De todas las formas de hacer turismo, hay una menos convencional de recorrer parte del casco histórico de la ciudad de Córdoba. Se trata de un circuito imaginario atravesado por amores apasionados de tres parejas compuestas por personajes que dejaron huella y legado.
En el centro geográfico, sobre uno de los laterales de la Plaza San Martín (antigua Plaza Mayor) se levanta majestuosa sobre escalinatas la Catedral. Considerada una de las maravillas de Córdoba, se empezó a construir en 1580 para ser consagrada oficialmente en 1706. Está al lado del Cabildo, separada por el pasaje adoquinado y de muros coloniales de Santa Catalina. Si el exterior con pórtico neoclásico -un portal de hierro forjado con las siluetas de san Pedro y san Pablo, coronado por una gran cúpula y dos torres- es imponente y majestuoso, no lo es menos el interior de la Catedral.
Apenas se traspasa el pórtico, se ingresa al nártex (espacio típico de las basílicas románicas separado del resto de las naves, destinado a los penitentes y a los catecúmenos o no bautizados). Allí descansan en sarcófagos los restos del general José María Paz y su joven esposa Margarita Weild.
Al general José María Paz se lo consideró un gran estratega militar, luchó bajo las órdenes del general Manuel Belgrano en Tucumán y en Venta y Media perdió un brazo; por eso se lo conoció como el “manco Paz”. Su vida personal estuvo unida a la militar. Aunque brillaba como un gran guerrero no era alguien que destacara por ser querido.
Sin embargo, a base de relatos heroicos que escuchaba mientras acompañaba a su tía –madre de Paz y Celestina– Margarita, la joven sobrina de ojos azules se enamoró. Las visitas habían comenzado a sucederse en 1834 en la cárcel de la Aduana de Santa Fe (lo que implicaba viajar desde Córdoba) donde Paz estuvo detenido por cuestiones político-militares durante ocho años. Él tenía 40 años y la sobrina Margarita, 20. Según las memorias, fue la joven quien lo convenció de casarse. Obtuvieron una dispensa por el parentesco y se casaron en la cárcel con la promesa de Paz de que abandonaría la vida política y militar. Convivían en la celda y los historiadores aseguran que Margarita sacaba lo mejor lo mejor de Paz: lo hacía reír, le cortaba el pelo, afeitaba y cosía la ropa. Tuvieron tres hijos en cautiverio, aunque la mayor murió a poco de nacer. Una orden de Juan Manuel de Rosas los separó. Decidió su traslado, confinado al Cabildo de Buenos Aires sin compañía. Ella lo siguió igual y logró que les permitieran reunirse en Luján.
Recuperada la libertad, la promesa incumplida de Paz lo llevó a distintas campañas militares y destinos, lo que implicaba separaciones y traslados. En una de las cartas que Paz le mandó, dice: “Tu llanto penetra mi corazón, no te separas un minuto de mi memoria. No vivo sino para vos y no te olvido un momento. Te tengo sobre mi corazón”.
Angustias, viajes y privaciones atravesaron los 13 años de matrimonio. Pobres y dedicados al agro, se habían exiliado a Brasil. El 5 de julio de 1848 Margarita Weild de Paz falleció después de nacer su décimo hijo. Tenía 33 años. Paz la sobrevivió hasta 1854.
Años después, los restos del general Paz y Margarita fueron reunidos para que finalmente descansaran en la ciudad natal de ambos.
EL FUNDADOR Y LUISA A espaldas de la Catedral se ubica la Plazoleta del Fundador. Fue construida 1952 en el sitio donde antiguamente estaba el Seminario Nuestra Señora de Loreto y tiene una escultura en homenaje al fundador de la ciudad de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera.
Nacido en Sevilla, España, Cabrera había conocido a Luisa Martel de los Ríos en Cusco, a fines de 1550. Ella era panameña y tenía 20 años; ya viuda del conquistador Sebastián Garcilaso de la Vega. Los historiadores no lograron acordar si Jerónimo la impactó con su galantería y figura hidalga de 30 años en una fiesta o se cruzaron por las calles de la ciudad. Lo cierto es que se casaron y tuvieron cinco hijos. La vida transcurría en un palacio con escudo y lujos para ella mientras el marido fundaba sitios. Hasta que Cabrera recibe la encomienda de llevar una expedición para levantar un asentamiento en el valle de Salta. Ello lo siguió. Cambió la vida de lujos y comodidades por campamentos en medio de la nada y con criaturas a cuestas.
Jerónimo Luis de Cabrera fundó Córdoba en 1573 y se convirtió en uno de los personajes más importantes de la historia colonial: se desempeñó como Teniente Gobernador, Corregidor, Alguacil del Santo Oficio, Procurador, Alférez Real y segundo Señor de la encomienda de Quilino, donde administró un famoso viñedo de catorce mil plantas.
En determinado momento Cabrera recibió la orden de trasladarse a Potosí en calidad de Regidor y Luisa lo siguió con los hijos chiquitos.
Cabrera fue acusado de desobedecer la ubicación de un asentamiento (siguió más al sur para terminar en lo que sería Córdoba), por lo que se ordenó que lo llevasen a Santiago del Estero y decapitaran.
A partir de allí Luisa dedicó años a luchar contra la corte española para recuperar el “buen nombre” de su esposo que, en su honor, había bautizado a Córdoba “de la Nueva Andalucía”.
Finalmente lo logró, así como recuperar las tierras que le habían sido cedidas.
PIONERA EN EDUCACIÓN A unos 50 metros de la Catedral y la Plazoleta del Fundador, se levanta el primer monasterio que tuvo el país. Es el consagrado a Santa Catalina de Siena, que data de 1613. Nació como iniciativa de Leonor de Tejeda, a quien se considera impulsora y pionera de la educación para niñas.
Era hija del conquistador Tristán de Tejeda y de la india María Mancho. Había sido enviada por su padre a educarse al Alto Perú. Ya formada volvió a Córdoba en 1574 y se casó con Manuel de Fonseca y Contreras, de familia adinerada y poderosa. Tuvieron una hija que murió pequeña y poco después quedó viuda.
Leonor ya había abierto su hogar para la educación de niñas en Córdoba y Fonseca la había ayudado a construir un edificio que pudiera servir como convento. Inmediatamente después de la muerte del esposo, Leonor obtuvo la ayuda del obispo Hernando de Trejo y Sanabria para que se aprobase el proyecto de fundar un convento de hermanas de la orden de Santa Catalina de Siena en Córdoba. A pesar de la falta de antecedentes, el 2 de julio de 1613 se abrió el monasterio y dieciséis hermanas hicieron los votos, entre las que se encontraba ella misma. Leonor de Tejeda se convirtió así en la primera priora (o madre superiora).
A nivel arquitectónico, es de una belleza atractiva, con una fachada de estilo neoclásico, que contrasta con el sólido barroco que corona el ingreso al monasterio, donde se destaca una escultura de Santa Catalina de Siena, patrona de la iglesia.Un fanal de vidrio protege una imagen del Niño Jesús, rodeado de adornos florales y decoraciones isabelinas, un trabajo artesanal realizado con mostacillas y espejos por las monjas de Santa Catalina.
En el interior del templo hay 200 cuadros al óleo que rememoran la vida de Santa Catalina de Siena. También, tapices coloniales y alfombras del siglo XVII completan la ornamentación. Se puede visitar todos los días, previa consulta de horarios en los centros de información turística, como la oficina que está en la recova del Cabildo.