“Cuando llega a Versalles en 1770 con sólo 14 años, María Antonieta trae bajo su ala aires naturales. Por su recomendación, se renuncia al baño seco en favor de la toilette de Flore, cuya fama es tal que da nombre a una obra de Pierre-Joseph Buc’hoz, famoso médico y botánico de la época. En esa línea, las fórmulas de maquillaje basadas en minerales (en muchos casos, a partir de perniciosas sales de mercurio o blanco de plomo) se abandonan en pos de productos basados en extractos de plantas. Si muchas obras de la época compilan las recetas que firman la renovación de la cosmética natural, es a Jean-Louis Fargeon, el perfumista oficial de la reina, a quien le debemos la colección más completa”. Palabras halladas en la web de Mademoiselle Saint-Germain, empresa cosmética que, lanzada recientemente, hace menos de un año, pisa cada vez más fuerte en el mercado galo; a punto tal que acaba de anunciar su intención de exportar sus maravillas orgánicas a otros puntos del globo a la brevedad. El suceso tiene sus razones: no solo la firma revive fórmulas de los tiempos de María Antonieta, creando productos a partir de ingredientes naturales; su materia prima proviene del mismísimo huerto real del palacio de Versalles, el maravilloso Potager Du Roi que antaño proveyó de frutas y verduras frescas a la jovencísima reina y la Corte toda. Para comer, obvio es decirlo, pero también con fines cosméticos y medicinales.
Detrás de esta idea “un poco loca”, está el joven farmacéutico Charles Cracco, oriundo de Lille, residente de Versalles. Ni bien se le prendió la lamparita, el muchacho se zambulló de lleno en bibliotecas durante meses en búsqueda de los secretos de belleza de la Corte, repasando las colecciones completas de Fargeon, de Buc’hoz, entre otras. “En última instancia, actualizar las farmacopeas antiguas ayuda a inspirarse a partir de ingredientes como el romero o el pepino, que han demostrado su eficacia a lo largo de los siglos, contrariamente a las sustancias derivadas de la petroquímica”, explica CC. Claro que, leyendo y leyendo, pronto entendió que algunas recetas antiguas no podían recrearse sin más: “Hoy sabemos que la bergamota, por ejemplo, puede provocar una reacción fotosensible en algunas personas; en tales casos, debimos reemplazar. Y chequear qué ingredientes había en suficiente cantidad en el huerto para desarrollar nuestras lociones, bálsamos, cremas”. Con el insólito aval de las autoridades del histórico potager y la expresa voluntad de preservar la herencia cultural, la empresa se animó a más: logró que reintrodujeran el pepino blanco de Bonneuil, una variedad casi extinta, abandonada durante siglos, conocida por sus propiedades hidratantes…
Uno de los “platos” fuertes de Mademoiselle Saint-Germain es el Eau de la reine de Hongrie (en criollo, agua de la reina de Hungría), una loción cargada de misticismo, favorita de María Antonieta, cuya leyenda se remonta a varios siglos antes: se dice que un monje o alquimista entregó a la longeva reina Isabel Piast de Hungría (1305-1380) el susodicho elixir, un destilado a base de romero fresco y tomillo, revigorizando mágicamente a la monarca, curando además su reumatismo. Lógico que la empresa se haya decantado por esa opción antes que por otras opciones más… infames. Como el Eau Cosmetique de Pigeon, a base de nenúfares, melones, limones, migajas de pan, vino blanco y... palomas guisadas, que usaba María Antonieta para lavarse la cara. Luego tonificaba su piel con el astringente Eau des Charmes, hecho de “gotas exudadas por vides en mayo”. Eso sí, para quienes gusten del hágalo-usted-misma, todavía hay quienes preparan caseramente la mascarilla facial que la coqueta MA popularizó en sus días y hace maravillas a la circulación, la reparación de tejido, la prevención del acné: dos cucharaditas de coñac, 1/3 taza de leche en polvo, jugo de limón y una clara de huevo. También dormía con guantes que, en su interior, tenían agua de rosas y aceite de almendras pero, bueno, ese es otro cantar...
Por lo demás, la huerta real en sí misma merece un capítulo aparte. “Cada año, cientos de miles de turistas inundan el palacio de Versalles, hogar del líder más extravagante de Francia, Luis XIV. Harto sabido que el Rey Sol, como se le conoce, mandó a construir magníficos jardines allí, pero son pocos los visitantes que dan vuelta a la esquina para conocer otra de sus grandes creaciones; a su modo, igualmente exuberante”. Así introduce el célebre jardinero y conductor de tevé brit Monty Don el encantador segmento que dedica al Potager Du Roi en su muy recomendable serie Los jardines franceses de Monty Don, disponible en Netflix. Una de las cuestiones que flecha indefectiblemente al especialista es que, desde que La Quintinie creara esta pletórica huerta amurallada de más de ocho hectáreas en el siglo 17, se cultiva allí desde entonces. “Con su poda de precisión, es un gran ejemplo de una de las grandes contribuciones francesas a la horticultura”, se entusiasma Don; “todas las ramas, todos los tallos son tomados en cuenta”, redobla. Forma y función, tradición y modernidad, decoración y cultivo conviven en el Potager Du Roi, patrimonio de la humanidad según Unesco, monumento histórico según el gobierno local, una huerta que produce alrededor de 30 toneladas de fruta y 20 de verdura al año. Y abastece a Mademoiselle Saint-Germainen su simpática propuesta, sobra aclarar.