Las huellas y murmullos permanecen, a pesar de la destrucción. Aunque el lenguaje no pueda hacer pie porque las referencias han sido aniquiladas, hay que tejer hacia adelante y hacia atrás con los vestigios de tantas palabras quebradas. Qué tejedora maravillosa es la escritora, dramaturga y directora teatral Cynthia Edul en La tierra empezaba a arder (Lumen), una novela en que la narradora viaja por primera vez a Siria con su madre, en octubre de 2010, para reencontrarse con una parte de la familia, una trama íntima y política que se construyó en un incesante ir y venir entre Damasco y Buenos Aires. La narradora, la hija menor de esa mujer que vuelve a la tierra donde nació, observa el principio del fin, con sueldos muy bajos, autos antiguos, casas modestas y más del 30 por ciento de la población por debajo de la línea de la pobreza. Desde que comenzó el “conflicto armado”, como prefiere llamarlo Edul, Human Rights Watch identificó 27 centros clandestinos de detención. Un fotógrafo forense de la policía militar que desertó rescató cincuenta mil fotos de cadáveres de detenidos desaparecidos entre 2011 y 2013. El número de muertos es difícil de calcular, pero grupos que están monitoreando la situación estiman que ronda el medio millón desde marzo de 2011. Cinco millones de sirios dejaron sus casas y escaparon a países limítrofes o a Europa. Ese caos jugó un rol fundamental para el ascenso de ISIS, el más sangriento de los grupos jihadistas que usan el territorio sirio como campo para expandir su política de terror.
“La tía me dijo, la Siria que vos conociste ya no existe más. Si para ellos, los míos, había siempre una tierra propia, yo entonces ya no tengo adónde regresar”, escribe la narradora, que repetirá como un mantra esa frase que condensa el drama de lo que se ha desintegrado. De lo que ella cree que se perdió para siempre con ese “Último regreso a Siria” de su madre que subtitula la novela. La melena ensortijada de Edul se expande con una esperanza en el más allá de su cara, como si los rulos pudieran tejer otra genealogía árabe que reduce las distancias y los prejuicios. “Yo sé que es un libro difícil de encasillar, pero para mí la escritura hoy está atravesada por lo autobiográfico”, dice la autora en la entrevista con Pagina/12. “Lina Meruane trabajó en Volverse Palestina con el tópico del regreso; Tatiana Salem Levy, una escritora brasileña que ganó un premio muy importante con A chave de Casa, también. Su abuelo de Esmirna le da la llave de la casa de Esmirna y ella emprende el regreso. A estos dos libros los descubrí cuando ya estaba escribiendo La tierra empezaba a arder. Me acompañaron un poco y me legitimaron también. Aunque es profundamente argentino, mi libro es como la extranjería dentro de la literatura argentina”, plantea Edul.
–Hay una frase que parece el estribillo del libro: “La Siria que vos conociste no existe más”. ¿La escritura empezó por la resonancia que tuvo esa frase?
–Sí. Mi tía salió del conflicto armado en 2011 y llegó a Buenos Aires y me dijo esa frase: “La Siria que vos conociste no existe más”. Me pegó fuerte y el libro trabaja cómo siguió impactando esa frase en mí. No es que fue inmediato y me dije: “voy a escribir un libro con esta frase”; pero la frase fue tan impactante que quedó resonando y volviendo como una pregunta también. Lo que intenté fue abrir esa frase, porque al mismo tiempo había como un bombardeo de información en relación a lo que estaba pasando en Siria, en relación a mi familia allá y en relación a mi experiencia allá, que me llevaba a reelaborar. Entonces también tenía que ver con poder decir, poder escribirlo. Es una de las tragedias modernas más importantes y tiene poca relevancia.
–Poder decir y nombrar aquello que está dejando de existir...
–Exacto, soy testigo de una destrucción y al mismo tiempo eso genera una impotencia muy grande. La escritura se mueve en esa zona de la memoria en la que va dando cuenta de cómo va desapareciendo la tierra de origen de mis abuelos. En el caso de mi familia, ellos vienen de Siria y una parte de la familia volvió. Para mí ya no había ese regreso, es un regreso que quedó cerrado. El libro tiene el tono de la experiencia del registro. Yo seguía de muy cerca lo que pasaba a partir de la Primavera Arabe, no solamente en Siria sino en los otros países del Medio Oriente que estaban con revoluciones. Pero Siria me implicaba más a nivel personal porque yo había estado muy poco tiempo antes de que empezaran las primeras manifestaciones. Yo había visto una olla a presión y cuando empezó la Primavera Arabe no me sorprendió nada. El nivel de destrucción fue muy rápido. Yo seguía eso todos los días, tenía una especie de diario, un archivo enorme que está por detrás del libro, y después tengo una cantidad de tuits y videos, porque es una revolución que se grabó con el celular; entonces entrás a Youtube y encontrás videos de cuando el régimen estaba secuestrando a una familia. Los sirios filmaban sus propias muertes y después alguien las subía a Youtube.
–Hacia el final del libro, uno de los personajes insinúa que Siria es un problema sin solución como Palestina. ¿Estás de acuerdo con esa mirada?
–Hay algo en relación al problema palestino que repercute en Medio Oriente. La figura sería la aporía, la imposibilidad de comprender lo que sucede. Lo que pasó en Siria es una masacre; la ONU no hizo nada, los delitos de lesa humanidad fueron denunciados y nadie hizo nada. Yo trato de despegarme en el libro del exclusivo problema religioso porque para mí el problema es político, tiene que ver con que los países centrales no entran en guerra en sus territorios sino que entran en guerra en territorios sustitutos, como lo fue el Líbano, lo es Siria, y uno puede recorrer la historia de los últimos treinta años y empezar a ver cuáles son esos territorios sustitutos. Aunque mi libro podría resultar lejano para la Argentina, para mí no es lejano para la periferia en términos de qué significa ser periferia hoy en este tablero del ajedrez mundial. Siria es un problema sin solución por el nivel de destrucción y de represión política: secuestros, torturas y desapariciones.
–¿Por qué preferís utilizar la expresión conflicto armado y no guerra para Siria?
–La palabra guerra pone a los ejércitos de igual a igual y no es así. Fue un movimiento civil que fue violentamente reprimido y el extremo de eso llevó a la formación de milicias de diferentes inscripciones, algunos religiosas, otras no, y algunas financiadas por otros países. En términos de destrucción no es lo mismo porque los que tienen aviones son Rusia y el régimen Sirio. No es un mano a mano como podría ser China y Rusia.
–¿Cómo explicás la paranoia de tu madre, que no quiere hablar porque dice que hay servicios secretos en todos los países?
–Eso es verdad, su paranoia tiene una base real. No es paranoica de loca, aunque claramente es exagerada (risas). Yo estuve en Siria y no se podía hablar, pero estuve en la Universidad de IOWA con una cantidad de escritores árabes y entre ellos una exiliada siria y hablábamos abiertamente. Para la generación de mi madre hay que acatar y prefiere el silencio antes que hablar porque también tiene miedo por la familia que está allá. De esto no se habla porque es muy cruel la represión.
–¿Por qué usás la expresión “perder” la cabeza para referirte a la locura de tu abuela?
–Es como un rastro de la oralidad: “la vieja perdió la cabeza”; era algo que escuchaba en mi casa. Nadie decía la abuela enloqueció. La locura no se nombraba. Pero había eufemismos como “perder la cabeza”. Esa abuela que perdió la cabeza fue para mí una incógnita porque cuando mi abuela tuvo sus primeros ataques de esquizofrenia mi abuelo se la llevó a Siria. ¿Por qué pensaba que la podía curar llevándola de nuevo al lugar de donde ella venía? Esta historia me marcó. Aparece ahí el tópico del regreso y qué sentido tiene el regreso en las diferentes generaciones. ¿Qué pasa con la generación que ya no puede regresar, que es la mía? Uno conoce los relatos exitosos de adaptación, pero yo me pregunto qué pasa con los que fracasaron y lo pienso también por los refugiados hoy. ¿Qué pasa con todas esas historias de vida? En el caso de mi abuela, podría pensar que esa migración dejó una herida profunda que no tuvo sutura. Mi abuela es un misterio para mí, un misterio que también me lleva a Siria.
–La tierra empezaba a arder es un libro de mujeres, más allá de que aparezcan mencionados algún primo o tío. ¿Fue deliberado que sea un libro protagonizado por mujeres?
–Es un estado de familia profundamente patriarcal, duramente patriarcal, pero están las mujeres ahí. Si querés es un libro que trata de pensar el efecto de la ley del hombre. Y cuando aparecen los hombres en el libro es para señalar a las mujeres, porque el primo la señala a la narradora en tanto mujer, le dice que no es siria, que es americana y que las americanas tienen una conducta que no es apropiada. El hombre aparece para señalar y acusar. Los cuerpos por los que pasa la historia son cuerpos de mujeres. Hay una imagen muy potente, una caminata en Damasco con mi mamá y mi tía, una imagen que volvía todo el tiempo. Íbamos caminando hacia el barrio viejo, el barrio cristiano, para ir al mercado. Ellas hablaban y yo iba atrás, siguiéndolas con una mochila, y hablaban de las mujeres que usaban velos. Cuando mi madre vivía en Siria, estaba en musculosa y shorts. Mi mamá, que regresaba cuarenta años después, le preguntaba a mi tía qué pasó. Y ahí empezó la historia de las mujeres. Esa conversación estaba ahí y me pedía que fuera escrita.
–¿Qué pasa cuando el lenguaje no puede hacer pie ante lo que está pasando en Siria?
–Es una pregunta muy profunda… el libro se para frente a eso: yo no puedo dar respuestas ni confirmaciones, pero hay un movimiento hacia el lenguaje para que pueda captar algo de eso que es innombrable. Hay una imposibilidad ahí, pero intento escribir más allá de esa imposibilidad. Había algo de lo que estaba pasando que me resultaba insoportable, había una posición que no aguantaba, una destrucción muy grande que se ve como una especie de distopía islámica. No es una distopía islámica, es fácil lavarse las manos. La tercera Guerra Mundial no sucederá en los países centrales, sino en los territorios sustitutos. Eso debería preocuparnos a los países periféricos.
–Hay un mandato de escritura familiar de tu tío que dice que deberías escribir un libro con la historia de Siria. Ese mandato lo tomás para escribir un libro donde también sacás los trapitos al sol de una familia que está peleada por la herencia de un departamento. Es como si dijeras: “yo voy a contar la historia de Siria, pero también voy a contar la historia de mi pequeño conflicto armado familiar”.
–Me encanta mi “pequeño conflicto armado” (risas). El departamento sigue en disputa en el medio de la destrucción de Siria. También hay una respuesta a una generación a la que le digo “basta de silencio”, “basta de statu quo”, “basta de conformismo”. Hay un “te tomo la palabra”, porque la palabra que inicia es la frase de la tía, pero yo voy a hablar con mi palabra.