Tomando como punto de partida los relatos construidos en torno de Andrés Bazán Frías, uno de los criminales más célebres del Tucumán de la década del Centenario, el documental Bazán Frías. Elogio del crimen, dirigido por Lucas García Melo, busca superponer pasado y presente para mirar sus cruces desde distintas perspectivas. Para ello echa mano de una variedad de recursos, pero en especial uno: reconstruir cinematográficamente la vida del bandolero a partir del trabajo junto a un grupo de reclusos, quienes purgan sus condenas en el penal de Villa Urquiza, en la pequeña provincia del noroeste.
Bazán Frías fue conocido como “el Robin Hood tucumano” y hoy cuenta con devotos que lo consideran un alma milagrosa, relatos que, como todos los mitos, surgen de la tradición oral. La historia oficial dice que era un ladrón violento, nacido pobre, y muerto en una balacera producida dentro de un cementerio. Su figura impacta en los presos que participan del proyecto: ven en el otro un reflejo del cual apropiarse. Al oír sus historias queda claro que el delito siempre está asociado a resolver una necesidad, aunque los botines no se repartan entre los pobres. Un intento de equilibrar por las malas las inequidades de una sociedad clasista. Lo que de algún modo también equivale a ver a la delincuencia como un caso de justicia por mano propia.
A los reportes de la época, que describen a Bazán Frías como “armado y peligroso”, el documental le opone un collage de voces de periodistas contemporáneos (algunas muy reconocibles), que también piden poco menos que el linchamiento abierto de cualquiera que se atreva a tocar lo que no es suyo. Da lo mismo si es un kilo de pan o un auto de lujo, aunque se omiten las figuras de conocidos empresarios cuyas fortunas, se sabe, tampoco fueron amasadas con todas las de la ley. Lo que menos les importa es la justicia.
El trabajo dramático realizado con los internos tiene, sobre todo, el valor de aportar a sus participantes una nueva forma de ver el mundo y su propio lugar dentro de él. Las escenas que más impactan son aquellas en los que ellos, los verdaderos protagonistas, cuentan sus experiencias e ilusiones en primera persona o les responden a los testimonios de “gente común” que cree que la solución al crimen es crear más cárceles y no, por ejemplo, más trabajo o educación. O sí: más educación pero adentro de las cárceles, cuando el daño de la desigualdad ya se ha vuelto (casi) irreversible. Y así, por un rato, García Melo se convierte en el Robin Hood de las películas, robándole un poco de cine a los ricos para dejar que los pobres también se expresen a través de él.