Juro que hace ya algún tiempo me pregunté: ¿Qué pasaría si la reina mueve una casilla hacia el costado? Nunca imaginé, en cambio –o, mejor dicho, sí lo hice, pero me equivoqué–, quién sería el nuevo rey. Sí pensé que el movimiento de la reina tenía su justificación, sentido defensivo, pero también ofensivo. Casi no la conozco pero la imagino atribulada por aquello que le pasó a su rey de verdad y lo que sufren ahora sus dos alfiles, sólo por ser hijos de ella, por lo que le pasa a ella misma, sintetizado en la palabra “yegua” y en un sinnúmero de pleitos penales sin sentido alguno, por su vocación –imaginada por mí, pero, sin embargo, opinión ciertamente fundada– de confrontar con la palabra oral y discutir políticas abierta y llanamente con otros, como si hubiera nacido para ese menester parlamentario, dentro del cual se siente cómoda, en fin, por lo que representa este paso al costado en la historia política actual, al punto de descolocar al adversario y poder gritar el título de este pequeño razonamiento.
Aunque la política me gusta, no soy un político sino un simple ciudadano, razón de más para equivocarme, pero creo que el adversario se sentirá descolocado desde el sábado pasado e intuyo que, mal que le pese, no tendrá una reacción correcta ni adecuada a la circunstancia que le toca vivir. El tablero está por ser dado vuelta, pateado, a mi juicio para bien de todos. Es una lástima –al menos para mí– que alguno de los peones más ilustrados ya hayan desaparecido.
* Profesor emérito de la UBA.