Como conductor de la noche, el cordobés Pipino Magic, de saco psicodélico, hacía muchos chistes. Pero fue cuando se corrió de la obligación de hacer reír que dijo lo más relevante: “Cuando uno es mago pierde la capacidad de asombro. Sin embargo, al verlos a ellos, todos volvemos a asombrarnos como si fuéramos niños”, presentó. Se abrió el telón del Teatro Avenida y todo comenzó: cartas rotas volvieron a estar sanas, surgían pipas del aire, salían rosas de vasos de cristal y desaparecían billetes para luego aparecer en otra parte. Hasta el domingo en Buenos Aires se realiza Flasoma 2017, congreso de ilusionismo que incluye conferencias, un campeonato latinoamericano –que es un subcampeonato mundial– y shows con estrellas de distintas partes del mundo.

Se trata de la 13a edición de un evento que se realiza cada tres años en diferentes países. En Buenos Aires, en 1987, fue el primero. Flasoma es la Federación Latinoamericana de Sociedades Mágicas y en este caso la organización corre por cuenta de la Entidad Mágica Argentina (EMA). Por las mañanas, más de 60 magos de distintos países se reúnen para competir; más tarde, unos 600 asisten a conferencias y talleres de grandes maestros en el hotel Panamericano; y por la noche, a las 22, se desarrollan los shows en Avenida de Mayo 1222. El domingo tendrá lugar la gala final –con los mejores de la competencia, de los cuales surgirán los que viajarán al mundial de Corea–, y antes un show infantil (a las 17). 

El miércoles se realizó el primero de los espectáculos, con seis referentes del “close up”. Es la magia de cerca que, como explicó el argentino Fernando Arsenian (campeón mundial), “no necesita de grandes escenarios, sino de una mesa, un tapete y una gran cercanía con el público”. Una cámara seguía los veloces e indescifrables movimientos de los magos y había una pantalla ubicada detrás de la acción. La sala estaba copada por magos de diferentes edades –había desde preadolescentes hasta ancianos–, muy efusivos a la hora de celebrar a sus ídolos. Había gente de distintas provincias y países. La magia se percibía como un ambiente poco elitista y de camaradería.

Con toda la razón del mundo, el expresivo Henry Evans, prócer nacional, campeón mundial en 2000, fue uno de los más vivados. Demostró que el poder de la magia no tiene que ver con la rareza del elemento utilizado. Porque su especialidad no es otra que la baraja, que se usa por lo menos desde el 1700 y que casi todos usaron el miércoles. Y sí que asombró Evans al encontrar en mazos ajenos –dos jóvenes ilusionistas subieron al escenario para acompañar sus trucos– una determinada carta, por ejemplo. Primero una, después cuatro cartas. Todos los cinco del mazo. Anonadado quedaba el público, que respondía con exclamaciones. Y Evans jodía, con gracia, casi haciendo stand up: “qué fácil que es hacer magia”, “yo no sé por qué mis amigos no quieren jugar a las cartas conmigo”, “ay, qué suerte que tengo, por Dios”. Después, con monedas y lentidigitación recordó a René Lavand, inventor de la técnica, fallecido hace dos años, quien en medio de sus trucos solía repetir: “no se puede hacer más lento”. “Esta es una rutina que me hubiera gustado mostrarle”, dijo Evans, con un dejo de emoción. “En nuestro corazón sigue vivo”, remarcó al despedirse.

“La cartomagia no estaba tan de moda. Cien años atrás, la magia era muy de escena. La de cerca se hizo siempre, pero tomó muchísima importancia en los ochenta, con Lavand y magos de España”, indicó luego Evans a PáginaI12. “Hay muchas formas de innovar. A veces se trata de modificar lo que existe. El piano tiene las mismas notas para todos, las maravillas y bellezas que se puedan construir dependen del músico. Las cartas son siempre las mismas, pero el artista hace que su personalidad, pasión y amor se fusionen con el conocimiento de las técnicas. Hay una gran parte de personalidad en lo que hacemos. Tenemos que sacar quiénes somos nosotros mismos. La magia es mucho más que un secreto”, definió.

Otro argentino, Juan Pablo Ibáñez, aparte de mago ventrílocuo, calificado como “multifacético” por Pipino Magic, sorprendió con la cantidad de cigarrillos metidos en su boca, que entraban y salían, y las pipas que hizo aparecer de la nada misma. Mucho humo, música canchera y él con lentes negros configuraban la escena. Hubo también lugar para grandes ilusionistas de otros países, como el francés Boris Wild, de impronta bien distinta a la que exhibieron los histriónicos y extrovertidos argentinos, influenciados por la magia teatralizada del inglés Fu-Manchú y la cartomagia del español Juan Tamariz. Sentado a la mesa, con la música de un piano de fondo, ofreció un número de cartas titulado “El beso”, tan romántico como el que siguió, secuela de aquél. “El beso”, una historia de amor, le dio el título mundial en Beijing en 2009 y lo llevó a viajar por el mundo, según contó, traducido por un intérprete. Completaron la primera jornada mágica dos españoles: el canario Héctor Mancha, especialista en robo escénico (pickpocket), y el malagueño Dani DaOrtiz, otro referente de la cartomagia. Además, la EMA otorgó una distinción a Richard Massone, de 65 años, director e ilusionista del circo Tihany.

Son más de treinta los artistas que subirán al escenario en estos días. Lo que queda para ver hoy, mañana y pasado es magia de escena. Ayer se presentaron Spider (México), Luis Otero (Venezuela), Bodie Blackie (Brasil), Juan Luis Rubiales (España), Marko (Panamá), Red Star Seong (Corea) y Marcius y Matías (Argentina). En este congreso, los shows son la instancia de contacto con el público, ya que conferencias y talleres son a puertas cerradas: allí es donde los magos se comparten sus secretos. “Somos un clan cerrado desde hace más o menos 7500 años”, contextualizó El Gran Bronzini, rosarino, mientras esperaba el comienzo de la función. “La primera ley es no compartir los secretos al público. Pero, como hacen todos los artistas, nosotros los compartimos. Nuestra tarea es ilusionar. Asombrar: sacar las sombras al público. Jamás podríamos lastimar su ilusión.” También en estos encuentros ellos consiguen elementos para sus rutinas. “En dólares”, protestaba uno. Nada se conseguía por menos de 700 pesos, decía. Una galera costaba 90 dólares.

“Grandes exponentes mundiales son magos argentinos. El más famoso de China es argentino y rosarino: Mirko”, se entusiasmaba Bronzini, mentalista y jurado de la competencia. “Tenemos una gran inventiva. Solucionamos todo con muy poco. Cuando vamos al exterior nos destacamos. Porque de una galera pequeñita no sólo sacamos un conejo, también un elefante”, graficó. En este mundo de hombres, unas poquitas mujeres se veían haciendo fila. Una de ellas era La Maga Caro, alumna de la escuela de Evans, discípula de Daniel Mormina. Tiene 13 años, estudia desde los siete y se especializa en cartomagia. Participó de la competencia, con la consigna de mostrar su originalidad en diez minutos. “Ni padre mago, ni mamá maga. Nadie. Me gusta todo lo que es cultura. Toco el piano, la guitarra y la armónica y canto”, contó. “En el congreso debe haber cinco, seis mujeres. Somos pocas pero buenas. Y competimos sin diferencias. Mi sueño es dedicarme a la magia, que sea mi profesión. Ya lo es. No lo tomo como un hobbie”, expresó. Según Evans, son los jóvenes los responsables de renovar este arte que –en palabras de Lavand– consiste en la belleza del asombro.