La muerte se ubica en el centro de la última puesta de Ignacio Sánchez Mestre. En Para partir, Roberto –personaje interpretado por Luciano Suardi– es un padre de familia que ha decidido suicidarse. También decidió cómo tenía que ser su despedida y quiénes debían ser parte. En su casa frente al mar, se reúnen ante el acontecimiento su ex mujer, su hermana, sus dos hijas, un hijo de otro matrimonio y una jovencísima amiga. La muerte da pie al tópico de los vínculos familiares, y una particularidad es cómo el ser fallecido, siempre presente, interviene en la escena. De esta manera lo fantástico se filtra en la obra, en línea con el registro que suele utilizar el director y dramaturgo.
Luego de mostrar en el ámbito independiente Demo, Lunes abierto y Despierto, el artista sanjuanino dirigió La savia en el Teatro Cervantes (2017), con Mirtha Busnelli, quien luego fue reemplazada por Stella Galazzi. Le fue muy bien. En aquella ocasión, el disparador había sido un mensaje de la madre del director con copia al resto de la familia. “Como venía de una obra que hablaba de una madre, decidí ir para el lado del padre, como una regla simple”, comenta a PáginaI12. Pero, en rigor, lo primero que apareció en el universo de Para partir fue la temática del suicidio. “Me agarró mucha curiosidad por el tema de la muerte como decisión. Empecé a investigar y leer mucho, y no llegué a nada”, cuenta Sánchez Mestre, que próximamente actuará en una obra junto a Mex Urtizberea y está escribiendo una película con Martín Piroyansky.
Para partir, entonces, es la última voluntad de Roberto: una suerte de velorio planificado por él mismo, antes de que sus cenizas sean arrojadas al mar. En ese momento crucial, los vínculos familiares se despliegan en toda su complejidad (“pero no quise hacer una obra sobre la familia disfuncional”, aclara Sánchez Mestre). Aparece tanto lo que tienen de urticante como de entrañable. El personaje fallecido está siempre presente. Toca al resto de los personajes, altera el espacio, habla por ellos. En este sentido, el espectáculo presenta un procedimiento con las voces que, para el director, fue fundamental para redondear la historia. “Cuando estaba llegando al final del proceso de escritura entendí que el punto de vista de la obra era el de Roberto. Que lo que estábamos viendo y escuchando es el recorte que él pudo hacer”, explica. Actúan, aparte de Suardi, Mara Bestelli, Mónica Raiola, Paula Grinszpan, Mariel Fernández, Andrés Pruss y Sofía Saborido. Se presenta de jueves a domingos a las 20.30 en el Teatro Sarmiento (Avenida Sarmiento 2715).
–¿Qué era lo que te llamaba la atención del suicidio como para abordar el tema desde el teatro?
–Me llama la atención que tenga una prensa un poco mala por momentos. Todo lo que se dice cuando alguien se suicida; la culpa que empieza a aparecer en los que están alrededor. Se habla de que los suicidas son personas que estaban mal o deprimidas, pero pienso que también puede ser una decisión: “viví muy bien y prefiero que sea hasta acá”. Es una decisión más difícil de entender para los que quedan que para el que la tomó.
–¿Cómo apareció el universo de Para partir?
–La primera escena que escribí era muy la de un sueño, donde una hermana sueña a la otra muerta, y estaba rondando la idea de que el padre se había suicidado. Nunca tengo tan claro hacia dónde va a ir la obra o cuántos personajes va a tener… todo eso aparece cuando empiezo a escribir y a acumular material y escenas. El elemento fantástico sabía que iba a estar. Vengo trabajando con eso y me gustaba la idea de que el muerto estuviera presente. No me interesaba tanto la idea del fantasma, de que hiciera cosas para divertirse y los demás no entendieran. Pero sí investigar de qué manera se iba a meter casi en el cuerpo de los que quedaron. Había una película que me había llamado mucho la atención, Anomalisa. Sentí que ahí estaba la clave de la obra, que tenía que ver con la voz.
–¿Cuál es el sentido de este procedimiento, en el que la voz de Roberto se convierte en la del resto de los personajes?
–Está el sentido abierto, y eso es lo más lindo. Cuando estaba llegando al final del proceso de escritura, entendí que el punto de vista de la obra era el de Roberto. Que lo que estamos viendo y escuchando es el recorte que él pudo hacer. De alguna manera, él es la voz de la obra. Y es un poco el que decide qué se va a contar y qué no. También decidió quiénes iban a estar en ese lugar. No hay una ley para los momentos en los cuales Roberto se mete en la voz de los otros personajes. A veces la pasa bien haciéndolo y a veces no; a veces dice algo y se contradice. Me parece lindo que en su voz haya contradicción. A veces se quiere defender.
–¿Por qué te interesa jugar con los sueños, los recuerdos, las emociones más que con los acontecimientos? ¿Por qué dar lugar a lo fantástico?
–Me interesa tener la libertad que tienen los sueños. Cuando uno sueña no se pregunta tantas cosas. Es una lógica que me empezó a interesar mucho. En casi todas mis obras alguien cuenta un sueño o hay algún sueño. Me interesa para tomar sistemas que puedan crear ficción.
–La obra está encarada con humor. ¿Se lo propusieron para que no ganara la sordidez de semejante tema?
–Cuando la empezamos a trabajar parecía re graciosa, liviana. Y no aparecía lo otro… Nos dimos cuenta de que la obra era otra cosa, de que hablamos de la muerte, de angustias y un montón de cosas. Entonces, nos olvidamos de hacer chistes y empezamos a buscar cómo vivir las situaciones genuinamente. Así empezó aparecer otro tipo de humor: ese humor de cuando no se quiere hacer el chiste. La obra termina siendo un gran velorio, y en los velorios pasa eso con los chistes: uno no se puede reír, pero cuando se ríe es liberador. Se abre una canilla que no podés cerrar.
–¿Sentiste presión en el plano creativo tras el éxito de La savia?
–Me daba miedo la sala. Justo es una de mis preferidas, me gusta mucho, por la programación, y le tengo cariño. Pero me daba miedo la capacidad de espectadores y la lejanía, porque estoy acostumbrado a obras más íntimas. La savia fue un proceso con un montón de dificultades, porque era la primera vez mía en un teatro público. Algo de los tiempos fue todo nuevo; no tuve ni tiempo de pensar en el resultado, y nos sorprendió a todos. Pero era para 70 personas… En un fin de semana, de jueves a domingo, no metíamos la cantidad de espectadores de una sola función de Para partir. Uno siempre se presiona. Traté de relajar y confiar en que esto era otra cosa, que no se tenía que comparar con la obra anterior, porque es otra investigación.
–¿Cómo es el trabajo en el circuito oficial para un creador que proviene del alternativo? ¿Hay diferencias?
–Es distinto el público. Acá viene gente que no iría a ver mis obras a un teatro alternativo. Pero el material creo que no es distinto. Lo que sí tengo en cuenta es que trato de no ir a una zona de investigación cerrada o de nicho en la que nadie entendería nada. Es decir, tengo en cuenta que el público es amplio, y es un desafío que también me gusta.