Recordarán ustedes que hace pocos meses inauguramos un nuevo país, sin territorio explícito ni habitantes, pero más real que la Venezuela que preside Guaidó. O el baldío de nuestro Ministro de Evacienda. O la superioridad de cualquier raza, etnia, sexo o color sobre los demás. O el país en crecimiento que alucina el sumo Maurifice mientras intenta dormir acunado por nuestra Subsecretaria de Asuntos Ansiolíticos, Lilitazepam.

Reconozcamos que un país que subsidia el deseo y que no te pregunta cómo te autopercibís a la hora de incluirte, tiene menos chances de figurar en el mapa que aquellos que invaden, contaminan, prepotean o intervienen económicamente a los demás (como manera, justamente, de ampliar su presencia en el planisferio).

Recordarán ustedes y ustedas o no, pero di en llamar a ese territorio “Rudylandia”. La primera parte del nombre honra a mi propio seudónimo (tampoco iba a esperar que a los demás se les ocurriese dedicarme un territorio, no soy tan narciso). La segunda mitad apela al “mundo de fantasía”

Pues bien. Queridos deudólares, beneficiaries de la “Asignación de Deuda Universal por Bisnieto” (con la que nuestro Maurífice nos supo congraciar): Rudylandia sigue creciendo en el alma de su pueblo, o en el inconsciente de su gente, o en el mismísimo corazón de su alegoría.

Quizás son muchas las personas tentadas y sustentadas por un país imaginario que estimula el deseo y promueve el consumo de ricos alfajores, que, por decreto de necesidad y urgencia, no engordan ni aumentan la glucosa ni el colesterol. Pueden venir cuantos quieran, que serán tratados bien.

Reconozco que el hecho de que exista un solo género, el humano, también puede ser una atractividad (diría Maurifice) del nolugar. Aunque a la vez puede provocar rechazo entre los partidarios de “La Estantificación Permanente” (los que ni te vieron y ya te ubicaron el algún estante).

El amor y el deseo vienen cada vez más convocantes aquí. Tal vez porque desalentamos el uso de celulares, que, por supuesto, ni entran a las escuelas ni a los colegios.

En Rudylandia no creemos en las estadísticas: “Si a vos te duele el pie, te duele el pie; no importa que al 93,4 por ciento le duela la cabeza”. En ese sentido, somos singularistas y pluralistas a la vez: creemos que la suma y la interacción de las singularidades pueden generar grandes proyectos colectivos. Creemos sobre todo en la cooperación.

No buscamos la unidad, sino la unión: no hace falta que todes pensemos le mismu, alcanza conque sumemos. Y mejor si multiplicamos.

En Rudylandia nadie es fanático de la visibilización, todos prefieren ser escuchados, y escuchadas.

El Sumo Maurífice no ganó las elecciones rudilandesas. De hecho, ni siquiera se presentó. No tiene sentido hacerlo en un país donde sería anticonstitucional ya no sólo aumentar, sino la idea de cobrar la luz, el gas, el agua, el transporte o el teléfono de línea. Son derechos. Los “productos de alta gama” en cambio son muy caros, pero igual están en desuso. Lo mismo que el tabaco, el exceso de alcohol y algunos medicamentos. 

Rudylandia es una república rudimentaria (una especie de “Anarquía Organizada”).  

La riqueza de sus habitantes se mide en “amigos/as” pero no en la cantidad sino en la calidad de los mismos/as. Nuestros Absurdólogos (profesión muy valorada en esta tierra) regulan la vida y evitan que nos invada el sentido común, enfermedad endémica en el resto del mundo.

En Rudylandia queremos a Fellini, a Roberto Arlt, a Cortazar, a Borges, a Mark Twain, a Sholem Aleijem, a Kurt Vonnegut, a Marechal, a Tarantino, a Scola, a Monicelli, a Lina Wertmuller, a Radu Mihaileanu (cineasta rumano), a Sofía Loren, a Carpentier, a Bashevis Singer, a Sigmund Freud, a Alberto Vanasco, a Woody Allen, a Tim Barton, a David Lynch, y a las películas de Coppola y Scorcese sobre la mafia, entre otres. 

Vemos muchas series y pelis, comemos rico y sano (poca carne, mucha verdura fruta y cereal), respetamos a los animales (pero muy rara vez los tenemos de mascotas).

Queremos tener siempre cerquita a Silvio Rodríguez, a Milanés, a Zitarrosa, a G. Brassens, a Charly, a Spinetta, a León Gieco, a Chico Buarque, a Mercedes Sosa, a Diane Krall. A Cecilia Todd.

Nos pasamos las horas recordando con risas a Telecataplum, a Biondi, a Les Luthiers, a Gila, Seinfeld, Tato, Monty Python, Maxwell Smart, Nini Marshall, Chaplin, B. Keaton y los Hnos Marx. Y a los 5 grandes del Buen Humor. Y a los personajes de Asterix y los de “El pequeño Nicolás” (Goscinny-Sempé) y a las obras de Hugo Midon.  Ellos y ellas nos permiten sobrellevar mucho mejor nuestros propios fantasmas y realidades.

Todo lo que aparece en la televisión o en red social es considerado “entretenimiento” y no puede ser tomado como información “real” ni mucho menos como “conocimiento”

En Rudylandia las amistades y las parejas son “las reales”, no “las virtuales”, aunque la forma de conocer a otras personas puede ser cualquiera

Ah, por suerte no tenemos detractores, ya que no tienen lugar donde “detractarnos”. Si los tuviéramos, dirían “que estamos aislados del mundo”. 

Y los escucharíamos decir eso, mitad atónitos, mitad orgullosos.