“Somos un grupo de docentes que invitamos a jugar con los números a pequeños matemáticos y matemáticas. Sumamos nuestras ganas de enseñar para elevar al infinito y más allá la calidad de la escuela pública”. Así se presenta el colectivo Matepública, formado por maestros de primarias estatales de la Ciudad de Buenos Aires. Con ese objetivo, organizan talleres extracurriculares en los almuerzos, preparan a pibas y pibes para que participen en Olimpíadas de Matemáticas y llevan adelante festivales al aire libre en las plazas porteñas. Tienen como guía una mirada pedagógica que parte del conocimiento que aportan les propies chiques y requiere de una escucha atenta. “Este gobierno se siente molesto, por ejemplo, con el quehacer matemático, porque te hace pensar y justificar lo que estás haciendo. Les incomoda ese enfoque de quehacer matemático, porque quieren resultados en las pruebas PISA y en las pruebas Aprender de la Ciudad de Buenos Aires”, advierte.
Docente de la escuela N° 17 Blas Parera de Palermo, Wenceslao Costa Díaz es uno de los fundadores de Matepública. Aquí describe el trabajo de ese colectivo, defiende a la educación pública frente a los ataques de funcionarios y medios de comunicación y habla sobre los replanteos que requiere el rol del docente ante los cambios tecnológicos y de organización familiar que se viven en las sociedades actuales.
–¿Cómo surgió la idea de armar Matepública?
–Comenzamos con talleres de matemática en mi escuela, con el objetivo de participar con las chicos y chicos en las Olimpíadas Ñandú. En el primer año no tuvimos mucho éxito para llegar a las instancias finales, pero en el segundo año sí y viajamos a Mar del Plata con los pibes. Allá nos encontramos con una actividad en la que había una planilla en la que se debían resolver problemas matemáticos y de ingenio. Nos pareció muy interesante la idea para poder volcarla en las escuelas. Pero queríamos trabajarla para todos los niveles y necesitábamos más docentes para pensar la propuesta. Ahí surgió, junto a dos compañeras, Sofía Masciotra y Mariana Biscione, la idea de hacer un festival de matemáticas para chicas y chicos de cuarto y quinto grado. El primero fue un sábado a la mañana en la escuela y nos sorprendió mucho la cantidad de participantes. Algunas familias nos dijeron que teníamos que llevar la propuesta a la plaza. Así que fuimos ampliando los talleres para todos los grados, de primero a séptimo, lo que representó un desafío enorme, porque trabajamos un contenido matemático del diseño curricular en cada juego y con distintas reglas para que pudieran participar todes les chiques. El primer festival al aire libre lo hicimos en la Plaza Mafalda y vino mucha gente. Las familias nos iban sumando sus puntos de vista y eso fue un motor para seguir haciéndolos. Queríamos romper con la idea de que la matemática era sólo para algunos pocos, señalados por los docentes o las familias como que “son buenos para las matemáticas”. Y mostrar que todos pueden hacer matemática y pasarla bien. Se fueron sumando distintos compañeras y compañeros docentes. No nos juntábamos solo a pensar el festival sino a reflexionar sobre nuestras prácticas. Ahora nos planteamos hacer festivales en distintos barrios de la Ciudad de Buenos Aires. El objetivo es que les pibes se lleven conocimientos de matemáticas, pero también mostrarnos como maestros de la escuela pública, porque estamos en un momento muy duro, con gobiernos que no acompañan y atacan a la escuela pública. Y los medios hegemónicos ponen a los docentes en un lugar horrible... Así que vamos a los espacios públicos a mostrar cómo trabajamos y cómo intervenimos, porque nos preocupa mucho el estado de la educación pública.
–¿Por qué y cómo trabajar para que se masifiquen las matemáticas?
–Trabajamos sobre qué es el quehacer matemático: los pibes se ponen a pensar como científicos, buscando regularidades y construyendo teorías. Me gustaba mucho la matemática y no encontré a ningún maestro que me pinchara para seguir por ese camino. Como docente, me propuse que no pasara lo mismo y la idea es darles a los pibes distintas herramientas para que exploten su pasión por la matemática. Y romper con los tabúes sociales que señalan que la matemática es solo para genios.
–¿Cómo se logra atraer a les pibes?
–En primer lugar, hay que conocer muy bien al grupo con el que vas a trabajar. Hoy el docente debe estar pensando todo el tiempo puntos de interés para que los pibes se enganchen. Tenemos que partir de lo que ya saben. Este año, por ejemplo, les planteé a los pibes de séptimo grado un desafío matemático para que trabajen con sus familias en sus casas, y enseguida empezaron a decir que no querían tarea ¡Tarea no! ¡Tarea no! Entonces les dije que no era una tarea, que era un desafío matemático. Así los descolocás, porque lo veían como algo negativo y lo terminaron haciendo por gusto propio. Si lo ven como algo impuesto, no van a encarar el problema como deberían hacerlo. Un antecedente es el trabajo de Adrián Paenza, que arma relatos donde la matemática se debe usar sin esa exigencia de que tenés que ser un genio. También tenemos como uno de nuestros objetivos trabajar sobre la cuestión de género.
–¿Por qué utilizan los espacios públicos para realizar sus festivales?
–En la Ciudad se cierran cada vez más los espacios públicos, muchas plazas se enrejaron. Así que elegimos trabajar en plazas públicas, porque creemos que el camino es colectivo, con un Estado presente que apoye las políticas educativas. Y es en los espacios públicos donde se incluye a todes y no queda nadie afuera.
–Desde hace varias décadas hay un ataque sostenido a la educación pública, que se ha agudizado en los últimos años ¿Qué replanteos obliga a hacerse como docentes?
–Matepública es uno de los puntos de resistencia para seguir peleando por la escuela pública. El docente debe ser un militante de la escuela pública, porque no hay un Estado presente que invierta y se preocupe más por la educación. Debemos trabajar para estar unidos, compartiendo y viendo de qué manera generar puntos de encuentro. Y en ese sentido trabaja Matepública, para pensar juntos propuestas que se mantengan a lo largo de los años, que no dependan de un determinado docente, sino que se logren institucionalizar. Es difícil, porque estamos viviendo un momento en el que todos nos estamos mirando el ombligo. Es algo que tratamos que los chicos trabajen en el aula: que se miren a los ojos, que vean qué le pasa al otro, que resuelvan problemas de manera conjunta. Hay que ir en ese camino, porque hay un ataque muy fuerte a la educación pública. Durante los gobiernos anteriores se hacían paritarias nacionales y los funcionarios se sentaban con los sindicatos a discutir dónde construir escuelas o en qué áreas se necesitaba más capacitación. Había un programa para que los capacitadores vayan a las escuelas. Y se apuntaba a trabajar sobre sujetos que no necesariamente tuvieran como destino ser operarios, sino que pudieran también aspirar a ser científicos, mostrando un abanico de posibilidades. En cambio, este gobierno se siente molesto, por ejemplo, con el quehacer matemático, porque te hace pensar y justificar lo que estás haciendo. Les incomoda ese enfoque de quehacer matemático, porque quieren resultados en las pruebas PISA y en las pruebas Aprender de la Ciudad de Buenos Aires.
–¿Qué implica una formación basada en el resultado?
–Es una formación metódica, en la que uno debe enseñar teoría-práctica, y en la que no hay una construcción de esa teoría. Por supuesto que esa teoría ya está inventada, pero es muy bueno hacer el camino para saber cómo se llegó a ella. Un ejemplo ¿Por qué si uno multiplica por diez se le agrega un cero a esa cifra inicial? Si uno a lo largo de los años, en la primaria, va viendo que se repite cierto patrón puede llegar a una generalización. Y si uno sigue estudiando, podrá demostrar esa teoría. En la primaria no lo va alcanzar, pero la idea es que el pibe pueda ir viendo ese camino. Lo importante es construir ese punto de observación, que es lo que hace la ciencia. Porque en esa observación surge una pregunta. Pero al gobierno actual no le interesa, porque quiere los resultados para las pruebas internacionales, para mostrar al mundo un supuesto nivel alto de educación. Así le están sacando la pregunta y el cuestionamiento a les pibes. Pero tenemos que mostrar que el trabajo colectivo nos hace mejor a todos. Muchas veces, les funcionarios salen a decir que el rendimiento en matemática en las pruebas Pisa fue más bajo y le echan la culpa al modo en que enseñamos. Pero creo que tenemos que mirar el todo.
–¿Qué implica ese todo?
–¿Cómo llegan los pibes a la escuela? ¿Se alimentan o no se alimentan? ¿Llegan descansados, llegan golpeados? Si aumentó la violencia, si aumentó el hambre, si los pibes van a comer a la escuela… Hay una ley que no se está aplicando, que dice que todas las escuelas deberían tener doble jornada. Y en el Sur de la Ciudad de Buenos Aires las escuelas se desdoblan, porque no entran los pibes. Elles necesitan estar en la escuela, porque si no están en el barrio y corren riesgos con los narcotraficantes.
–¿Cuáles son las ventajas de la doble jornada?
–La escuela sirve de contención. Y hay que tener en cuenta la realidad de las familias. Hoy se trabaja ocho horas diarias y es muy difícil si les chiques van a una jornada simple ¿Qué hacen las demás horas? A veces las madres y los padres ni siquiera pueden ir a buscarlos o llevarlos a otra actividad. Es una cuestión de organización familiar básica. Pero en el Sur de la Ciudad, para no ir muy lejos, muchos no tienen esa posibilidad.
–Desde hace años se habla del cuestionamiento de las instituciones y de los lugares de autoridad ¿Cómo se repiensa el rol del docente ante ese fenómeno?
–Lo veo como algo muy positivo. De chico no me animaba a preguntar, nadie me fomentaba el cuestionamiento. Hoy, en cambio, esa autoridad -entendida como respeto hacia un rol determinado- se debe ganar desde la empatía con los pibes. Tenés que preguntarte qué sienten y qué les pasa. Surgen cosas maravillosas, porque empiezan a cuestionar todo, a hacerte preguntas y te ayudan a salir de ese rol que confunde lo autoritario con la autoridad. Y te permite aprender de y con las chicas y los chicos, en vez de estar en algún punto obligado a bajar una línea. Yo disfruto cuando vienen con ideas propias. Se trata de no cerrarse ante los pedidos de los pibes, de escucharlos, de tratar de comprender sus argumentos. Eso no implica decir que sí o que no; sino que ese sí o ese no, se construye con ellos en el aula. Y genera un punto de inflexión, porque a los pibes los ves más comprometidos, más enganchados. Hay que poner reglas, obviamente, pero les expongo los argumentos y mis justificaciones. Y buscamos que ellos generen sus propios argumentos. Se logran respuestas geniales.
–Las nuevas viejas tecnologías generan que les pibes en esos aspectos sepan más que los adultos y tengan un mayor acceso a cierta información. Es algo muy diferente a lo que sucedía antes, porque los cambios eran más lentos y los adultos llevábamos años de experiencia en su apropiación.
–Pretender saber siempre más y en todos los aspectos que los pibes genera una tensión innecesaria. Es muy bueno que te sorprenden, y reconocerlo, y dejar que ellos expongan aquello que saben. Es una gran posibilidad de darle un lugar al pibe dentro del grupo. Se trata de reconocer que se dieron cuenta de algo y que uno no lo había pensado de esa forma. Hace poco les hice un desafío y les propuse que alguna o alguno me ganara al 24 (un juego de matemáticas con cartas, que implica hacer divisiones y multiplicaciones) ¡Y uno de los chicos me destrozó! Estaba sorprendido que le había ganado a su profesor. Yo me puse contento y lo festejé. Hay que salir del lugar de que en todo estamos por encima de ellos, hay que reconocerles que nos podemos equivocar, que podemos tener errores.
–¿Cómo hacerlo sin perder la centralidad que requiere el rol docente?
–Si los escuchamos, ellos esperan nuestra palabra y nos toman como una referencia. En el día a día, si ven que uno se preocupa por lo que piensan y por lo que les pasa, vas ganando ese rol de no ser uno más. Vienen, te abrazan, te hacen chistes, pero en el momento de trabajar en el aula uno se posiciona y pone en claro las reglas de juego. No se trata de retarlos, sino de sentarnos a pensar lo que pasó, de argumentar, de dialogar con ellos. El punto clave es la escucha, porque los pibes vienen con la necesidad de ser escuchados.
–¿Por qué ocurre eso?
–Las familias tienen sus conflictos, sus trabajos, llegan a casa muy cansados. La cena podría ser el tiempo para hablar, pero los propios pibes quieren irse a dormir. Vivimos en una sociedad acelerada, que lleva a no escucharnos. Incluso los medios de comunicación generan situaciones en los pibes que a veces uno duda por qué ocurren y luego comprende que provienen de eso que ven o escuchan. Por ejemplo, ni bien un pibe no encuentra algo en el aula, empieza a gritar que le robaron. Uno les pregunta cómo llegan tan rápido a esa conclusión, si ni siquiera miraron antes en el piso si se les cayó o si lo tienen en la mochila o si lo agarró algún compañero por error o se lo olvidaron en la casa. Todo sin ningún tipo de argumentación ni de pruebas, con una lógica que viene de los medios. No escuchamos a los otros y las familias viven lógicas laborales muy duras. Entonces, la primera vez que a les pibes les repreguntas algo y se sienten escuchados, se sorprenden y se sienten acompañados.
–El debate por la legalización del aborto generó un fenómeno de militancia preadolescente. ¿Cómo se trabaja esa realidad en las escuelas primarias?
–Muchas chicas -y también chicos- venían con sus pañuelos verdes. Todo tema que un pibe trae debe dialogarse en el aula. Si no tenemos respuestas, buscaremos a la persona idónea en el tema para que venga a hablar. A las chicas, les decía que estaba bien que vinieran con su pañuelo, pero que se informaran para poder responder y argumentar porqué lo usaban ante cualquier adulte o compañere que les preguntara. Abrió muchos debates, sobre los estereotipos y sobre el rol de la mujer. Fue muy interesante y generó mucho ruido. Y ese ruido es bueno porque en algún momento te hace pensar. También fue genial el uso del lenguaje inclusivo. En las notas que enviábamos a las familias, históricamente poníamos “señores padres”. Ese fenómeno hizo que nos cuestionáramos cómo escribimos y a quién nos referimos. Se fue dando de boca en boca, y los adolescentes lo fueron impulsando y utilizando con una fluidez y soltura increíble. Fue muy bueno lo que generó en el aula.