“Sin amor no merece la pena vivir”, dice la “loca” Ángela en el Madrid de 2110. La frase se convertirá en el estribillo de Los tiempos del odio (Seix Barral), la tercera novela de Rosa Montero protagonizada por Bruna Husky, la detective androide que apareció en Lágrimas en la lluvia (2011) y El peso del corazón (2015). Bruna sabe que morirá por un Tumor Total Tecno, un indeseado proceso degenerativo multiorgánico. Le quedan poco más de tres años y tres meses de vida. Más allá de la obsesión con la muerte, de esa cuenta regresiva que la enferma de miedo y rabia, la desaparición del inspector Lizard, el humano del que está enamorada, la llevará a sumergirse en una vertiginosa investigación. La androide descubrirá a los Nuevos Antiguos, una colonia que reniega de la tecnología y cuestiona la esclavitud que generan las máquinas. En ese mundo, donde la violencia y las ejecuciones son como el pan indigesto del terror cotidiano, se producirá hacia el final una gran revelación sobre la identidad de Bruna.
Montero –que presentó la novela ayer en la Feria del Libro– no quiere espoilear aspectos cruciales de Los tiempos del odio. “Uno de los personajes le cuenta algo a Bruna que me ha hecho comprender como autora aspectos de mi relación con ella. Bruna y yo nos parecemos demasiado”, reconoce la autora de La hija del caníbal, La ridícula idea de no volver a verte y La loca de la casa, entre otros títulos, en la entrevista con PáginaI12.
–Uno de los personajes dice: “La belleza es la única eternidad posible”. ¿Por qué en Los tiempos del odio está tan presente la cuestión de la belleza?
–Lo que nos salva a los humanos es la belleza. Yo escribo para intentar buscarle un sentido al mal y al dolor, un sentido que sé que no existe. Pero ese sentido, puesto que no existe, lo arropamos con el esplendor de la belleza, que es en sí mismo la inutilidad más necesaria que tenemos los humanos. En la Segunda Guerra Mundial, para evitar el expolio de los alemanes en París, se ocultaron las piezas más importantes del Louvre. Un conservador del Louvre se llevó la Gioconda y vivió todo el tiempo de la ocupación con la Gioconda, poniendo en riesgo su vida. Me parece lógico que lo hiciera. ¿Por qué? Esa belleza inútil es lo más necesario que tenemos para darle una apariencia de sentido a la vida.
–Si ese año 2110 en el que transcurre la novela remite a “los tiempos del odio” del título, ¿qué decir de este presente?
–Es exactamente igual. Las novelas de Bruna son las más realistas que he escrito. La ciencia ficción es muy incomprendida en el mundo hispano; la gente cree que trata de cosas esotéricas, raras, frías y tecnológicas, que no tiene que ver con nuestra vida y con nuestras emociones. Pero es todo lo contrario: la ciencia ficción te da una herramienta metafórica poderosísima para hablar de la condición humana, para hablar del aquí y ahora. En ese sentido, mi novela no es una distopía, palabra de moda, no es un futuro catastrófico, es un futuro realista intercambiable con el de hoy. Cuando empecé a escribir hace doce años la primera novela de Bruna, veía una añoranza de las dictaduras, de los dogmas, de los extremismos, de los fanatismos; y un descreimiento creciente en la democracia. Eso no ha hecho más que crecer; vivimos en los tiempos del odio en que la democracia está atravesando una crisis de credibilidad, una crisis de legitimidad, como casi nunca en su historia. Solamente recuerdo otra época igual y es la República de Weimar, como para echarse a temblar. La transparencia democrática, que está muy bien, deja ver todas las lacras, que son muchas; deja ver la corrupción y la injusticia. Entonces mucha gente no se está sintiendo representada y equivocadamente y con falta de conocimiento se está lanzando en brazos de la falsa pureza de los dogmas.
–Vox en España, por ejemplo…
–Claro, pero también la demagogia de Trump, de Bolsonaro, que han llegado al poder votados por millones de personas con unos discursos claramente de odio. No es solamente Vox, que son los últimos que han entrado en la fiesta, porque toda Europa se está fascistizando. Y no solamente puede ser de extrema derecha, sino de extrema izquierda, como Nicaragua o Venezuela. Es un momento muy preocupante porque podemos perder los logros democráticos conseguidos durante siglos con sangre, sudor y lágrimas. Pero en Los tiempos del odio hay esperanza porque si peleas, te comprometes, si eliges desenmascarar las mentiras, se puede hacer un mundo un poco mejor en esta larga lucha entre la luz y las tinieblas, ¿no? La novela termina bien; gana la luz la batalla de esta guerra eterna.
–¿Por qué los discursos del odio tienen tanto predicamento?
–Lo que está claro es que ha sido a partir de la última crisis económica, pasó lo mismo en la República de Weimar. La primera vez que se presentó el partido de Hitler sacó un dos por ciento y pico de votos. A los dos años se volvió a presentar y sacó uno por ciento de votos, o sea que iba para abajo y además era casi residual. Al año y medio hubo unas terceras elecciones, se volvió a presentar y sacó un 18 por ciento de votos, el segundo partido más votado y el comienzo el infierno. ¿Qué había pasado en ese año y medio? La crisis del 29. Hay una novela maravillosa de Arthur Solmssen, Una princesa en Berlín, que cuenta un poco esta época. La inflación era tan brutal en la Alemania de la República de Weimar que le pagaban a la gente al mediodía para que pudiera comprar comida porque al día siguiente ese dinero ya no valía nada. La gente recibía cartas del banco en las que les decían que sus ahorros de toda la vida habían desaparecido y los sellos de esas cartas valían más que esos ahorros. Toda esta gente empobrecida estaba sufriendo de manera brutal y los ricos cada vez eran más ricos. La crisis última ha empobrecido a un cuarto de la población mundial y la gente empobrecida y hecha polvo ve que los ricos que han provocado esta crisis siguen en los mismos puestos de poder, siguen fortalecidos, siguen teniendo cada vez más dinero, salvo en Islandia, que metieron en la cárcel a dos banqueros. Esta población empobrecida cree en la falsa pureza del dogma de estos demagogos que viven instalados en la mentira. La gente es muy ignorante y también muy inocente.
–En la novela aparece el EJI (Ejército de la Justicia Instantánea) que podría compararse con el terrorismo del ISIS, ¿no?
–Sí, pero en la novela no son religiosos. La realidad me ha ido siguiendo en mis novelas de Bruna. Cuando salió la primera, Lágrimas en la lluvia, la tierra tiene una democracia imperfecta, como las nuestras, y luego hay dos plataformas orbitales habitadas por dos tiranías: una es laica, totalitaria y super tecnológica, como si fuera un neo estalinismo, y la otra es una plataforma retrógrada, fanática híper religiosa, esclavista, machista, arcaica, terrorífica. Cuando la escribí pensé en la sociedad más horrorosa que se me ocurriera. Salió la novela y a los años apareció el Isis. Y el Isis es mucho peor que esa sociedad que me inventé.
–Hay un grupo anti tecnológico en la novela que en un momento bastante crucial tiene que consultar si permiten el uso del móvil. ¿Cómo explica esa radicalización?
–Hay una sociedad de Nuevos Antiguos, una sociedad retrógrada como las hay ahora porque ya existen este tipo de sociedades. Una de las críticas que hace uno de los personajes que pertenece a esta secta puede parecer sensata, pero son igual de intolerantes y fanáticos. Eso me gusta del libro, porque está escrito en todas las escalas del gris: los buenos no son buenísimos, los malos no son malísimos; los buenos parecen malos, los malos parecen buenos. Todos tienen algo de verdad.
–Es verdad que la tecnología esclaviza...
–Si, pero no es más que una herramienta y depende del uso que hagas de ella. Queda claro que al final no estoy de acuerdo con los Nuevos Antiguos, aunque pueda compartir sus críticas. En el libro hay un apagón eléctrico, que podría suceder en nuestro mundo por las mismas razones. Hay una causa natural que ya ha provocado ese apagón a nivel masivo a mediados del siglo XIX y que afortunadamente entonces como casi no había electricidad no fue catastrófico. Pero si vuelve a pasar, podría morir mucha gente. Mientras escribía la vida durante el apagón me di cuenta de la fragilidad de nuestra vida por la dependencia de una tecnología tan sencilla como la electricidad.
–Aparece también la locura, una vez más. ¿Qué te interesa indagar del tema?
–Uno de los temas de mi vida que más me ha interesado y sobre lo que he escrito muchísimo –además estudié Psicología, aunque la dejé en cuarto año– es lo que llamamos locura o enfermedad mental. He intentado muchas veces denunciar el estigma con que la sociedad trata a la gente con enfermedades mentales, empezando por llamarlos locos, como si la enfermedad mental los abdujera y solo fueran eso. A una persona con cáncer no la llamamos “canceroso”; decimos un enfermo de cáncer. Cuando terminé esta novela, me di cuenta de que hay un personaje que sufre una grave enfermedad mental y que a pesar de eso se convierte en un personaje esencial para que la luz gane la guerra.
–¿Por qué se teme tanto a la locura?
–La locura es una interrupción en la continuidad social porque si ahora te digo que saliendo del ascensor me encontré con el demonio con los ojos increíblemente amarillos, haciéndome gestos y echándome humo, tú dices: “se ha brotado”. Pero si fuera el siglo XII, la convención social creía que se podía encontrar al demonio y por lo tanto no eras un loco. La locura te lleva a la soledad total, te escupe del entorno y te quedas sin maneras de comunicarte y de ser comprendido. La realidad es una convención social que va cambiando. Por lo tanto siempre tenemos esa sensación de vértigo y de miedo de salirnos de esa convención. El miedo a lo que llamamos locura es el miedo a la propia fisura interior.