La fórmula Alberto-Cristina es un acontecimiento político. Es decir, no solamente un hecho político, uno de los numerosos hechos que recorren vertiginosamente los viejos y nuevos medios de comunicación y se disuelven rápidamente sin dejar ninguna huella. Claro, para que una decisión sea un acontecimiento no alcanza con la voluntad de quien lo produce; no es una cuestión de voluntad sino de poder.
El acontecimiento rompe la circulación “normal” de la realidad. Introduce una anomalía. Genera una realidad nueva. ¿Cuál es, en este caso esa novedad, esa interrupción, esa conmoción? Queda estremecido el último reducto defensivo del régimen neocolonial administrado –hasta cierto punto– por Macri y su equipo. Todo el dispositivo publicitario del establishment se sustentaba en la mítica propuesta de “no volver al pasado”. Todo el daño descargado brutalmente contra la inmensa mayoría se justificaba en la necesidad de “no mirar hacia atrás”. Desde el punto de vista electoral, el argumento había entrado en una visible etapa de derrumbe: cada encuesta empeoraba las expectativas de Macri, sin que ninguno de los engendros sustitutivos (desde el plan V hasta la recreación de Cambiemos) diera señales de eficacia para torcer el rumbo de las cosas. Pero el acontecimiento producido por Cristina no tiene un significado estrictamente electoral. Tiene un alcance de época. Apunta a la creación de condiciones para un futuro gobierno popular. Revisa la disposición estratégica de los campos que protagonizan el antagonismo argentino. Y no solamente de los campos que compiten electoralmente sino aquellos que constituyen el drama abierto en diciembre de 2001 y siguen siendo los que organizan la política en cuanto lucha por el poder. La nueva fórmula es un disparo potente contra la “grieta”. Contra la forma que los grandes actores del campo comunicativo establecieron para la lucha política, una forma cerrada a la experiencia y al diálogo, replegada sobre el odio, la mentira, el agravio y la desunión. Una manera de vivir la política que tiende al estancamiento y a la parálisis.
Cristina es el blanco fijo de esa estrategia. El mito sobre su figura desata todos los conjuros del antiperonismo, del pensamiento neocolonial y del indisimulado sexismo patriarcal, muy provechoso este último, curiosamente, entre muchas mujeres. El “demonio” aspira ahora al mismo sitio institucional que ocuparon muchos personajes rápidamente olvidados de la historia. La sectaria, la autoritaria, la presuntuosa se coloca hoy en el lugar que considera más adecuado para contribuir a abrir una etapa nueva de la historia democrática. Un lugar que genera muchas dudas y un grado de angustia entre sus seguidores y seguidoras. ¿Por qué después de superar todos los obstáculos, toda la persecución y estigmatización de ella y de sus hijos, de conducir exitosamente la batalla contra el aislamiento de su figura y del movimiento que sin duda lidera, este renunciamiento que sin ser absoluto tiene una potencia indisimulable?
Todo el tablero político actual gira alrededor de la ex presidenta. Macri justifica su candidatura en la batalla contra el regreso del pasado. El peronismo “de centro republicano” esgrime como la única razón de su existencia, la necesidad de liberar el espacio de una experiencia a la que –no se sabe por qué– considera extremista y no republicana. Radicales y socialdemócratas rodean a un candidato que no termina de serlo, entusiasmados por la supuesta posibilidad de superar, también en este caso, una política regida por la lucha entre extremos. El “extremismo” pasa a llevar al frente de su boleta, nada menos que a Alberto Fernández. El ex jefe de gabinete ha logrado en muy corto tiempo –después de un tránsito por inciertas avenidas del centro– colocarse como un factor y como un impulsor central de la unidad de la oposición, lo que no hubiera sido posible sin dos condiciones principales: sus cualidades políticas y temperamentales para el diálogo y la búsqueda de acercamiento entre posiciones hostiles y el reconocimiento obtenido de Cristina para ocupar ese lugar. Naturalmente que en el territorio político más ligado a la figura de la ex presidente, el nuevo candidato a la primera magistratura produce reacciones muy encontradas. Alberto es un protagonista central de la saga de la recuperación argentina después del anterior desastre neoliberal (el de la primera Alianza) al lado y bajo la dirección de Néstor Kirchner. Su distanciamiento nació en el contexto del conflicto agrario que significó una etapa decisiva en la conformación del rostro del movimiento nacional-popular-democrático, la etapa de una definición más clara del antagonismo político argentino, después de la cual se desarrollarían batallas históricas como el intento de la democratización de la palabra y la recuperación de los aportes jubilatorios expropiados por los grandes grupos financieros en los tiempos del menemismo.
No pueden minimizarse los riesgos de la decisión de Cristina. Hasta ahora nunca funcionó bien en la Argentina la pretensión de separar al liderazgo popular principal de la dirección del aparato del gobierno y el estado. La búsqueda de una fórmula de equilibrio y complementación –en el caso de triunfo en la elección– requerirá mucha voluntad e inteligencia política. Existe, eso sí, el incentivo de que un fracaso de la dupla tendría consecuencias muy gravosas no solamente para su espacio político sino para la democracia argentina.
El país ya no es el mismo que era ayer. El lanzamiento de la nueva fórmula se da en el contexto de una grave crisis política. Indicadores económicos y sociales dramáticos, proyecciones nacionales e internacionales que juzgan inviable la situación financiera del país, resquebrajamiento manifiesto de la coalición de gobierno que nunca fue una coalición pero que ahora se parece mucho a un conventillo, estallido de una profunda crisis en todos los niveles del poder judicial acicateada por la revelación de graves casos de corrupción, extorsión y manipulación político–partidaria en el interior de ese poder y del aparato de inteligencia devenido en maquinaria mafiosa; todo ese contexto da lugar a pensar en días críticos para el futuro del país. Tal vez el interrogante más inmediato es si se puede sostener la candidatura de Macri a la reelección: corrida la gran enemiga, desarmado el mito del peligro del regreso, ¿cuál sería su fundamento? Y más complicado aún: cuál sería el fundamento de una candidatura alternativa en el interior del ya claramente frustrado proceso de contrarrevolución cultural que hoy gobierna. La política argentina perdió ayer un principio ordenador y habrá que ver cuál será su reemplazo.