Lo dijo el politólogo Andrés Malamud en el Te Quiero de la 750: entre ganar gracias a la volatilidad del dólar y ganar poniéndole fin a la volatilidad del peronismo, Alberto y Cristina apostaron por el segundo plan.

Si esa hipótesis es correcta, la realidad parece darles la razón. Doblemente, porque el desafío está funcionando arriba y abajo.

Arriba, por el pronunciamiento a favor de gobernadores y dirigentes como Carlos Verna, Gustavo Bordet, Gerardo Zamora, Juan Manzur, Felipe Solá, Agustín Rossi, Rosana Bertone, Hugo Yasky, Hugo Moyano, José Luis Gioja, Héctor Daer, Domingo Peppo, Omar Perotti y Sergio Uñac. Muchos de ellos pidieron, además, la unidad de todo el peronismo.

A la vez, funciona a nivel de la sociedad por un fenómeno inédito: en capitales de provincia como La Pampa y Córdoba  –Córdoba importa por su tamaño– perdieron los radicales y ganaron los peronistas. Un peronista clásico en Córdoba, Martín Llaryora. Un camporista en Santa Rosa, Luciano Di Nápoli.

El kirchnerismo empezó a perder votos en las grandes ciudades en 2007 y, por la crisis de la 125 en 2008, profundizó su caída en 2009. El 2011 fue la excepción. La pendiente hacia abajo continuó en 2013, 2015 y 2017. Centros urbanos menores siguieron la misma conducta en el interior de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires. El voto históricamente radical de Almagro o Caballito se replicó en el centro de partidos del Gran Buenos Aires como Lomas de Zamora. Cuando Cambiemos le añadió un componente electoral de trabajadores y sectores vulnerables ganó también en Quilmes, Lanús y Tres de Febrero. No solo el kirchnerismo sufrió la pérdida de lo conquistado. Al peronismo en general le fueron remisas las grandes ciudades. Córdoba pero también Santa Fe, Paraná, Mendoza, La Plata, Mar del Plata y Bahía Blanca se hicieron radicales y remataron en Cambiemos. Rosario hace mucho que es socialista.

Las elecciones provinciales tienen un enorme componente local. Pero ese componente no es absoluto. Mauricio Macri fue castigado en nueve comicios incluso por sus aliados, que lo escondieron en la publicidad campaña. Entre los distintos sectores del peronismo podrán discutir cuánto de cada triunfo le toca a cada uno. Lo que está claro es que cuando los peronistas y sus aliados van juntos Cambiemos es menos competitivo. Y pierde.

Hay dos procesos de reconciliación al mismo tiempo. Uno es entre el peronismo y las clases medias urbanas. Están espantadas por la pobreza que experimentan ya bajo Macri o vislumbran en el horizonte si Macri sigue. La otra reconciliación se produce dentro del propio peronismo. El justicialismo subió su autoestima. Se percibe potente y ve la Casa Rosada más cerca que antes. Siente el cosquilleo del poder. ¿Se arriesgará a dilatar cuatro años su chance de victoria?

Esa doble reconciliación explica el ánimo favorable a la candidatura de Alberto Fernández dentro del peronismo. Otro Alberto (Rodríguez Saá) tenía razón cuando en 2017 dijo casi en soledad: “Hay 2019”. También explica tanto la duda de Sergio Massa como la estrategia de Juan Schiaretti y Roberto Lavagna.

Lavagna, un crítico duro de la política económica de Nicolás Dujovne, paradójicamente imita al macrismo en su discurso político. Quiere demostrar que con la fórmula F&F no hay nada nuevo bajo el sol. ¿Schiaretti proclamará candidato a Lavagna sin internas en las PASO?

Massa parece estar buscando levantar su cotización popular para acercarse a la nueva fórmula o competir con ella en las PASO del 11 de agosto. Ese panorama no les disgusta ni a Fernández ni a Fernández. La experiencia de Cambiemos en 2015 es reveladora. Sumó 30,12 por ciento por el 24,5 por ciento de Mauricio Macri, el 3,34 de Ernesto Sanz y el 2,28 de Elisa Carrió. Como ya repite Fernández (Alberto) en cada reunión de campaña, los votos se cuentan uno por uno y cada voto sirve. El resultado nunca está puesto de antemano.

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