Sobre las playas de agua turquesa, bajo cascadas selváticas o entre el lujo de sus spas con canchas de golf, Jamaica vibra con la inconfundible banda sonora del reggae, una arquitectura simple que direcciona las ondas cerebrales hacia un estado primal. Aunque Kingston tiene una composición más eléctrica. De herencia británica, tráfico endemoniado y conflictividad de metrópoli, cada tanto saca a relucir su fama global. En la capital se camina poco, pero cuando se camina la interacción es frecuente: el rastafari detecta al turista blanco, se levanta de su trance y ofrece el producto estrella, juntando índice y pulgar en un gesto de código universal. Nadie se asusta, todo es auténtico. Pero en ningún lugar Jamaica se pone más auténtica que en el 56 de Hope Road.
UN MUSEO PARA BOB El Bob Marley Museum es el homenaje definitivo al héroe del reggae mundial. El que nació en Nine Mile, casi en el centro de la isla, el 6 de febrero de 1945. El que tuvo una esposa y al menos 12 hijos con al menos siete mujeres. El que llevó su mensaje de amor, entendimiento y armonía a los cinco continentes. El que cantó letras inmortales y las plasmó en discos multiplatino. El que compuso One Love, el himno del milenio para la BBC y la frase con que los jamaiquinos firman sus mails. Si uno tiene suerte, el guía del tour en la casa de la calle Hope (“deseo” en inglés) será Ricky Chapman: un sujeto grandote, de rastas hasta el piso. Un artista de voz cavernosa y súper potente, con la que hará repetir el mensaje hasta que se corporice en cada uno de nosotros: “Un amor, un corazón / estemos juntos y sintámonos bien”.
Marley compró la propiedad en 1975 y vivió acá hasta su muerte (o “transición a Sion”, en referencia a su regreso espiritual a África) a los 36 años, el 11 de mayo de 1981. Cinco años después, su esposa Rita la transformó en este museo vivo. En el jardín frontal, antes de traspasar el umbral, hay dos fotos obligadas: junto a la estatua de un Bob con expresión extasiada y dedo que apunta al cielo, y sentándose en los escalones de la entrada, de espaldas a la puerta. En ese lugar mágico el músico posó para infinidad de retratos, fumando y sonriendo ahí donde rondaban los three little birds de la canción.
Dentro de la casa de arquitectura del siglo XIX, la primera sala es un gancho a la mandíbula: el estudio donde sucedía la magia. Una enorme consola ocupa casi toda la habitación. Es imposible resistir la tentación de rodearla completamente, acercarse, oler e imaginar las notas viajando a través de los comandos. Los hijos todavía se reúnen en este espacio mítico para -cannabis mediante- comulgar y conversar con el padre. Es el centro de operaciones del reggae mundial: en esta casa también ensayaba su banda The Wailers y funcionaba el sello Tuff Gong, fundado en 1970.
El primer piso es un ticket a la vida cotidiana del hombre detrás del bronce. En la cocina todavía se puede ver la vajilla original y la licuadora en donde el dueño preparaba sus jugos para combatir el calor o refrescarse después del fútbol. En la habitación se respira intimidad y belleza. Es fácil imaginarse a Bob descansando, soñando y pasándola bien con Rita en esa escenografía que incluye un león en la cabecera de la cama, dos guitarras para los ensayos (una traída desde Senegal), la estatua de un elefante y hasta un par de sandalias. Oportunas y emotivas, suenan las estrofas de “Is this love”: “Quiero amarte y tratarte bien / Quiero amarte todos los días y todas las noches”.
MEMORABILIA En todas las paredes, en los descansos de las escaleras y en las vitrinas bien protegidas, cada pieza de memorabilia asoma como un tesoro: la tapa del disco póstumo Confrontation (un hermoso diseño que muestra al cantante sobre un corcel blanco, clavando su lanza contra un dragón), el ejemplar de Rolling Stone que retrata el concierto con 106 mil asistentes al estadio milanés de San Siro (con la pregunta ¿Es Natty Dread mejor que Sgt. Pepper’s?), el dashiki y el short con el que Bob jugaba a la pelota, la Orden al Mérito que le otorgó el primer ministro. Todo está guardado en la memoria (emotiva), porque no se pueden sacar fotos adentro. Ricky y el personal de seguridad vigilan la norma con el celo de un rottweiler, atentos incluso a las cámaras de los últimos smartwatches.
La influencia de Marley, la onda expansiva de su mensaje político, se sintió con fuerza el 8 de abril de 2015, cuando Barack Obama entró a esta casa y dijo: “Todavía tengo los discos”. Entre las placas de oro y platino con las que Marley conquistó bateas y diales en todo el planeta, el primer presidente negro de los Estados Unidos se convirtió en el visitante más famoso. Después de repasar lo que sabía y lo que no sobre uno de los héroes de su juventud, dijo “qué tour maravilloso” y siguió su camino de popularidad global.
No hay registros fotográficos del paso del demócrata por el punto más álgido del recorrido, al fondo de la casa. “The shot room” es, como su nombre lo indica, la habitación del disparo. Mejor dicho, de los disparos. Todavía están los agujeros en la pared y los recortes de diarios que relatan el atentado del 3 de diciembre de 1976, cuando varios hombres con escopetas invadieron la propiedad y dispararon 83 balas: una alcanzó a Rita en la cabeza (pero no entró en su cráneo) y cinco al manager Don Taylor. La que iba al corazón de Marley le rozó el pecho y terminó en su brazo. Aún conmovido, Bob dio el concierto que tenía programado para dos noches después. Al final del show se levantó la camisa y mostró las heridas, haciendo una pose burlona de pistolero. Pero el episodio lo marcó: dejó la isla por un tiempo y nadie supo dónde estaba hasta que recaló en Inglaterra. (Nunca se detuvo a nadie por el episodio, que algunos atribuyeron al Partido Laborista: para las elecciones, el músico simpatizaba con Michael Manley, del Partido Nacional del Pueblo).
Afuera de la casa, donde el One Love Café sirve algunas de las recetas y jugos favoritos del cantante, resurge la oportunidad para las fotos. Todas las paredes están intervenidas con murales alusivos: Bob y Rita, Bob y sus hijos, Bob y la pelota (triste ironía, murió por su negativa a operarse el cáncer que se había desarrollado después de lesionarse el pie derecho en un partido). También se reproducen algunas letras clásicas, escenas de su vida y dibujos que retratan su cosmovisión de realismo mágico. Al fondo, en un rincón discreto, una curiosidad relativa: peces naranjas y amarillos nadando en un estanque, bajo las sombras de un puñado de plantas de marihuana. Y en el garaje, una joya a motor: el Land Rover Series III de 1977 que enfrentó décadas de abandono tras la muerte del conductor, hasta que en marzo de 2015 se terminó de restaurar bajo la dirección de su hija Cedella, que rediseñó el interior con estética y paleta rasta.
Como cualquier museo que se precie, acá también se puede monetizar la experiencia; el gift shop vende ediciones limitadas en vinilo, remeras y posters con las expresiones más icónicas del músico, gorros, llaveros, calzado veraniego y un largo etcétera. Casi todo está intervenido por los colores de la tríada de la bandera de Etiopía, cuna de la Humanidad para el movimiento: el verde representa a la Naturaleza, el amarillo a la riqueza de la tierra y el rojo a la sangre derramada por los mártires negros. El tour tiene un cierre a la altura de la leyenda. Después de cantar y contar, de dejar la voz y la piel, el guía invita al microcine de 80 butacas donde se proyecta un breve pero sentido documental sobre la vida y la obra del hombre que hizo del mundo un lugar mejor. Cuando caen los títulos, Ricky deja otra pista para entender el magnetismo global del concepto One love: “Podés mirarte sin verte al espejo. Cuando mirás al otro, te estás mirando a vos. Porque todos somos uno”.
DATOS ÚTILES
- Cómo llegar: hay vuelos a Kingston vía Panamá o Miami.
- Dónde alojarse: para marzo, las habitaciones en el Eden Gardens Wellness Resort & Spa (cuatro estrellas) parten de los $ 2038 en base doble. En The Liguanea Club (tres estrellas), $1561.
- La visita: el museo funciona de lunes a sábado. Hay tours guiados de una hora y cuarto entre las 9:30 y las 16. La entrada es de USD 25 para adultos y 12 para menores de doce años. Se recomienda llevar hidratación, repelente y pantalla solar. www.bobmarleymuseum.com