El primer acuerdo de junio del año pasado con el FMI no llegó a cuatro meses. Era un préstamo preventivo que no sería usado, había afirmado el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne. No fue así. En ese período, el Banco Central dilapidó casi 14 mil de los 15 mil millones de dólares del desembolso inicial. El segundo acuerdo, presentado por la titular del FMI, Christine Lagarde, en el consulado argentino de Nueva York, tuvo un recorrido apenas más prolongado, al durar siete meses. El tercero acaba de nacer, aunque el staff técnico y el directorio del Fondo no quieran formalizarlo para no convertirse en el hazmerreír del mercado, luego de la implosión de la política cambiaria, que desde la semana pasada pasó a ser misteriosa. El Banco Central podrá intervenir en la zona de no intervención cambiaria, absurda presentación oficial para no reconocer un nuevo fracaso para controlar el precio del dólar, y además lo podrá hacer sin informar cuántos billetes verdes vende. Sin cumplir un año, se suceden los incumplimientos de las metas fiscales, monetarias y cambiarias definidas en el stand by de emergencia.
El Fondo avala ahora que no haya tipo de cambio flexible, como propone su manual de recomendaciones; que el Banco Central pueda rifar parte de los dólares que le presta para frenar la disparada de la paridad cambiaria, pese a que su estatuto lo prohíbe; que no se informe diariamente si hubo variación de reservas por ventas en el mercado cambiario, a contramano de su política de transparencia; y que el gobierno de Macri incumpla compromisos del acuerdo, lo que implica el record de elaborar tres acuerdos en menos de doce meses y la solicitud de waivers (perdón) por no alcanzar las metas previstas.
Trump
La conversación telefónica de los presidentes Donald Trump y Mauricio Macri, difundiendo el apoyo del primero a un programa económico que hace agua, el mismo día del desembarco de la misión del FMI en Buenos Aires, ratifica que Estados Unidos a través del Fondo está jugado a sostener a un gobierno débil. Se trata de una decisión geopolítica, que se reconoce en el deseo de frenar el regreso del populismo al que asocian con la expansión de China en la región. Se debe también a la lógica de negocios de la venta de armas y la capacitación militar de la potencia mundial a las Fuerzas Armadas argentinas.
Otro motivo importante es cuidar los intereses de los grandes bancos y fondos de inversión estadounidenses, que han acumulado una cantidad importante de bonos argentinos en los dos primeros años del mandato de Macri, cuando apostaron a que iban a convertir a la Argentina en la vedette de los inversores internacionales, y no en el paria del mercado internacional como lo es ahora. La magnitud de esas compras de bonos se puede observar en que sólo las ocho emisiones en el mercado internacional sumaron 43.687 millones de dólares, de abril de 2016 a enero de 2018. Mantener a flote la economía macrista brinda tiempo para que puedan ir desprendiéndose, sin un quebranto aún mayor por la caída de las cotizaciones, de esos bonos que han acumulado durante la orgía de emisiones –hubo una de vencimiento a 100 años– comandada por el mesadinerista del gobierno de Macri, Luis Caputo.
La Overseas Private Investment Corporation (OPIC), organismo gubernamental financiero de los Estados Unidos, está teniendo además una participación más activa en la economía argentina. La última semana formalizó la aprobación de un préstamo por 45 millones de dólares a la empresa Plaza Logística para la construcción y ampliación de la capacidad de los parques logísticos de la compañía en 176.000 m2, iniciativa que implica una inversión total de 76 millones de dólares. Es una línea de financiamiento que forma parte de un paquete de seis cartas de intención para impulsar varios proyectos privados por un total de 813 millones de dólares.
Ya sea para frenar el regreso del populismo, habilitar negocios militares y vinculados a la energía, proteger el patrimonio de financistas o intervenir en inversiones privadas en el país, el intento de rescatar del naufragio a la economía macrista es una misión que a Estados Unidos le está siendo esquiva, como la de desplazar al chavismo en cabeza de Nicolás Maduro en Venezuela. Es una apuesta arriesgada de Trump y puede generarle tanta frustración como el golpe fallido de Guaidó.
Más que relaciones carnales
El papelón que está haciendo el Fondo Monetario con el programa financiero argentino sólo se explica por la decisión política de Estados Unidos de evitar el default de Macri, tanto el de los bonos como el político. Juan Gabriel Tokatlian, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Di Tella, tiene la virtud de clarificar lo oscuro y hacer entendible lo complejo. Otra vez lo demuestra en el texto que publicó en la última revista Crisis “El contexto global y regional de la elección en Argentina”. En el artículo hay un subtítulo “Braden vuelve” para destacar que en la actual campaña electoral el dato clave es la relación entre Washington y Buenos Aires. Afirma que “a mi entender, desde el advenimiento de la democracia en 1983 y la reforma constitucional de 1994, ningún presidente había contado con tanto apoyo político en Estados Unidos para ser reelecto como Mauricio Macri”.
Sin desconocer el peso de Wall Street en ese vínculo, si se posa la mira en Washington es posible identificar un cuadrilátero de respaldos indudables, que Tokatlian pasa a enumerar:
- Las declaraciones sobre el país del Poder Ejecutivo (desde la Casa Blanca y los Departamentos de Estado, Defensa y Tesoro);
- Las resoluciones (cinco entre 2017 y 2018) provenientes del Congreso y la creación del llamado Congressional Argentina Caucus;
- Las acciones y los pronunciamientos de los bancos multilaterales (especialmente el Fondo Monetario Internacional);
- Los eventos, invitados y comentarios de varios think-tanks (entre ellos, el Argentina Project del Wilson Center, el Argentina-US Strategic Forum del Center for Strategic & International Studies, el Atlantic Council, el American Enterprise Institute, el Council on Foreign Relations, la Heritage Foundation y la Foundation for the Defense of Democracias).
Tokatlian afirma que se está asistiendo a un caso infrecuente en la historia contemporánea de las relaciones bilaterales, para señalar que “ya no es el ‘Braden o Perón’ agitado desde Buenos Aires sino una suerte de ‘Macri o el abismo’ articulado tácita y pre-electoralmente desde Washington DC”. No considera que esos respaldos sean necesariamente efectivos, pues “habrá que ver si eso funciona a los fines de Cambiemos o se convierte en un boomerang político”. Y concluye que, “en todo caso, es inusitada la intensidad del soporte (a Macri) de fuerzas influyentes en la capital estadounidense”.
Rescate
La alianza macrismo-radicalismo goza de un apoyo de los organismos financieros internacionales que los dos gobiernos radicales anteriores no tuvieron en las instancias críticas de sus respectivos programas económicos. El de Raúl Alfonsín fue abandonado a principios de 1989 por el Banco Mundial. Cuando ese organismo multilateral suspendió los desembolsos comprometidos aceleró la crisis que derivó en hiperinflación y entrega anticipada del poder. Con Fernando de la Rúa, después de la elección de medio término de octubre de 2001, de la cual el oficialismo salió debilitado, el FMI le empezó a soltar la mano hasta que en los primeros días de diciembre se retiró la misión de técnicos anunciando que no iba a girar los 1260 millones de dólares programados. El desenlace inmediato fue el corralito, el default, el estallido de la convertibilidad y el derrumbe del gobierno.
¿Cuál hubiese sido el destino de la administración Cambiemos si el FMI la abandonaba en estos meses, como lo hizo con los gobiernos de Alfonsín y De la Rúa? Y lo hubiera podido hacer con razón ante el desmanejo cambiario realizado con sus dólares por parte del Banco Central. Default y desmoronamiento del Gobierno hubiesen sido el destino de este experimento neoliberal.
Pero el FMI no abandonó al gobierno de Macri. Por el contrario, lo salvó del precipicio de la cesación de pagos con el primer acuerdo, se convirtió en el principal financista de la campaña electoral 2019 de Cambiemos con el segundo, para finalmente transformarse ahora en el soporte político clave de una alianza en descomposición por la debilidad electoral de su líder.
El Fondo ocupa ese lugar central en la vida económica y política de un país cuando el diseño y auditoría de la política económica pasan a estar en sus manos. Con la Argentina de Macri, el directorio del Fondo se ha lanzado a la hoguera y se ha quitado la máscara que ocultaba acerca del papel político que ejerce cuando entrega sus líneas de financiamiento con condicionamientos. En esta instancia aparece el verdadero mandamás de este organismo financiero internacional: Estados Unidos.
Mnuchin
El auxilio financiero extraordinario entregado al gobierno de Macri evitó su desmoronamiento. La figura clave de la flexibilización del FMI para autorizar al Banco Central a liquidar dólares fue el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Steven Mnuchin. Este ordenó que el directorio no pusiera reparo al pedido argentino.
El objetivo es que las ventas de dólares permitan mantener el tipo de cambio bajo control y mejore las expectativas del mercado financiero, que deriven en un alza de las paridades de los títulos públicos, o sea en una baja del riesgo país. Con la suba de los bonos, se benefician bancos y fondos de inversión que tienen papeles argentinos en sus propias carteras y en las de sus clientes.
Antes de ser funcionario de la administración Trump, Mnuchin con otros socios era dueño del banco californiano OneWest que, durante la crisis de las subprime, ejecutó 36 mil hipotecas, para luego vender la entidad hace un par de año obteniendo el grupo de control un beneficio de 1500 millones de dólares. El como su padre son millonarios y ambos trabajaron en el banco Goldman Sachs. Mnuchin lo hizo durante 17 años. La senadora demócrata Elizabeth Warren lo bautizó, según consignó la CNN, como el “Forrest Gump de la crisis financiera” porque “formó parte de todas las peores prácticas de Wall Street”.
Mnuchin está cuidando las finanzas de los bancos internacionales con el rescate financiero a la Argentina de Macri.
Reservas netas
El FMI es el fronting de Estados Unidos, específicamente cuando su intervención es en América latina. En estos meses ha quedado muy clara esa influencia determinante. Unos 50 mil millones de dólares terminará entregando, en un breve período que va de junio de 2018 a fines de este año, para eludir el escenario de la cesación de pagos y de una corrida cambiaria demoledora. Este inmenso paquete financiero puede ser que de todos modos sea insuficiente.
La semana pasada, en estas páginas se reveló que existen unos 17 mil millones de dólares de reservas libres. Al total, que con los últimos pagos de deuda bajó a unos 68 mil millones, se le debe restar el monto indisponible de los depósitos de ahorristas en dólares (16.000 millones), el swap con la banca central de China (19.300), la línea con el Banco de Basilea (2500), las operaciones Repo con bancos internacionales (1100) y el aporte del FMI para pagar deudas (12.400).
Economistas oficialistas salieron a neutralizar este dato difundiendo que las reservas netas para vender en el mercado suman de 23.000 a 30.000 millones de dólares. Si fuese tan holgada la posición de reservas, el Gobierno no estaría tan desesperado para conseguir más dólares. Está negociando con bancos internacionales la ampliación de operaciones Repo (préstamo contra garantía de bonos de deuda). En el mercado están especulando con que, en caso de emergencia, el Fondo Monetario podría ampliar el auxilio financiero o adelantar el giro de 5900 millones de dólares previsto para el año próximo.
El Gobierno también ha explorado la posibilidad de que la Reserva Federal (banca central estadounidense) o el Tesoro se involucren directamente en el salvataje financiero. La administración Trump debe justificar ante el Congreso la necesidad de ayudar a un país con problemas económicos, aunque existen excepciones, como el rescate a México lanzado en enero de 1995. El entonces presidente Bill Clinton autorizó al Tesoro a conceder una línea de préstamo contingente por 20.000 millones de dólares. Fue una asistencia canalizada a través del Fondo de Estabilización Monetaria (ESF, en inglés) y era la primera vez que se utilizaba para estabilizar la moneda de otro país.
Ese fondo hoy suma 105.000 de dólares, de los cuales 58.100 millones forman parte de los aportes que Estados Unidos realiza al FMI. La economía macrista podría recibir ayuda financiera del Tesoro de Estados Unidos de la misma manera que México fue auxiliado durante el Efecto Tequila. Pero Trump deberá conseguir luego el apoyo del Congreso y justificar la necesidad urgente de asistir a una economía lejana y al borde del abismo.
La apuesta política del FMI-Estados Unidos es inédita y arriesgada, tanto por la magnitud de dólares involucrada como por la intervención directa en un proceso electoral local. Es una jugada en la que existe elevadas probabilidades que termine con la caja de reservas del Banco Central vacía, dejando una pesadísima herencia de deudas en la mochila del gobierno 2020-2023.