“A ella no le dieron una oportunidad de vida, siendo que era católica. La asesinaron a mi hija. No tuvo ningún tratamiento ni nada”, dice Norma Cuevas. Es la mamá de Ana María Acevedo, la adolescente de 19 años que murió en 2007, luego de que por sus creencias religiosas, médicos y autoridades del Hospital Iturraspe, de Santa Fe, se negaran arbitraria e ilegalmente a realizarle un aborto legal –terapéutico--, cuando ella tenía cáncer y tampoco le brindaron el tratamiento oncológico que requería, con el objetivo de que siguiera, como incubadora, gestando una criatura, que tras una cesárea, murió igual que días después, Ana María: no se salvó ni una vida. El testimonio de Norma, rodeada por los hijos ya adolescentes de Ana María, en el terreno de su precaria casilla de la localidad de Vera, duele, y es parte del documental “Que sea ley”, del cineasta Juan Solanas, la única película argentina en la programación del Festival de Cannes, que se exhibirá el sábado entre las proyecciones especiales.
“No solo estoy a favor de la legalización del aborto. Me da vergüenza que en la Argentina esté criminalizado. Quería registrar la realidad, pero no bajar línea, por tres razones: soy hombre, vivo afuera del país y si hacés un panfleto, le sacas fuerza. Con solo mostrar la realidad, alcanza”, dice a Página/12 Solanas, desde París, donde se prepara para ir al estreno mundial, con la emoción de llevar al festival de cine más importante su última creación, y sobre todo, poner en el centro de la prensa internacional que sigue el evento, el histórico reclamo de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.
Durante el fin de semana, la bella ciudad francesa, convertida casi en set de filmación –por la enorme presencia de cámaras y estrellas del espectáculo-- se teñirá de verde, con los dos mil pañuelos que llevarán un grupo de activistas, entre ellas Marta Alanís de Católicas, de Derecho a Decidir y abogada Nelly “Pila” Minyersky, que acompañarán a Solanas en la gala del estreno de la película. También viajarán para la proyección Norma Cuevas y la pareja de médicos tucumanos, Cecilia Ousset y José Gigena, perseguidos judicialmente tras haber garantizado en febrero la interrupción legal de embarazo a la niña Lucía.
Director consagrado, Solanas es también hijo del diputado Pino Solanas. Vivió 37 años en Francia, --adonde llegó cuando su familia debió exiliarse por la última dictadura militar--, y desde hace 5 está radicado en Montevideo. “Crecí en Francia donde el aborto no era un tema. Cuando supe a principios de la década del 2000 que en Argentina no era legal, no lo podía creer. Me quedó marcado el tema. No me entraba en la cabeza. La crueldad contra las mujeres se potencia en la dupla entre iglesia y médicos. Los que estamos por la vida somos nosotros. Ellos se apropiaron de la expresión ‘pro vida’, pero lo único que logran es muerte, sadismo. Es un tema que me conmueve y me jode”, destaca Solanas.
La película condensa esa mirada sobre el problema de la criminalización del aborto. A lo largo de la hora y media que dura el documental, va quedando en primer plano la ausencia de argumentos para oponerse a la sanción de la ley. Pero no es un film sobre la Campaña ni sobre el debate en el Congreso, aunque aparecen exposiciones del recinto y voces de legisladoras. Es un relato coral, en el que se enhebran las voces de algunas activistas feministas, algunas diputadas y senadoras –a favor y en contra— pero sobre todo se destacan los potentes testimonios de sobrevivientes de abortos clandestinos que Solanas recogió en distintas geografías del país –entre ellas Tilcara, Jujuy—y familiares de mujeres de aquellas que murieron, por no acceder ni siquiera a una interrupción legal, como ocurrió con Ana María Acevedo, o por no recibir la atención adecuada, como Liliana Herrera, en Santiago del Estero. También está la palabra de médicos y referentes antiderechos. Los testimonios dialogan a lo largo de todo el film con la alegría del activismo en las calles, las multitudinarias manifestaciones que acompañaron el debate en el Congreso, con adolescentes poniéndose glitter, pañuelos verdes, tambores, y cánticos en las calles.
“No entendía cómo Argentina, que fue pionera en Latinoamérica con una ley de Matrimonio Igualitario, con una presidenta mujer y con mayoría en el Parlamento, no había aprobado la legalización del aborto”, dice Solanas. Entonces, “cuando vi esa ola potente, pensé que era la buena, que esta vez sí podía salir la ley. Y deje el largometraje que estaba preparando, una adaptación de A veinte años luz, la primera novela de la escritora argentina Elsa Osorio, y fui a Buenos Aires para registrar ese momento histórico”, apunta. “No podía creer el no discurso de los que se llaman ‘pro vida’. Son fachos”, agrega el cineasta. Hasta ahí no había descubierto el activismo en las calles. “Llegué y ese día había un pañuelazo en el Congreso y me enloquecí. Esas pibas ponían luz, donde había oscuridad. Me fascinaron las imágenes. Me volví a Uruguay a buscar una valija más grande y regresé para quedarme filmando. Cada día que pasaba del debate en el Congreso, más sentía que tenía que seguir filmando”, dice. “Me apasiona la discusión política. Empecé a filmar a diputadas del grupo de “Las sorora@s”, a referentes de la Campaña, hasta esa noche siniestra en que la ley no se aprobó”, sigue. Esa noche tuvo la certeza de que tenía que hacer un largometraje. “Militante pero no un planfleto”, aclara.
Recorrió unos 4000 kilómetros con su cámara. Conoció a mujeres de distintas localidades del país: una la fue llevando a otra. No hizo preguntas, dice. Puso la cámara y la ofreció para que contaran lo que querían contar.
Es la tercera vez que una película suya es seleccionada para exhibirse en el Festival de Cannes. Su primer cortometraje, “El hombre sin cabeza”, ganó en 2003 el Premio del Jurado, por unanimidad. Su primer largometraje, Nordeste, que habla de la desigualdad y en donde una de las protagonistas, una mujer argentina, muy pobre, aborta en cámara, estuvo en la selección oficial.
“Si estás a favor del derecho al aborto y ves la película, vas a reafirmar tu posición. Si sos del Opus Dei, no la vas a ver. En esos 8 meses que filmé, me preguntaban qué película estaba haciendo. Noté muchas caras de incomodidad cuando decía el tema. Era gente de bien, que me decía que el aborto consistía en matar bebés. Y cuando empezaba a hablar con ellos me daba cuenta de que no tenían información. Quiero que la vea ese público, esa zona gris. Para que puedan sentir esa humanidad y entiendan de qué estamos hablando”, apuesta Solanas.