“La primera vez me lo hizo notar una dama”, asegura. “Una chica espectacular que vino con un tono distante y me dijo: ‘el mejor sexo lo tuve con tu música, pero no te ilusiones, porque fue con mi chico’”. Aquella vez, Willy Crook quedó “más estupefacto que contento”. Aunque, con el tiempo, empezó a tomar registro de un fenómeno: “Big Bombo Mamma, mi primer disco, es el culpable de la gestación de muchísimos niños, tiene un poder afrodisíaco bastante comprobable. Con el tiempo comprendí que el tipo de música que hacía, me había llevado a ser el líder indiscutido de un género en particular: el fifunk”.

Willy Crook se define como funk porque lo considera un estilo que contiene a otros tantos que frecuenta, como el rhythm & blues, el soul o el acid jazz. Disquisiciones que poco importan a quienes van a verlo: su público no busca definiciones de diccionario sino canciones lindas pero inteligentes, ejecuciones bonitas pero de buen gusto. Un sello que siempre caracterizó a la obra de Crook, incluso a esas intervenciones maravillosas en Gulp! y Oktubre de las que él reniega por inocentes y primerizas: el aura sonora de los Redondos, al menos el de aquella época (épica) decisiva, nunca hubiese sido lo mismo sin su saxo. De igual manera, el mencionado Big Bombo Mamma y el sublime Eco, quién sabe, a lo mejor no eran tales gemas sin aquellas experiencias.  

Sin embargo, la ponderación positiva (ya sea por el buen gusto de las canciones o por el estímulo afrodisíaco de sus discos) encontró resistencia en un frente inesperado: el del propio Crook. “Durante mucho tiempo estuve en una etapa que, si fuera pintor, la llamaría ‘ocre’. Me malhumoraba subirme al escenario y me había olvidado de lo que era la música”, explica, justamente, el músico. Pero agrega: “Por suerte para mí, la música es como un perrito: si estás contento, le tirás el palito y te lo trae; si estás triste, no te jode; y si estás cruel y pelotudo y lo pateás pero te arrepentís, vuelve. La música, como los perros, no entiende de resentimientos”.

Lo que termina de reponer en escena a Willy Crook después de aquella “etapa ocre” es X, un EP de seis canciones que acaba de lanzar. Es su primer disco en doce años, después de Fuego amigo, en el lejano 2004. Un estadio intermedio entre los tiempos de caos y desaprensión por la carrera musical, y la lenta pero sostenida vuelta que está experimentando ,sobre todo desde el año último, cuando totalizó una inédita cantidad de shows a lo largo del país. Esta noche, todo ese círculo se cerrará para adquirir una nueva dinámica en Bebop Club (Moreno 364, a las 21), donde Crook ofrecerá la presentación porteña de su nuevo disco.

–En doce años grabó sus primeros seis discos, exactamente el mismo tiempo que pasó hasta lanzar recientemente el séptimo, X. ¿Por qué?

–¡Porque esto no es karaoke, amigo, es rock and roll! No vivimos en Disneylandia. Aposté a hacer algo que es lo que quiero, lo que me gusta a mí. Y estoy muy agradecido de poder vivir de eso, porque el tipo de música que hago me lleva a la reflexión lógica de que, cuando hacés lo que vos querés, pagás un precio... que, por lo general, ¡implica no poder pagar ningún otro precio de más de dos dígitos! De todos modos, resuelvo mi alquiler, mis cuentas, y vivo lo más fantástico que puedo. Como dijo el cantor: soy rico, gratis. Es cierto que en algunos años pasé una etapa medio oscura en donde tuve que malvender mi casa, se murió mi viejo y se sucedieron catástrofes una después de otra. Pero no he llorado, pues son cosas que pasan. A esta altura entendí que hay que esperar lo mejor, pero preparado para lo peor. En ese entonces, sucedió lo peor: estaba loco, pero loco aburrido, no agradable, y me había olvidado de la música. 

–¿Pensó en abandonar la música?

–Ni siquiera me acordaba qué era la música. No sabía que me llamaba Willy Crook y lo que eso conllevaba en este trabajo. Llené un Coliseo y compré una casa, aunque todo ese público probablemente ya esté viejo y esté retirado, ja. Pero lo cierto es que en un momento el escenario llegó a ponerme de mal humor. Era un cable pelado, una cosa no recomendable. ¡He ido a shows a los que no debería haber ido! Después reaparecí circa 2010 con The Royal We, la primera banda que me entusiasmó, junto Patán Vidal, Déborah Dixon, Timothy Cid, Nacho Porqueres y Brian Anderson, un lindo blend entre nuevos y antiguos. Hicimos una serie de shows en Belushi, de Palermo, que me ayudaron a remontar.

–Después de largos discos, sorprende la brevedad de X,  con apenas seis canciones. ¿Por qué esa decisión?

–Por empezar, me parece relevante explicar el nombre: lo puse para hacerme el extraordinario... porque en realidad no tenía un hilo conductor, un eje que lo interrelacionara, como sucedió como en Fuego amigo. Fue hijo también de toda esa etapa ocre y tuvo muchos tropiezos, algunos por falta de voluntad, otros por falta de estilo. Me había quedado sin dinero y me ayudaron Skay (Beilinson) y un amigo de San Martín de los Andes, así que alquilé un estudio y me dediqué a remendar cosas, porque no estaba con mis jugadores habituales. Pero fue un error: tendría que haber tirado todo a la basura y arrancar de cero. Pasado el tiempo, me armé un estudio casero y decidí terminar algo ahí. Así salieron estas canciones, que son seis, ni una más, porque las demás serían de relleno y eso nunca fue una opción. Quedó un trabajo decente que, después de mucho tiempo, me animo a garantizar.

–¿Grabó este disco también para dar por terminada aquella etapa ocre?

–Probablemente. Y también porque era un postergado compromiso de respeto al público, que me carga el tanque de nafta del Torino. Creo que se deben una novedad... al menos cada diez años. Y me enorgullezco de lo que vengo a mostrar, como por ejemplo una versión de “Wives and lovers”, de Burt Bacharach, que destrocé. La canción la hizo famosa Frank Sinatra y su letra se me vino a la cabeza mientras estaba componiendo otra cosa. Es de 1950 y dice que los esposos deben ser amantes. ¡Imaginate lo mal que estaba la cosa que había que decir eso! En ese aspecto, nunca me corté mucho a la hora de usar elementos. Esto es arte, muchachos; es para divertirse, no para especular. Como el vino tinto: si te hace feliz tomarlo con soda, ¿por qué oír a los sommeliers que dicen lo contrario? 

–En “No te culpes” aparece la voz del recordado Bam Bam Miranda, una de sus grandes amistades del cuarteto cordobés, junto a la Mona Jiménez. ¿Encuentra cierta relación entre ese estilo y el suyo?

–No tanto en lo musical, pero sí en la onda. Es muy poderosa. Tengo un amigo, Tribilín, que tocaba con el Potro Rodrigo, y que te cuartetizaba todas las canciones del mundo. Córdoba parece una nación aparte, con su propio rock and roll, que es el cuarteto, y su propio Elvis, que naturalmente es la Mona.

–¿Sigue vinculado a la Mona Jiménez y a la escena del cuarteto cordobés?

–La Mona suele invitarme a tocar a sus cumpleaños, lo cual es para mí un gran honor, ya que significa que le agarré la onda musical, que no es tan sencilla. El cuarteto, en ese sentido, se parece al bebop. El tuvo conmigo un gesto fantástico en una época mía complicada. Me prestó el estudio de su casa por una guita irrisoria y caí ahí. Llamaba a la prensa, parecía que era para él... pero era para mí. Me rescató. Y entonces mi vínculo con el cuarteto empezó por ahí, por lo emocional. La Mona tiene esas virtudes y por cierto mucho más rockandroll que varios que ya sabemos. Esos músicos viven en la carretera y hay una relación con el público muy intensa. Por eso abrevan músicos de tantos palos; no es una música tan boluda como suponen. Encima la Mona todos los fines de semana. ¡Qué envidia! Es profeta en su sierra.

–Antes de volver a grabar un disco solista, tuvo una interesante experiencia con Gillespi que hasta lo hizo merecedor de ternas en los premios Gardel y Estrella de Mar... 

–¡Soy un tipo muy ternado! Aunque, finalmente, no gané nada. Los premios no te importan... hasta que te ternan. Y ahí sí te importan. Vamos a deshipocritizar un poco este asunto. Más allá de eso, con Gillespi cada tanto seguimos haciendo cosas juntos. Y es un escándalo, son shows demenciales. Un sueño postergado mío es el de enhebrar una dupla creativa con alguien: en mis inicios trabajé bajo las órdenes de un superior y luego lideré mis propios proyectos. Igualmente, creo que la democracia artística no existe. Como tampoco existe ni existió nunca la democracia, ni siquiera en Atenas.

La vuelta al Torino

El soporte conceptual que hoy sostiene a Willy Crook está alrededor de Los Funky Torinos, una etiqueta prestigiada detrás de la cual guarecen sus ambiciones solistas. Actualmente la integran Esteban Freytes en bajo, Leonel Duck en piano, Juan Cava en batería y, eventualmente, Gimena Collados en coros, mientras en simultáneo Crook sigue en la búsqueda de una flautista y una violinista: “Es que presencia femenina es indispensable para que el hombre haga algo –dice, ¿irónicamente?–. Existís si te mira una mujer. Si no, estás en duda: una hazaña y un sufrimiento no tienen sentido si no hay una mujer que lo apruebe o lo condene”. 

A esta formación estable y porteña de Los Funky Torinos se le agrega una novedad en la carrera de Willy Crook: una baking band en el interior profundo. “Se llaman Los Puelches y me hicieron la segunda en un show en General Roca –explica el músico–. Pero resulta que después empezaron a conseguir otros shows, primero por la Patagonia, y después en cualquier lado. Son tipos deliciosos, súper gitanos, y ya vamos por la gira número veinte. Tocamos en sitios tales como Pringles, Río Colorado o Lincoln, a los que va gente que... ¡hasta puede llegar a prestarnos atención!. La música no es para eruditos: te emociona o no. No hay más vueltas. A veces tocamos para diez tipos y eso es un desafío”.

–Tuvo innumerables bandas alrededor suyo, aunque siempre formadas por músicos de excelencia. ¿Cuán complejo es sostener esa exigencia de calidad?

–Lo más difícil es mantener una banda fija cuando no hay continuidad de laburo, que es lo que ocurre en géneros como los que hago. Siempre se trataron de músicos de semejante calidad, que por ende viven de esto y necesitan laburar. Ahora, felizmente, toco mucho gracias a mi mánager... que soy yo. ¡Estoy pensando en estafarme a mí mismo para darle más credibilidad a la tarea!

–¿Cómo se lleva con las tareas administrativas que demandan manejarse a sí mismo?

–Lo tomo como parte del asunto. No es lo que hubiese elegido para mi vida, pero es lo que hay. El año pasado, contra todos los pronósticos, laburé muchísimo, sobre todo en el interior. Lo cual, en síntesis, implicó vivir mucho tiempo en micros. Me banco bastante bien la caravana, incluso cuando hay que tomarse viajes largos en los cuáles el ómnibus para por todos los pueblos a saludar a todos los intendentes, mientras los niños gritan y la gente saca sánguches de milanesa de entre sus pertenencias.

–¿Se anima a planificar su futuro o lleva la carrera día a día?

–En sí, tengo planes muy exóticos. Por ejemplo estoy aprendiendo a manejar ciertos rudimentos de la electrónica para ver de combinarlos en vivo. Llevar computadoras al escenario no me cierra, a pesar de que soy recontra partidario de que son tan instrumento como un charango, porque si tenés onda, la vas a tener con una compu o con un bombo legüero. Estoy estudiando algo de tecnología aplicada, pero muy suavemente, porque mi naturaleza es haragana. Quiero darle otros matices a mi música, aunque siempre con un estilo a respetar, que si no sos muy distraído lo vas a seguir siempre. Y también le pedí al gran Alambre González que me tirara una onda, porque quiero seguir aprendiendo guitarra. En fin, sólo tengo diez discos y apenas 50 años, así que todo está por comenzar.