El inventario sentimental podría ser una experiencia condenada al fracaso. Como si el eco de una frase de Samuel Beckett volviera: “Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Esa catalogación imposible es lo que se propone la narradora y protagonista de Los amores de una vida, de la escritora suiza Monique Schwitter, novela publicada por Edhasa con traducción del escritor Ariel Magnus –que se presenta hoy a las 18 en la Feria del Libro–, cuando googlea el nombre y apellido de su primer amor, Petrus, desde un incipiente malestar inicial, y descubre que murió hace más de cuatro años. Petrus se arrojó de la ventana de un octavo piso. “¿Cómo puede afectarle a uno la noticia de la muerte de una persona a la que no se extrañó durante años?”, se pregunta esta narradora que está casada y tiene dos hijos. Ese descubrimiento empuja la narración a un ir y venir entre el pasado y el presente, a un golpeteo tras otro bajo distintas formas y rostros.
El pasado siempre vuelve y Schwitter –que nació en Zurich y desde 2005 vive en Hamburgo– explora ese regreso y las esquirlas que genera en el plano íntimo y político. “Hay un momento en que el pasado nos alcanza y uno se da cuenta de que no hay manera de hacer caso omiso de la propia historia. En el amor hay una doble promesa: promete lo nuevo y que va a durar para siempre. Esa doble promesa parece irresistible y quizá sea la explicación de por qué nos volvemos a enamorar una y otra vez”, plantea la escritora suiza en la entrevista con PáginaI12. Schwitter, invitada por el Goethe-Institut, estudió actuación y dirección teatral en Salzburgo y trabajó en teatros de Suiza, Austria y Alemania. Escribió obras de teatro, pero su cara se transforman cuando se le pregunta por el tema. “No pude tolerar las puestas en escena que se hicieron de mis obras”, confiesa
–¿Hasta qué punto Los amores de una vida juega con lo autobiográfico?
–Es posible encontrar elementos y vincularlos con lo autobiográfico, pero juego con las formas posmodernas de la construcción del “yo”. El libro parece decir que sí es autobiográfico, aunque no lo es porque es extremadamente formal la manera en que está tratado el tema autobiográfico, y se tematiza también la relación que hay entre la vida y la escritura. Escribir es idéntico a vivir y la narradora a través de la escritura intenta comprender la esencia del amor con el objetivo de salvar la relación amorosa con su marido.
–Para la narradora es importante saber si quien será su esposo, Philipp, tiene familiares nazis. ¿Por qué el pasado nazi vuelve en la narrativa de los escritores que escriben en lengua alemana?
–La historia está en cada una de las familias que tienen vínculos con el pasado nacionalsocialista. En el caso de la novela, el tema aparece en el momento en que ella está dispuesta a tomar el nombre. Los nombres son algo muy relevante en la novela porque se plantea la pregunta qué es un nombre y qué significa. La novela podría ser una especie de ensayo que demuestra lo importante que es el nombre y creo que es una cuestión crucial el momento en que una persona toma la decisión de asumir el nombre de otro, una costumbre que probablemente se vaya extinguiendo con el tiempo. La idea de tomar el nombre de otro es algo monstruoso, pero la persona que decide hacerlo dice: “Si voy a tomar tu nombre, necesito saber quién sos, cuál es tu pasado”. Pienso en mis hijos; nosotros vivimos en Hamburgo, pero ellos son conscientes de que son suizos y a la vez saben también que son alemanes. Ellos se interesan mucho por lo que pasó con el nacionalsocialismo y les genera mucha inquietud. Eso me hace pensar que el horror que generó el nazismo no va a desaparecer tan rápidamente, aunque existan mecanismos en la sociedad que intentan reprimir el recuerdo y hay un gran deseo de empezar de nuevo olvidando lo que sucedió; un nuevo comienzo que borre lo anterior. Siempre habrá personas de naturaleza más sensibles que nunca olvidarán el horror de lo que hicieron sus antepasados.