Una vez, en la primera temporada de Lost, le dije a alguien que yo ya no la seguía porque, si se aplicaban las leyes básicas de la narración a lo visto, era evidente que esa seguidilla de enigmas iba a terminar en fiasco. La primera cualidad excepcional de Game of Thrones es su increíble coherencia en 8 temporadas: los guiones siempre cosecharon lo que habían sembrado; todo encajaba incluso los giros aparentemente inesperados. Y, en mi opinión, sigue siendo así. Aunque el anteúltimo capítulo me indignó, tengo que aceptar que, incluso ahí, la coherencia existe: desde el momento en que Dany tiene que encerrar a los dragones porque matan inocentes, queda claro a nivel simbólico que hay algo muy peligroso, algo salvaje y destructivo en su interior. Claro que mi reacción frente a ese capítulo es una prueba más de que el disfrute depende del punto que elija cada fan para depositar lo bueno de la serie. Yo no creo que la excelencia de GoT esté en la crueldad ni en las muertes inesperadas, como dicen algunos. Yo la veo en tres rasgos principales. El primero es la coherencia. El segundo, el planteo de lo heroico. Porque GoT es heroica pero no pone el centro en un único individuo. Para lograr resultados comunitarios positivos, aquí hacen falta muchos, hasta la horripilante Melisandre en la batalla contra los muertos. Me parece valiente que un producto mainstream se atreva a crear una historia dividida en muchos focos, sin protagonista, que se atreva a exigirle tanto al espectador.
El anteúltimo capítulo lleva directamente a mi tercer rasgo. El cambio en Daenerys, asentado o no en señales anteriores, me parece un error grave. Y es un error basado en una idea errónea sobre las raíces de la excepcionalidad de la serie. Por lo menos para quienes la miramos con el interés puesto en lo político –y la serie alienta ese enfoque– es imperdonable un final en el que la esperanza se convierta en pesadilla. En un artículo que traduje hace años, Howard Zinn afirma que, cuando se trata de lucha política, tiene que haber esperanza. La historia de GoT parecía plantear una lucha política colectiva y, en ese tipo de historias, es indispensable un final más o menos abierto hacia un horizonte mejor, hacia la utopía. Sin eso, todo –los sacrificios, las redenciones, los avances, las revoluciones, el crecimiento de los personajes– se convierte en un error trágico, y, en ese caso, la lucha también aparece como absurda. Para mí, una pena cuando casi todo lo anterior afirmaba que hasta el espanto es parte del camino, que hasta el horror sirve para seguir caminando.
* Escritora y traductora. Doctora en Letras.