiados por la interrupción del crecimiento en la producción local, sino las cadenas de hipermercados que aumentan su tasa de ganancias. Los productores del litoral, pero también de la Patagonia, están prendiendo señales de alarma, pero hasta ahora sin ser escuchados.