¿Qué pasa cuando se pierde todo? Vernon Subutex mantiene una línea de conducta al respecto: finge no enterarse. A los cincuenta, de a ratos se sigue considerando un hombre hermoso y potente, que aún conserva ojos azules de ensueño y el pelo en su lugar. Desde los veinte a los cuarenta y cinco fue vendedor de discos en París. Su local se llamaba Revólver, como el disco de los Beatles. Si al principio le hubiesen dicho que iba a pasarse toda su vida ahí, habría contestado que de ninguna manera. “Hasta que te haces viejo no entiendes que la expresión ‘maldición, cómo pasa el tiempo’ es la que mejor resume de qué va todo esto”, dice Vernon, que no busca tener pensamientos geniales sino apenas sobrevivir. Ya no tiene que preocuparse por ningún disco nuevo de The Kills, los White Stripes o gente más novedosa como Frank Ocean o The Gossip. El problema es que no sabe de qué debe ocuparse ahora. Y como la vida no es una chica sencilla, es probable que ella responda a su modo. Es decir, a los golpes.

Una salvación posible se llama Alexandre Bleach. Era un adolescente cuando Vernon le presentó a Stiff Little Fingers, Redskins, Bad Brains y todas esas bandas que entre fines de los setenta y comienzos de los ochenta coqueteaban con los residuos del punk. Más tarde, el ex dueño de Revólver recordará que el fulgurante ascenso de su amigo a rock star radicaba menos en su talento que en una sonrisa irresistible “que causaba el mismo efecto que ver gatitos en YouTube”. Alex aparece muerto en un hotel barato, pasado de drogas, casi como un cliché macabro. Es el tercer amigo de Vernon que muere en poco tiempo. Y lo más catastrófico es que Alex le giraba todos los meses la plata para pagar su alquiler. 

Vernon queda en la calle, literalmente, con una bolsa donde entraron su iPod, unos calzoncillos y un libro con la correspondencia de Bukowski. Además, unas cintas de cierta noche donde Alex, muy colocado, se grabó a sí mismo hablándole a la cámara y le entregó el material al único amigo en quien confiaba. Esas cintas resultan ser su último testimonio en vida y por eso se tornan obsesión para un grupo heterogéneo que entiende cuán redituable sería escribir un libro de Alex o filmar un documental mientras el cadáver siga tibio. 

Así, la historia se abre y empieza a ser contada desde distintos puntos de vista. Allí aparece Xavier, un realizador audiovisual que cambió su obsesión con Godard por una esposa rica que no lo excita en absoluto. Además detesta a los árabes que se cruza en el supermercado. “Una raza de mierda”, opina sin vueltas, y con su xenofobia avisa que no estamos ante una simple novela de burgueses atribulados. También se destaca La Hiena, community manager lesbiana e inteligentísima dedicada a destrozar reputaciones en las redes sociales. Y dos encantadoras estrellas porno: Pamela Kant y Déborah, que deviene chico trans y cambia su nombre por Daniel. El asunto -para todos ellos y por distintas razones- es encontrar a Vernon, flamante homeless que se conecta a Internet en los locales de productos MacStore. 

Hasta aquí, la historia. Potente, sí. Pero si Vernon Subutex 1 se transforma en una novela adictiva es porque su autora es la francesa Virginie Despentes. Directora de cine, autora de media docena de novelas, punk y feminista, desde que tenía 25 años se hizo particularmente conocida por cuestionar al hétero patriarcado de un modo agudo y visceral. Allí sobresale Teoría King Kong, esa suerte de autobiografía personal y política publicada en 2007, en la que contaba que se prostituyó, que la encerraron en un psiquiátrico, que la violaron en una ruta y que la obligaron a naturalizar el ultraje. Ella hizo exactamente lo contrario.

En su manifiesto, Despentes dejó en claro que el desafío no es oponer pequeñas ventajas de las mujeres a pequeños derechos adquiridos por los hombres: lo revolucionario sería dinamitarlo todo y empezar de nuevo. Lo interesante es que el feminismo le da las herramientas narrativas que desea para construir un personaje varón. “Hablo como proletaria de la feminidad. Prefiero a los que no consiguen lo que quieren por la buena y simple razón de que yo misma tampoco lo logro”, dijo. Y es en ese punto donde la voz de Despentes se transforma en aullido. No es raro entonces que Vernon sea políticamente incorrecto y por eso, fascinante. Un hombre a quien, por esa condición, nadie le cuestiona que tenga sexo con quien quiera, consuma drogas aunque sea mayorcito y no haya resuelto bien sus asuntos financieros. Si hubiese sido mujer, Despentes tendría que haber dado explicaciones. Y no es lo que quiso hacer.

Hace un par de años, ella le presentó a su editor un escrito de casi mil páginas. Él le recomendó dividirlo en dos partes y la escritora aceptó escribir una más. Así es como nació la trilogía de Vernon Subutex, que en Francia se transformó en un boom que pone el dedo en la llaga. Porque el planteo de la novela (al menos de la primera parte) es que a Europa le cabe la responsabilidad de haber engendrado a sus propios monstruos. Esos inmigrantes que dinamitan calles y masacran personas hastiados de agachar la cabeza no son enemigos externos: son producto de una desigualdad intestina. El problema es que la desigualdad ahora se ensaña también con los nativos franceses.

Frente a eso, una de las preguntas que le han hecho es por qué no escribió un ensayo. “Porque hace veinte años que utilizo la narrativa y la novela es un género más útil para explicar la complejidad de las cosas”, respondió con practicidad. Ahí cabe la angustia de una generación que de repente es prescindible en la mitad de la vida si no hizo bien los deberes. Pero el planteo de fondo es qué ocurre con un país herido de racismo por debajo de su historia de libertad, igualdad y fraternidad. 

Recurrir a sus aliados del pasado es para Vernon un tour de force. No zafa de la golpiza de unos skinheads ni de la burla de un amigo cuando le confiesa que se enamoró de Marcia, una chica trans llegada de Brasil. Al fin se da cuenta de que, a la hora de la supervivencia, no hay distancia entre él, un francés puro, y cualquier clandestino que ha pasado las alambradas de Melilla y ahora camina solitario por los Champs-Elysées. Lo único que le queda es impulsarse hacia adelante bajo un cielo vacío, como dice una canción de Stiff Little Fingers. La música, arma incombustible contra la incertidumbre.

Vernon Subutex 1. Virginie Despentes Literatura Random House 344 páginas