Este artículo intenta señalar, como parte de un trabajo más extenso, que, por un lado, en la medida en que los discursos preestablecidos no se interrogan, todo sujeto queda situado como objeto de los mismos y por lo tanto actúa un lugar sin conciencia de ello, y, por otro, que dichos discursos pueden impregnar los desarrollos de una teoría.
Decir desde el psicoanálisis que somos sujetos divididos es un modo de situar que la subjetividad, o bien lo que cada uno “es”, no puede definirse en un signo, una palabra o un saber. Se trata de un camino donde un sujeto “irá siendo” en sus actos y realizaciones, en sus obras y amores, que si bien no cerrarán esa división, podrán permitirle o hacer posible que la transite, en el mejor de los casos, sin un exceso de malestar y angustia.
El lazo con el otro
Hacer referencia a las obras y amores implica que va a ser en el lazo con el otro, y por supuesto en el vínculo entre los sexos, uno de los lugares donde el sujeto intentará resolver esa falta de completud. El vínculo amoroso va a estar siempre habitado por un malentendido, que consiste en buscar allí, en el partenaire, lo que complete al propio sujeto, como un modo de resolver esa división constitutiva.
Lo cual no puede escapar al fatal destino de volver a encontrarse con una falta, con la ausencia de un feliz encuentro, como queda demostrado en los enredos cotidianos de la vida amorosa.
Es por ello que todo lazo con el otro pone en juego la dimensión de lo real, que hace que persista en dicho lazo de manera irreductible un carácter enigmático que resiste a la simbolización. Esto a su vez puede funcionar como motor del deseo, como aquello que empuja al sujeto a tratar de construir una respuesta o bien puede adquirir un carácter persecutorio. Los celos patológicos muestran algo de eso, donde lo que resiste a la simbolización y lo enigmático del partenaire retorna como fantasía de rechazo y engaño.
Esta dimensión de lo real, inherente a todo lazo social, y al lazo amoroso en particular, en la cotidianeidad aparece cuando un sujeto dice por ejemplo: “¿por qué el otro no funciona como quiero?” o bien “¿por qué no hace todo lo que le pido?”. Esta diferencia entre lo buscado y lo hallado es lo que se intenta eliminar, agotar, y suele ser motivo de discusiones en un vínculo. Atrae, pero al mismo tiempo e inevitablemente separa, impide hacer de dos, uno.
Es ante esta imposibilidad que el universo simbólico que prevalece en cada época provee de recursos para intentar sortear y transitar dichos encuentros, o bien para que pueda producirse un feliz encuentro en el lazo con el otro. Esto es lo que denominamos discursos preestablecidos, que en lo atinente al vínculo entre los sexos o bien en el lazo amoroso determinan dos aspectos.
Por un lado, comportamientos para cada uno de los partenaires, como un intento de hacer posible el encuentro con el otro que sortee lo real, que sortee esa diferencia irreductible en todo lazo. Y por otro, nombran y asignan lugares para cada uno. Sin embargo, estos discursos no tienen en cuenta la singularidad, sino que son parte del universo simbólico que prevalece en una época determinada.
La singularidad de cada sujeto estará dada por la apropiación que pueda hacer cada uno de dichos discursos preestablecidos, que no va a ser ajena a los mismos, tomará algo de ellos, pero también pondrá en juego algún rasgo particular. Estos discursos lo que intentan es evitar, eludir el encuentro con lo enigmático e impredecible que habita en cada sujeto, el encuentro con lo real.
Cuando un sujeto no interroga, no sitúa o bien no puede apropiarse de estos discursos, queda situado como objeto respecto de los mismos, ya que repite un guion una y, otra vez, sin saber que se trata de eso.
La relación entre los sexos
Para dar unos ejemplos de cómo operan estos discursos, podríamos decir que en el amor cortés, hablamos del medioevo, se establece una serie de reglas muy precisas que regulan la relación amante-amado. Estas reglas determinan comportamientos, lo que puede decirse o no, las formas que hacen posible o no de producir un encuentro.
Si nos adelantamos algunos siglos, en la época victoriana, también se establecen lugares y comportamientos que regulan la relación entre los sexos. El hombre, en este caso, aparece también desde un lugar de actividad, la mujer desde un lugar de pasividad, lo que puede deslizar, y de hecho lo hace, a que la mujer aparezca situada como objeto y el hombre como sujeto.
Esta asignación de lugares y comportamientos, que determinan los discursos preestablecidos, intentan que la diferencia irreductible con el otro no suba a escena, lo cual queda refutado por la experiencia cotidiana.
Discursos preestablecidos y erótica
Estas reglas no escritas, estos discursos preestablecidos, determinan también una erótica, y en ese punto ambos partenaires pueden ser objeto de dichos discursos. Por ejemplo: que quede fijado y establecido que del lado del hombre está la actividad y del lado de la mujer la pasividad.
Si bien las consecuencias son obviamente diferentes, cuando un sujeto encarna alguno de estos lugares tanto de actividad, como de pasividad sin ninguna interrogación se vuelven objeto de dichos discursos. Es en este punto donde todos podemos ser objeto, cuando dichos lugares no producen ninguna pregunta.
Cuando un hombre considera que él debe tomar la iniciativa, que él debe hacer, que él debe proveer, está siendo objeto de ese discurso en la medida en que no lo interroga. Lo mismo cuando una mujer naturaliza un lugar de pasividad y no solo en el terreno de lo erótico, sino cuando eso se traslada a la vida en general.
Cuando se naturaliza el abuso, el acoso o se cosifica a la mujer, tanto quien allí lo lleva adelante, como quien lo padece, en la medida en que se actúa, se hace objeto de esos discursos preestablecidos, donde su hacer refleja lo que se supone que se espera del sujeto. Interrogar estos discursos implica poder situar las condiciones subjetivas para que alguien actúe de esa manera. Está claro que ser objeto de un discurso no des-responsabiliza, se ocupe el lugar que se ocupe en el mismo.
Que estos discursos determinan una erótica, significa también que determinan características y modos respecto del juego de seducción, ya que asigna determinados lugares y comportamientos a cada uno de los partenaires.
Hoy en día y a partir de los cuestionamientos del colectivo de mujeres respecto de ese lugar de pasividad asignado por esas reglas no escritas, lo que se produce también es una reformulación del vínculo entre los sexos, que podrá implicar una nueva erótica, en tanto la modalidad previa, o los discursos preestablecidos, han dejado de funcionar.
Un paciente varón puede sentir dudas, temores o angustiarse respecto de cómo acercarse a una mujer, o decir: “me dijo que no. Antes hubiera insistido, pero ahora...” O una paciente decir: “yo quería pero me daba temor, así que le dije que no”, y agregar con cierto enojo: “él no insistió ni una vez”.
Claro que cuestiones de este tipo no son preocupantes y requieren que estos sujetos vayan explorando y encontrando nuevos modos de seducción, de acercamiento y encuentro. Una nueva erótica, o bien un nuevo discurso preestablecido, respecto del lazo con el otro en general y con el objeto amoroso en particular.
Lo que no es claro aún es si esta modificación va a implicar cambios o bien cómo va a incidir respecto de la subjetividad. Por ejemplo: esta modificación respecto de los modos de lazo con el otro, ¿van a implicar cambios en la naturaleza del amor?, o bien, ¿va a implicar modificaciones en la modalidades de demanda?
Lo cual va más allá del amor, ya que de lo que se trata es de cómo un sujeto intenta resolver esa división que lo constituye como deseante.
Discursos preestablecidos y teoría
Estos discursos preestablecidos se trasladan también a los desa- rrollos teóricos de cada época. Para dar algunos ejemplos: denominar a lo femenino como pasivo y a lo masculino como activo es probablemente efecto de una época, sin embargo la actividad o pasividad respecto del otro es un efecto de estructura, es una posición subjetiva que no tiene relación con el sexo. Lo mismo sucede respecto de la posición masoquista, el funcionar como objeto de un otro, la cual es también un efecto de estructura y es consecuencia de cómo se constituye el sujeto. Llamarlo femenino, si bien Freud aclara que es en el hombre, responde a esa concepción acerca de los lugares determinados por un momento histórico.
Se trata entonces de poder diferenciar los efectos de estructura, que refieren a los modos en que cada sujeto intenta resolver su propia división, (la actividad o pasividad, o bien la posición masoquista, que son efecto de la subjetividad remiten a eso), de los nombres que adjudicamos a esos efectos, y que no pueden escapar a la época en que se producen.
Es claro también que estos discursos tienen efectos subjetivos, construyen subjetividades, por ejemplo podría ser una hipótesis a investigar si es en función de esos lugares que asignan dichos discursos, que la neurosis con la que se encuentra Freud se exprese en ese momento en el cuerpo a través de las histerias de conversión del lado femenino, y que del lado masculino aparezca en la hiperseveridad moral del obsesivo y sus dudas ante la acción. Desde una posición pasiva, la descarga de la pulsión tiende a producirse en el cuerpo, mientras que allí donde un sujeto es compelido a hacer, puede surgir la duda obsesiva como modo de ligar la pulsión.
Otro ejemplo: pensar que la “mujer es síntoma del hombre” y no a la inversa, merecería una discusión y un debate, ya que el otro siempre va a tener un carácter de síntoma, en tanto es allí donde se pone en juego el goce y el deseo. Más allá de la identidad sexual, es en el otro donde un sujeto intenta resolver esa división constitutiva, y es en ese punto donde dicho otro toma inevitablemente el carácter de síntoma.
Neoliberalismo y subjetividad
La lógica y profundización del neoliberalismo han acentuado y profundizado la objetalización de la subjetividad, el hacer del otro, y uno mismo, un objeto, tanto de intercambio como de consumo (recurso humano). Esto también funciona como un discurso preestablecido, que en la medida en que no se interrogue nos deja en una posición de objeto, siendo actores de una obra que desconocemos.
En este punto, los reclamos del colectivo de mujeres pueden tener también un alcance aún mayor, puede ir más allá del lazo con el otro y más allá de su reclamo concreto y legítimo respecto del lugar en lo social. Ya que llevar hasta las últimas consecuencias el cuestionamiento de este lugar implica cuestionar el modelo neoliberal que se sostiene entre otras cuestiones en el hecho de que todos somos objeto.
Este modelo, en tanto discurso preestablecido, asigna a todos los sujetos sin distinción dicho lugar, después estará el lugar de cada uno, y de los recursos que hagan posible un cuestionamiento del mismo no solo respecto del padecimiento psíquico sino también respecto del lazo social.
Probablemente uno de los desafíos que se tenga en los diferentes ámbitos en los que está presente esta interrogación es que lo que se pueda producir a partir de dichos interrogantes, ya sea, respecto del lazo con el otro, respecto de la teoría, o bien respecto de la erótica, tengan un efecto subjetivante que no anule las diferencias, que promueva otros modos de tramitarla que no objetalicen al sujeto, con los límites y alcances que esto pueda tener. El riesgo, sino, es que el pensamiento se transforme en un campo de batalla, de militancia y fundamentalismo, donde se trata de vencer al rival, lo que lleva nuevamente a ubicarlo como objeto.
* Psicoanalista.