Desde París
Ni el más riguroso e imparcial analista político o la consultora de opinión más exitosa podría adelantarse a predecir el resultado de las elecciones presidenciales de abril y mayo de este año, ni si quiera el de la primera vuelta. La izquierda francesa está dividida en seis grupos, dos dentro del Partido Socialista y otros tres exteriores: dentro del PS pugnan la izquierda ideal que se impuso en las primarias con la figura de Benoît Hamon y los reformistas social liberales del ex jefe de Gobierno Manuel Valls. Afuera está el movimiento Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, la extrema izquierda del partido Lucha Obrera y el Nuevo Partido Anticapitalista. Pero estos dos grupos trotskistas viven el peor momento de su historia y ya no están seguros de poder presentar un candidato. Lo mismo les ocurre a los ecologistas, víctimas igualmente de prolongadas disputas que los convirtieron en un ramo de flores marchitas. El sexto grupo es un ovni, ni lo uno ni lo otro: nuclea alrededor de la candidatura pseudo progresista del ex Ministro de Economía de François Hollande, Emmanuel Macron, un hombre del banco Rothschild, un “social-liberal” sin partido que espera atraer a las urnas de su movimiento En Marcha los votos del ala más conservadora del PS. La derecha cuenta con un candidato único, el ex Primer Ministro de Nicolas Sarkozy, François Fillon, mega favorito hasta que su aura de católico moralista y honrado se desintegró con las revelaciones del semanario satírico Le Canard Enchaîné sobre los generosos contratos de trabajo con los que se beneficiaron su esposa Penelope y sus hijos en la Asamblea Nacional. Fillon saltó a la cima cuando ganó las primarias de la derecha y luego a los subsuelos. La única que mantiene el timón hacia la victoria es la líder de la extrema derecha Marine Le Pen. En todos los cálculos, es Marine quien no ha bajado nunca de la certeza: sea quienes sean sus adversarios, ella será una de las dos candidaturas presentes en la segunda vuelta del mes de mayo.
El problema lo tiene la izquierda y sus hondas fracturas que tornan imposible de anticipar una unión con la única meta de la victoria. En el seno del PS, la victoria en las primarias de Benoît Hamon fue una sorpresa, un baldazo suculento para el sector partidario de las reformas de corte liberal representado por Manuel Valls. Nadie vaticinó que el socialismo más romántico se impondría en las urnas contra Valls y todo su poderoso aparato. Hamon rompió el molde previsto y con ello despertó la tentación de la venganza. Durante los poco más de dos años en que Manuel Valls fue jefe del Ejecutivo, Benoît Hamon (ex Ministro de Educación del primer Gobierno de François Hollande) y un grupo de fieles parlamentarios rebeldes se opusieron a muchas de las medidas de Valls. En más de una ocasión, ello obligó a Valls a adoptar las leyes por medio de decretos a falta de mayoría para votarlas. Hoy, los diputados fieles a Valls se aprestan a optar en la primera vuelta por el antaño ministro de Economía de Hollande, Emmanuel Macron, y descalificar así de la carrera presidencial al hombre designado por los electores para representar al PS. Los revoltosos pagarían en las urnas de hoy su insolencia de ayer. Esta perspectiva hipoteca por el momento la posibilidad de que Benoît Hamon pase la primera vuelta. Le faltan votos de izquierda que en este contexto acapara La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon. El candidato del PS y Mélenchon compiten por la izquierda ante el mismo electorado. Es imposible pensar en una alianza o un acuerdo liviano antes de la segunda vuelta. Durante casi un año y medio se habló en Francia de la organización de una primaria abierta entre todas las fuerzas de izquierda con el objetivo de salir con un solo candidato. El intento fracasó y cada grupo fue por su lado. “¡ Esto es demasiado!. Esta competencia crea las condiciones para una eliminación de la izquierda desde la primera vuelta”, escribió en noviembre pasado el matutino Libération.
Las encuestas prueban la pertinencia de aquella advertencia. En la configuración actual, la izquierda volvería a vivir la experiencia de 2002, cuando el entonces ex Primer Ministro socialista y candidato presidencial Lionel Jospin no pasó la primera vuelta y Francia atravesó uno de los primeros traumas políticos del siglo XXI: la vuelta definitiva la protagonizaron el ex presidente Jacques Chirac contra el papá de Marine Le Pen y de la extrema derecha francesa, Jean-Marie Le Pen. El capítulo amenaza con repetirse no sólo debido a la división entre las fuerzas progresistas sino, también, por la irrupción de la candidatura solitaria de Emmanuel Macron. Este abanderado del reformismo blando seduce a los moderados-desencantados de la derecha, a los centristas y a un amplio sector de la socialdemocracia francesa que espera ansiosa que el PS termine de una buena vez por todas con las retóricas socialistas del siglo pasado. Los social liberales del PS ven en la opción Macron la mejor manera de cambiar la historia. A las izquierdas francesas les ha faltado un sócalo de modestia y lucidez común para cerrar filas detrás de las sensibilidades y valores compartidos en vez de ser actores de cacofónicos fraccionamientos. Sin dudas, el giro liberal de la presidencia de François Hollande acentuó las rupturas y tornó irrealizable el principio de una unión. En estas elecciones de 2017, la izquierda parece dirigirse hacia una derrota ineluctable o, en el mejor de los casos, a poner en la presidencia a un candidato tan híbrido e impreciso como Emmanuel Macron. Este líder representa en realidad la versión más liberal de la socialdemocracia francesa. El ocaso de las izquierdas revolucionarias -Trotskistas, comunistas-que antes captaban votos importantes ha contribuido a la derechización del electorado. Sin embargo, aún hoy persisten, reencarnadas, las cuatro izquierdas presentes desde el Siglo XIX. 1: La izquierda de protesta y adversa al llamado Estado Burgués y al híper liberalismo, muy cercana a los movimientos sociales, a las narrativas ecológicas y al sindicalismo (Jean-Luc Mélenchon, La Francia Insumisa). 2: La izquierda reguladora y de transformación social, defensora del papel del Estado, de la regulación de las finanzas y de las reformas en beneficio de las clases más modestas (Benoît Hamon, candidato del PS). 3: La izquierda social-liberal. Esta corriente se inclina por un respaldo al capitalismo y por reformas que van casi siempre en beneficio de las empresas (Emmanuel Macron, del Movimiento En Marcha). 4: La izquierda social-liberal-autoritaria, también llamada “izquierda de derecha”. Reformista de corte liberal, dura en la gestión, poco inclinada al dialogo social y con continuas incursiones en los templos ideológicos de la derecha, en particular en lo que atañe su relación con el empresariado, la banca y, en lo social, por cierto “racismo blando” hacia los extranjeros (El ex Primer Ministro Manuel Valls, derrotado en las primarias del PS).
En este esquema, la única convergencia posible sería entre la izquierda de protesta y la izquierda de transformación social. Un pacto Benoît Hamon-Jean-Luc Mélenchon está, por ahora excluido. Salvo que se produzca un terremoto de lucidez impensable, ambas izquierdas medirán sus fuerzas una contra la otra. Sus distancias adornan el camino por donde pasarán, victoriosos, una derecha ultra liberal, o, sin máscaras engañosas, un social liberalismo recién estrenado en la conquista democrática del poder.