Mayo de 2010. Son las ocho y pico de la mañana y estoy dando clases de inglés en un curso de primer año. Una alumna levanta la mano para hacer una pregunta. Me sorprendo gratamente. No estoy acostumbrada a que mis alumnos participen. Entusiasmada, le doy la palabra. Pero la inquietud de Melina tiene poco que ver con el verbo to be o con los pronombres personales. Con desparpajo y a viva voz, consulta sobre algunos tecnicismos del sexo anal. Por primera vez en años, todo un curso está pendiente de mi respuesta.
La ley de Educación Sexual Integral (ESI) había sido sancionada en 2006, cuatro años antes de la pregunta de Melina, pero prácticamente no se aplicaba en ningún lado. En nuestra escuela todavía no dábamos talleres de salud sexual, ni había un equipo de docentes capacitados para atender las demandas espontáneas de los y las estudiantes, ni les facilitábamos el acceso a preservativos.
“Profe, tengo un atraso”, “Me pica ahí abajo y no sé qué hacer”, “No podés quedar embarazada la primera vez, ¿no?”, “Mi novio no deja que me pinte”, “Mi padrastro me dice que está enamorado de mí”, “Mi mamá no me acepta porque soy lesbiana”, “Un pibe se sacó el forro cuando estábamos teniendo sexo”, “Mi vecino me toca para enseñarme a ser hombre”, “Mi papá me sacó el embarazo a patadas”.
No hace falta ser docente ni especialista en educación sexual integral para darse cuenta de lo que implica lo que estos chicos y chicas verbalizan: abuso sexual, violencia de género, pedofilia, heteronormatividad como mandato social, profundo desconocimiento del propio cuerpo, situaciones de riesgo para su salud y más. Un compendio de derechos vulnerados.
A partir de la implementación de la ESI es nuestra escuela, muy de a poco, los y las estudiantes empezaron a desnaturalizar situaciones de abuso y violencia, a cuestionar comentarios machistas de los medios de comunicación, de sus compañeros y hasta de los docentes, y a tener prácticas más saludables en relación a su salud, a su cuerpo y al ejercicio de su sexualidad.
Que la educación sexual integral haya llegado a la escuela también nos propone un desafío a los y las docentes, que nos vemos obligadas a replantearnos nuestro sistema de creencias, sostenido durante tantos años a fuerza de mandatos culturales y sociales. Creer que los adolescentes de este hiperglobalizado y tecnológico siglo XXI se enteran de las cuestiones referidas al sexo porque la escuela promueve la actividad sexual, adoctrina en cuanto a la ideología de género o incita a las chicas a abortar es de una ingenuidad absoluta. La ESI es salud y libertad. Y llegó para quedarse, con ese nombre o con otro, con o sin oposición, porque se rompió el dique de contención y ya es imposible volver atrás.
Nerina Maqueira: Licenciada en Psicopedagogía, Profesora de inglés, Postítulo en Educación Sexual Integral. Trabaja en una escuela secundaria pública donde es profesora y tutora de 1er año, referente del “Programa de retención escolar de alumnas embarazadas, madres y alumnos padres” y referente de Educación Sexual Integral (ESI).