El modelo macrista fracasó. Frente a los datos duros del derrumbe económico, el gobierno sólo atina a la repetición nerviosa de que el presente es el único camino. A ello le suma una falsa épica, el supuesto de que la sociedad atravesaría un cambio cultural de dimensiones ciclópeas y de difícil reversión. Ante semejante convencimiento la única alternativa sería resistir a la espera de tiempos mejores, cuando finalmente llegue el momento mágico en que el modelo económico madure y comience a dar sus frutos. Ya no se le pone fecha. La pólvora para los segundos semestres está mojada. El nuevo mantra es más modesto: “lo peor ya pasó”. El problema práctico es que no existen antecedentes históricos de que frente a iguales políticas tales frutos alguna vez hayan llegado.
La realidad histórica fue siempre distinta a las promesas del presente. Cuando los regímenes neoliberales llegan a su fin, es decir cuando previsiblemente se quedan sin divisas luego de híper endeudarse y acuden urgidos a la ayuda de los organismos financieros, lo único que resta esperar es el progresivo deterioro. El proceso recién termina con el cambio de la conducción política y por lo tanto, de la política económica.
El segundo problema práctico es que a pesar del intento desesperado de construir una épica interna para completar el mandato, la Alianza Cambiemos se quedó sin sueños para venderle a su base electoral.
Para el núcleo duro de los cerradamente antiperonistas, pero con situación económica resuelta, profundizar el lawfare, la persecución a los opositores desde el aparato de inteligencia-judicial-mediático, es siempre un bálsamo que esta semana contará con el disfrute infinito de ver a la dos veces ex presidente en el banquillo de los acusados. Una jugada riesgosa que podría convertirse en un búmeran, pero un sueño cumplido que se expresará en miles de fotos y en cientos de tapas de diarios hasta las elecciones. Si alguien pensó, al menos por unas horas, que el raído máximo tribunal de la Nación le pondría coto a la guerra jurídica se equivocó
Para los votantes de clase media y baja, en cambio, ya no hay promesas. Es difícil imaginar que pueden esperar del macrismo los sectores medios empobrecidos y los verdaderamente pobres que hasta debieron cambiar su dieta. Sólo una cosa es segura, la mentirosa explosión de los servicios públicos no sólo no existe, sino que además no se come. Y salvo fantasías, tampoco alimentan las nuevas paradas de colectivos, el gran plan de infraestructura vial tras 41 meses de macrismo. De los proyectos que sólo sirvieron para el conchabo de ñoquis VIP, como el Plan Belgrano, ya nadie se acuerda. Del millón de viviendas y los jardines de infantes ni hablar.
La calma aparente de la macroeconomía es sólo eso. A pesar de que se mantiene arriba de los 46 pesos, el dólar muestra una estabilidad relativa, pero para conseguirlo el gobierno está quemando todos los cartuchos, desde las reservas del Banco Central a miles y miles de millones de pesos en intereses de Leliq que engordan los balances de los principales beneficiarios del modelo, los bancos. Tan beneficiados que hasta el gobierno les pidió que no difundan y disimulen sus ganancias. Además, la calma ocurre en el momento de máxima liquidación de cosecha y con la proliferación de operaciones de dólares futuros, las mismas que la actual administración consideraba ilegales durante el gobierno anterior. El subproducto de este esquema es la destrucción de la economía real cuyo fondo no aparece, por más que mes a mes el gobierno diga que ya está, que ya tocamos fondo y ahora sí se viene el rebote. La realidad es que la economía se encuentra en reversa y con el “efecto multiplicador keynesiano” amplificando en negativo. Para cualquier analista ya resulta abrumador enumerar mes a mes los números de caída.
En este escenario, la mera descripción de la evolución negativa de los indicadores casi perdió efecto y sentido político. Lo lógico es comenzar a pensar en las políticas económicas del futuro gobierno. En materia de técnica económica no hay mayores dudas. Detalle más, detalle menos, la próxima administración deberá empezar por reactivar la demanda para poner en marcha la capacidad instalada ociosa, lo que exigirá desdolarizar tarifas y aumentar salarios. Deberá también renegociar los pasivos externos y ganar grados de libertad en su relación con el FMI. Aparecerá entonces el tercer problema práctico. La semana que pasó volvió a quedar demostrado que el verdadero monstruo sigue intacto. La referencia mostrenca no es al lawfare, también una manifestación, sino a la alianza de sectores dominantes que batallaron contra los 12 años largos de gobiernos populares. La clase empresaria, desde la industria y el agro, hasta el comercio y las finanzas, un Poder Judicial vitalicio y recolonizado por el macrismo, parte del poder sindical, la prensa del régimen y la embajada estadounidense seguirán siendo los principales adversarios de los gobiernos populares de la década del ‘20. Por eso algunos dirigentes hablan de “desengrietar”, lo que no deja de ser una expresión de deseos.
Como los indicadores que encontrará un próximo gobierno constitucional serán muy similares a los de 2002, muchos se entusiasman creyendo que para salir del pozo bastará con seguir un modelo económico similar al de aquellos años. Sin embargo, el panorama será muy distinto. Si bien volverá a estar presente la espada de Damocles de la deuda y un plan con el FMI, lo más grave no es esto sino otros dos factores. El primero, la ausencia de un ciclo alcista para los precios de las commodities que integran la canasta de exportaciones; es decir, los términos del intercambio serán desfavorables impidiendo una rápida y sostenida recuperación del crecimiento. El segundo es que la potencia hegemónica continental jugará decididamente en contra del regreso de un gobierno nacional–popular. Quizá nadie haya reparado debidamente en las horrorosas declaraciones no del payasesco Jair Bolsonaro, sino de la figura del presidente de Brasil, la economía más grande de la región. Las expresiones de Bolsonaro sobreactúan los intereses de Washington. Donald Trump no descuida su patio trasero y, al parecer, realmente la derecha regional se creyó que el kirchnerismo es realmente un movimiento “chavista”. Bolsonaro pide por dios que no regrese Cristina y que si ello sucede sería un acontecimiento aun peor que el chavismo, porque ocurriría en una economía más importante. Por más que la Alianza Cambiemos se derrumbe en las encuestas y por más que Cristina haya roto con creces su presunto techo, experiencias como el derrocamiento de Dilma y el encarcelamiento sin pruebas de Lula indican que el ascenso de un gobierno popular en Argentina es una probabilidad, pero no algo seguro. No puede descartarse que el monstruo recurra a las malas artes.