“Pensé que me iba a llevar toda una vida entender a la humanidad, pero me llevó un día”, dice Natasha al comienzo de El sol también es una estrella. Una suertuda bárbara la señorita, que a los 18 años, y con solo pegar onda con un chico, consiguió lo que millones de sociólogos, antropólogos y politólogos no. Pero así de absolutistas son las cosas en esta enésima adaptación de un best seller romántico para jóvenes adultos que se filma en Hollywood en la última década, centrada en este caso en dos adolescentes que se conocen de casualidad en la calle y sienten que están hechos el uno para la otra. Aunque para ellos la casualidad no existe sino que es todo producto del destino, tal como repiten no menos de diez veces durante la poco más de hora y media de metraje. Lo cierto es que ninguno atraviesa un buen momento. En especial Natasha (Yara Shahidi), hija de padres jamaiquinos que llegaron a Estados Unidos para hacer la América pero ahora están con un pie en el avión, a punto de ser deportados por ilegales aun cuando, desde ya, se trata de una familia honesta y laburante.
Lo de “un pie” es literal: el relato empieza el día anterior a esa partida que podría ser definitiva, con ella jugándose las últimas cartas en una oficina de migraciones para intentar quedarse en ese país que siente como propio. En ese contexto se cruza, primero, con el empleado más amable de todo el Gobierno norteamericano, quien sin embargo le dice que vaya preparando las valijas. Y luego con el buenazo de Daniel (Charles Melton), hijo de inmigrantes coreanos pero con los papeles en regla que anda por la calle medio cabizbajo, no precisamente contento ante la obligación de seguir el mandato familiar yendo a una entrevista para ingresar a la facultad. Porque lo suyo es la música, tal como le dice a su amigo. Que ese amigo sea negro habla menos de la idea de Estados Unidos como un país forjado con el sudor de las minorías que de una corrección política supina, como si a través de esos estereotipos pintados a brocha gorda se intentara disparar un tiro por elevación a la Administración Trump.
De allí en adelante, El sol también es una estrella se convertirá en una película igual de obvia que su título, una suerte de Antes del amanecer en clave millennial en la que los chicos comparten unas cuantas horas juntos mientras se cuentan intimidades y pasean por una Nueva York retratada con embelesamiento, como si la directora Ry Russo-Young se hubiera enamorado de los rascacielos de Manhattan. John Leguizamo interpreta a un abogado que ilustra a la perfección la moral bienpensante de un relato simplista y unívoco. Leguizamo tiene un muy recomendable show de stand-up en Netflix llamado Latin History For Morons, en el que un comentario racista de su hijo le sirve de disparador para un recorrido demoledor por la historia de la colonización en América Latina. Él solo sobre el escenario es capaz de generar más conciencia sobre la xenofobia que esta película.