Hay cosas que no sabías que necesitabas ver hasta que las tenés enfrente. Entre ellas está una carta que Martin Scorsese le mandó a Lou Reed poniendo las manos en el fuego por Johnny Depp durante el casting de una película inspirada en la canción “Dirty Boulevard”. Es un objeto de un tiempo distinto, un tiempo en el que la gente todavía escribía cartas y defendía a Depp como actor. Es uno de todos los items que cuentan una historia microscópica pero acumulativa sobre la vida de Lou Reed, ahora accesible en un archivo recientemente expuesto en la Biblioteca Pública de Nueva York (NYPL, por su sigla en inglés).
Hace dos años, la biblioteca obtuvo montones de cajas de material reunido durante la vida de Reed. Fue Laurie Anderson, su viuda, quien se acercó a la NYPL para preguntar si estarían interesados en conservar los items y, lo más importante, hacer que estuvieran disponibles para el público. Reed, que murió en octubre de 2013 por una enfermedad hepática, ya tenía un archivo “de facto”, según el curador Jonathan Hiam. Estaba bajo el cuidado de Sister Ray Enterprises, la empresa de publishing y organizadora de las giras del cantante. Después de las discusiones iniciales, todos estuvieron de acuerdo en que la NYPL y los materiales de Reed eran el uno para el otro. Reed, apunta Hiam, era “en muchos sentidos el neoyorquino consumado” y, ¿no tendría sentido que su historia continuara en la ciudad que tanto lo había inspirado?
Así es como las cajas empezaron a llegar, llenas de items listos para ser clasificados, inventariados y preparados para el consumo público. Hubo dos tandas: una con los papeles de Reed y otra con los discos de audio y electrónicos. Sus materiales estaban “bastante organizados”, según recuerda Hiam, pero aún así necesitaban ser revisados, realojados para la conservación a largo plazo, registrados con instrumentos de descripción (una larga lista en la que a cada documento se le asigna un número de referencia, para ayudar a los usuarios de la biblioteca a solicitarlos), y luego digitalizados. El archivo abrió en marzo, el mes en el que Reed hubiese cumplido 77 años.
Es un poco desconcertante descubrir que Reed, la estrella de rock que cantaba “Perfect Day”, “Satellite of Love” y “Walk on the Wild Side”, quien comenzó en The Velvet Underground, fue amigo de Andy Warhol y entregó el disco Berlin ahora esté reducido a un surtido de chucherías. Estrella de rock o no, de todos modos Reed juntó pilas de papeles durante su vida, como cualquier persona, y ahora todo tiene que ser organizado como parte de un proyecto mayor.
Se impone una pregunta: ¿estaba consciente Reed de que estos documentos –formularios legales, instrucciones sobre el desayuno hechas para su staff, una lista irónica titulada “Diez mandamientos para una banda de rock”– se juntarían algún día para mostrar una imagen más amplia de su vida? Según Hiam, Reed no era exactamente el tipo de aferrarse a borradores viejos. Es muy difícil especificar cuánta energía le dedicaba a su propio pasado, si es que le dedicaba alguna. “No sé si el propio Lou Reed guardaba muchas de las letras que podía haber borroneado o cosas viejas. Era una persona de mirar hacia adelante”, asegura Hiam. Las personas cercanas al cantante, de todos modos, pueden aferrarse a que “cosas que de otro modo podían ser vistas como detalles”, tales como facturas por cenas y tragos, pequeñeces que sólo pueden tener sentido como piezas de un rompecabezas mayor.
¿Qué se rescató, entonces? Todo encaja en ocho partes. La primera reúne 100 grabaciones de audio hechas entre los ‘60 y 2012, incluida una cinta de 1965 que se cree que es una de las primeras grabaciones de Reed con material propio. Luego están los archivos de oficina, que tienen cartas de fans, papeles de licencias, documentos financieros... todos los componentes de los asuntos de negocios de Reed. La tercera parte, llamada “giras y performances”, documenta la vida de Reed en la ruta. Ahí es donde se puede aprender que Reed aparentemente tenía una reputación por echarle la culpa de las notas erróneas “al técnico más cercano”, posdatar todos los cheques y constantemente salirse de sus propias listas de temas.
Luego están las fotografías, tanto de Reed como tomadas por él, incluidas algunas de sus prácticas de tai chi, y otras casuales de amigos y familia. La quinta sección, “Escritos”, reúne manuscritos tipiados, borradores de cuentos, discursos, poesía y letras de los discos publicados por Reed (todas tipiadas y, de hecho, libres de anotaciones). “Arte y diseño”, el sexto capítulo del archivo, personifica la vida visual de Reed, desde el arte de los discos hasta postales, posters y remeras promocionales. Las gacetillas de prensa llegan a continuación, seguida por la “colección personal” de Reed, un ensamble de anuarios, cámaras, anteojos, cartas personales, pasaportes, materiales de tai chi, e incluso un disfraz de Halloween.
Pese a eso, Hiam reconoce que la mayoría del archivo refleja la existencia profesional de Reed más que la vida personal. Es adecuado, de algún modo, que Reed –un entrevistado notoriamente difícil que sólo revelaba lo que quería sobre sí mismo– se mantenga misterioso incluso después de su muerte. Hiam asegura que es probable que haya razones lógicas por las que el archivo de Reed no esté lleno de cartas íntimas y emotivas para su familia: neoyorquino nativo, él sólo dejó su ciudad natal para ir a la universidad, e incluso entonces sólo viajaba hasta Syracuse, en el estado de Nueva York. Además, como buen hijo del siglo XX, seguramente él hubiera levantado el teléfono para ponerse al día con sus familiares más que poner lapicera sobre papel.
La relación de Reed con sus padres fue objeto de especulación durante toda su carrera. Su canción “Kill Your Sons”, de 1974, se habría inspirado en su propia experiencia de recibir terapia de electroshock durante sus años de universidad. En un ensayo de 2015, su hermana, Merrill Reed Weiner, negó que el tratamiento fuera para reprimir las “necesidades homosexuales” que tenía el cantante. En cambio, ella ofreció una imagen pésima sobre el estado mental de su hermano: “Lou no podía funcionar en ese momento. Estaba deprimido, ansioso y no respondía socialmente. Si venía gente a nuestra casa, él se escondía en su habitación. Podía ser que se sentara con nosotros, pero tenía la mirada perdida y no se comunicaba”.
“Mis padres eran como corderos siendo llevados al matadero: estaban confundidos, aterrorizados y condicionados a seguir los consejos de los doctores”, agregó ella. “Nunca tuvieron una segunda opinión. Como los doctores les dijeron que ellos eran los culpables y que su hijo sufría una severa enfermedad mental, creyeron que no tenían opción”.
El archivo de Reed no es enteramente un ejercicio de control. Hiam, quien advierte que es difícil saber qué item había elegido tener Reed y cuáles le habían regalado o enviado, se sorprendió al encontrar un disco de Kiss en la colección del cantante (según la descripción del curador, se trata de Music from “The Elder”, el noveno álbum del cuarteto, un fracaso comercial en el que Reed tenía créditos como compositor).
Algunas cosas, naturalmente, no cumplieron con los requisitos: “registros médicos, formularios de impuestos personales y cosas que tenían que ver con la familia, que tenían información profundamente personal sobre personas vivas”, dice Hiam. Algunos artistas, agrega, pueden entregar sus materiales más personales a un archivo después de tenerlos cerrados durante muchos años, pero él no está al tanto de que Reed tuviera planes de ese tipo.
Quienes hayan visto Can You Ever Forgive Me?, la biopic de Lee Israel, sabrán lo que implica consultar un archivo. Los materiales deben ser solicitados. Folios y bolsas deben ser dejados aparte. Podés perderte en una miríada de formularios de registro. Pero ahí está el archivo, listo para ser visto: pequeños fragmentos de la vida de Lou Reed llegando hasta la punta de tus dedos.
* The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.