A las dos de la tarde salen cantando las sirenas de la fábrica. Cantan la ira de los últimos cien mil segundos. Entretejen el estribillo textil de las obreras y las arañas. El canto mágico que no se escucha hasta que la noche queda atrapada en sus redes. No cantar también es un esfuerzo. Sienten un deseo espantoso de devorarse a sí mismas pero, al mismo tiempo, la represión mítica les advierte que es mejor depositar el hambre en los otros.
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Todo se reduce a esto: la metáfora. Esto y el ruido del agua bordeando una mata de trébol. No cantar también es un esfuerzo. Si creés en el dios de la metáfora llegará, tarde o temprano, te apoyará la mano en el hombro y te dirá: metáfora es todo lo que te rodea, todo lo que te ha rodeado y alimentado, todo lo que has amado, desde esta mata de tréboles hasta el rayo bélico de la luna. Y aunque los versos se corten las muñecas tres veces seguidas, no es suficiente para que brote la sangre de la metáfora. Así el dios.
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Prometeo pide la palabra. Salud, señoras y señores. El truco de la grasa y los huesos ya no resultará. Estoy en un callejón sin salida. Soy una especie de fiel en mi infidelidad, de manera que más adelante me veré enredado en una cadena de dudas. Creo que muchos no podrían aceptar lo que digo. Esa es la diferencia. La duda de ser dios. De ahí que no todo hombre sea dios, ni que todo dios sea hombre. Siempre se ha sabido.
No cantar también es un esfuerzo.
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Las musas vagan una y otra vez a medianoche por el patio. Ahora, del mismo modo sucede. Trato de comprender la última palabra de lo que dicen. Caen en un pozo profundo y luego vuelven a subir. No cantar también es un esfuerzo. Me doy cuenta de que penden de un hilo, y que su hilo y su escándalo no son otro que la poesía.
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Con un solo dedo Zeus levanta la ropa hecha un revoltijo en el suelo. Esta noche tendré amor, piensa. Bebe fuego y agua para acallar sus ansiedades e incertidumbres, pero no lo consigue. Ha pasado antes por esta situación y ha encontrado la salida. Piensa que con una sola noche de amor recuperará los océanos y los vientos de Poseidón. No cantar también es un esfuerzo. Mide su calidad de dios con un centímetro, como un sastre. Así pasa el día. Podría transformarse una vez más y meter su dedo de dios donde le plazca, pero está viejo o está nuevo. Esta noche tendrá amor.
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El viento del verano está apagando cigarrillos en los furgones que traquetean por los rieles oxidados de la estación. Pobrecita Ifigenia sin telepatía. Casandra pasa el fueguito narcótico de mano en mano, y el viento del verano lo apaga para que lo vuelva a encender. Pobrecito Isaac. Su padre dispuesto a todo. No cantar también es un esfuerzo. Están locos. Saltan en los furgones y fuman, se sacan los pantalones, gritan, estallan silbidos colosales y miran por la ventanilla con ojos de vampiresas veganas. Sería hermoso que pudieran ver otra cosa que las autopistas del dolor.
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No cantar también es un esfuerzo. La vida fuera de control y modelada la arcilla con sus manos tan blancas, sus dedos tan largos. Esa escultura nunca será terminada porque una mosca se posa sobre su muñeca y el creador la sacude, pero dos mariposas negras con lunares blancos y rojos en las alas pululan alrededor del rostro y se posan en su barba blanca que dice amén, amén, amén. Trae una cerveza el diablo cantinero sin pelos. Hay diablos y diablos. Está aquel que muerde a las muchachas cuando pasan delante del sol, inmensidad del cielo, calor, remotas tempestades, y aquel que le alcanza una cerveza al creador, de puro diablo cantinero.
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Va y viene. Trágico a veces, a veces íntimo, a veces mujer, a veces hombre, a veces mantiene la cabeza bajo el agua durante mucho tiempo, a veces deja de respirar y entonces desea la verdad tanto como el aire. Y va con el rebaño de dioses, alumbrado con un pequeño farol, pisando las estrellas heterosexuales, besando los homo‑tulipanes, hipando sin fin. Y viene loco de dolor, para comprobar que es esencialmente ambiguo, más o menos de tamaño natural, a la vez vacío y cargado de ríos llenos de ranas, escoltado por el rebaño de dioses en puntas de pie, que traen vírgenes descarozadas en los frascos de aceituna. Y sucesivamente se queda corto y corta. Ilustra y llena de problemas al rebaño. No cantarse también es un esfuerzo.